Editorial
Bush: amenazas reales e imaginarias
En un discurso de tonos alarmistas y hasta apocalípticos, el presidente estadunidense, George W. Bush, aseguró ayer que Estados Unidos se enfrenta a un movimiento musulmán radical con "una clara y coherente ideología", equiparable al comunismo, con ambiciones territoriales y planes para edificar "un imperio islámico radical que se extienda desde España hasta Indonesia". Asimismo, el ocupante de la Casa Blanca alegó que su país debe disponerse a realizar esfuerzos adicionales en Irak, en donde, dijo, los fundamentalistas intentan hacerse con el control del país, el cual se ha convertido en "un frente central de la batalla contra el terrorismo", y criticó a los crecientes y ya mayoritarios sectores de la sociedad estadunidense que exigen la salida de las tropas ocupantes de ese país árabe. Por otra parte, el gobernante aseguró que los servicios secretos de Washington han impedido 10 atentados terroristas de grandes dimensiones, tres de ellos en Estados Unidos, que estaban siendo planeados por Al Qaeda.
A tono con el discurso presidencial, el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, afirmó que fue notificado en días pasados por la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) de una amenaza, "la más específica de las recibidas hasta ahora", de atentados en el Metro de esa ciudad, similares a los realizados en sistemas de transporte de Madrid y Londres.
Es posible percibir en la alocución del texano un marcado desplazamiento de conceptos. Desde el 11 de septiembre de 2001 hasta hace unos meses, Bush se limitó a calificar a sus supuestos enemigos de "diabólicos" y "malvados", lo que denotaba un ejercicio de análisis más bien elemental. Ayer fue más allá: les atribuyó una ideología "clara y coherente" y un programa estratégico de control y expansión territoriales. Al parecer, alguno de sus think tanks le habrá advertido que su primitivismo intelectual y verbal, enraizado en un integrismo cristiano de extrema derecha, empezaba a resultar contraproducente.
En cuanto a las amenazas de atentados, éstas pueden ser o no ciertas, y resulta imposible saberlo si se considera la cauda de mentiras elaboradas por el actual gobierno estadunidense para justificar sus atrocidades. El ejemplo más flagrante es el de las "armas de destrucción masiva" que supuestamente poseía el depuesto régimen de Bagdad que, según la versión de Washington, representaban una amenaza real y acuciante a la seguridad de Estados Unidos; pero desde antes de la invasión al país árabe era ya evidente que tales arsenales sólo existían en los discursos del equipo presidencial y del propio Bush.
Por lo demás, esta nueva apreciación del "enemigo" es tan insostenible como el resto del discurso. El terrorismo de raíces islámicas está constituido por una variedad tal de casos y posturas que sólo por esa circunstancia resultaría difícil imaginar a todas sus expresiones las chiítas, las sunitas, las palestinas, entre otras poniéndose de acuerdo para fundar un "imperio musulmán" que abarque desde Asia hasta la península ibérica.
Podrá ser cierto, por otra parte, que en Irak se desarrolla hoy en día una confrontación entre organizaciones armadas próximas a Al Qaeda y el poder estadunidense, pero no deben olvidarse los precedentes fundamentales de tal situación: que fue Washington el que dio el impulso original a esas organizaciones, en el contexto de la guerra que se libró en Afganistán contra las fuerzas soviéticas, y que dos décadas más tarde, ha sido el propio Bush el encargado de brindarles, en el Irak ocupado y arrasado, un terreno fértil para su desarrollo. No debe dejarse de lado, además, que es en los entornos clericales chiítas del sur de Irak, aliados circunstanciales de la Casa Blanca, donde se gestan planes para convertir a ese país en una república islámica a imagen y semejanza del vecino Irán.
La verdadera preocupación de Bush y el factor de amenaza real para su presidencia están en otra parte: en la caída en picada de la aprobación ciudadana a la ineptitud, la falta de claridad y la manera inescrupulosa y corrupta con que ha sido manejado el Poder Ejecutivo desde hace cuatro años y medio. A la exasperación por una guerra que, según decían los gobernantes, habría de ser "rápida", y que en cambio se ha prolongado ya dos años y medio, y que genera un continuo flujo de cadáveres hacia Estados Unidos, se sumó la indignación por la torpeza, la insensibilidad y el oportunismo con que la administración Bush respondió a la tragedia causada por el huracán Katrina en las costas de Luisiana. Debe considerarse también el conflicto entre la Casa Blanca y el Senado por el empecinamiento de la primera en seguir violando los derechos humanos de cientos de "enemigos combatientes", a quienes se mantiene secuestrados, que no detenidos, sin derecho a juicio ni a abogado defensor, incomunicados en muchos casos, y cuya situación es un agravio universal, una violación de múltiples legislaciones estadunidenses e internacionales y un insulto al decoro.
La consecuencia lógica de los desmanes y de la falta de claridad y rumbo en lo político y en lo económico, así como en lo social, las inequívocas acciones del actual gobierno para favorecer a los ricos en detrimento de los pobres, es la pérdida manifiesta de popularidad por parte de Bush y la perspectiva de que se multipliquen y generalicen las movilizaciones contra la criminal ocupación de Irak. Esos son los riesgos reales, tangibles, evidentes, que enfrenta el actual ocupante de la Casa Blanca. Y el propósito de su discurso de ayer no fue templar el ánimo nacional para enfrentar a un enemigo más bien imaginario, sino recuperar algunos de los puntos de popularidad que ha perdido.