Ante la ausencia de autoridades, sobrevivientes se hacen cargo de las tareas de auxilio
El terremoto borró toda una generación: gobierno paquistaní
No hay ejército, sólo personas indefensas; incluso combatientes islámicos llegan a ayudar
"Nadie puede reconstruir Balakot... no queremos estar aquí. Todo se ha ido", dice un residente
Ampliar la imagen En Muzaffarabad un rescatista brit�co intenta sacar a un paquistan�ue lleva 54 horas bajo los escombros de su casa FOTO Ap Foto: Ap
Jbalakot, Pakistán, 10 de octubre. Esta ciudad ha dejado de existir. Donde alguna vez se levantó Balakot, hoy se encuentra un montón de escombros. Todo se ha ido: casas, tiendas, negocios, todas las escuelas.
Para cruzar las ruinas hay que trepar montículos de concreto y pasar sobre los azulejos que alguien escogió para su cocina. Un hombre encontró el cuaderno de ejercicios de un niño entre los escombros y se sentó a hojearlo en silencio. Debajo de cada montículo hay cadáveres.
El gobierno paquistaní informó este lunes que el terremoto del sábado borró toda una generación.
"Dicen que el sismo mató 19 mil personas en todo Pakistán. Yo creo que fueron 20 mil nada más aquí en Balakot", dice Sorba Khan, quien ha venido de voluntario a apoyar el esfuerzo de auxilio.
Mientras el mundo envía médicos, helicópteros, comida, tiendas y perros rastreadores, y los rescatistas sacan sobrevivientes de las ruinas en Islamabad, la cantidad de muertos en los tres países afectados (Pakistán, India y Afganistán) llega a 22 mil. Y decenas de miles han resultado heridos. Las agencias de socorro informaron que más de 120 mil personas, entre ellas muchos niños, están en necesidad urgente de abrigo y que hasta cuatro millones podrían haber perdido su hogar.
En el norte de Pakistán, comunidades enteras fueron borradas del mapa. Cuando retiren los deslaves que bloquean los caminos encontrarán que ya no llevan a ninguna parte, más que a tumbas formadas de escombros. Y son los niños los que han llevado la peor parte. Hasta los pocos que no quedaron aplastados en su salón de clases encaran un futuro incierto. Muchos quedaron huérfanos, la mayoría han perdido a los adultos que les daban casa, vestido y sustento.
Este lunes seguían cavando en la gran montaña de concreto destrozado que fue alguna vez la escuela de Balakot. Había 317 niños dentro cuando ocurrió el sismo; sólo dos han salido vivos. No hay equipos de rescate, sólo personas de la localidad que arañan la tierra con las manos y tratan de cortar las varillas de hierro de refuerzo con simples seguetas.
"¡Silencio!", grita alguien. "Podemos oír a uno." Y la muchedumbre que se ha reunido sobre los escombros del edificio, formada en buena parte por padres de los alumnos, se queda callada. Luego todos a una se ponen a orar por los niños que siguen atrapados, en un murmullo que crece en intensidad mientras las capas de concreto tiemblan peligrosamente bajo sus pies. Pero pocos de esos niños podrán sobrevivir mucho tiempo más. La mayoría probablemente han muerto, y Balakot está consumida por la rabia de que a esta hora todavía no haya llegado ayuda alguna del gobierno.
Mohammed Azrael está sentado al borde de los escombros de la escuela. Cuando se sintió el terremoto, él pasaba por la calle frente a la escuela con su esposa, Khatoom, y su hija, Shamim. "Eché a correr, pero cuando miré hacia atrás ya no estaban", relata. "La escuela les cayó encima." No tiene más hijos y su casa está derruida. Allí sentado, espera.
Todo el día se ven cuerpos en Balakot. Las personas que remueven escombros no encuentran más que muertos. Los sacan en camillas para enterrarlos. Un hombre llevaba en brazos a su hija; la niña, cuya cabeza colgaba a un lado, era muy pequeña para necesitar camilla. Su padre caminaba llorando.
Desde antes de llegar a la ciudad en ruinas se podían ver grandes columnas de personas que avanzaban hacia allá. Serpenteaban por las laderas de las colinas, descendiendo hacia el río: miles de personas marchando con picos y palas al hombro, con bolsas de comida y frazadas para los sobrevivientes bajo el brazo. Un vasto contingente de voluntarios, un ejército del pueblo que llegaba a hacer lo que el gobierno no hace: prestar ayuda.
El contraste con Nueva Orleáns después del huracán Katrina no podía ser más marcado: en Estados Unidos, mientras la ayuda gubernamental no llegaba, saqueadores armados merodeaban en las calles y los sobrevivientes tenían que juntarse para estar seguros. En Pakistán han llegado personas de todo el país para ayudar en el esfuerzo de socorro. Sencillamente abandonaron su trabajo; algunos viajaron de mosca, colgados peligrosamente de los costados de camiones y minibuses que serpenteaban en las peligrosas curvas sobre un paisaje de vértigo. Otros caminaron durante horas por las montañas bajo el sol quemante, absteniéndose hasta de tomar agua porque es el mes de ayuno musulmán, el Ramadán.
Ibrahim Aviv procede de Peshawar, cerca de la frontera afgana, a cuatro horas de aquí en automóvil. No tiene amigos ni parientes en esta ciudad. "Vine porque hay musulmanes necesitados. Vine por el Islam." Pero está indignado. "¿Dónde está el ejército?", exclama.
Un aire de solidaridad
Pocos policías patrullan las ruinas. No se necesitan: en este rincón de Pakistán no hay casa sin un Kalashnikov, y por lo común para los occidentales es inseguro aventurarse aquí. Pero este día un aire de solidaridad prevalece en la calles. Todos están aquí por la misma razón.
Hasta los combatientes islámicos llegan a ayudar. Por lo menos tres personas quedaron atrapadas vivas en las ruinas de un hotel, en el centro de la ciudad. Apeñuscado en un pequeño hueco bajo las ruinas, que pueden derrumbarse en cualquier momento, está un joven en pantalón de combate. Es un militante del Harkat ul-Mujahidín (Movimiento de los Guerreros Sagrados), facción respaldada por el gobierno que envía militantes a incursionar en la Cachemira administrada por India y que en Occidente está en la lista de grupos "terroristas". Tal organización mantiene campos de adiestramiento en la zona.
"Estábamos en la oficina del movimiento cuando ocurrió el sismo", relata Tabark Hussein, de 29 años, militante que dice llevar seis años peleando "en la frontera" con India. "Nuestros comandantes nos dijeron que fuéramos a las zonas afectadas a ayudar. Nos hemos distribuido por toda la región, hay montones de aldeas afectadas."
Llega un hombre con lágrimas en los ojos. "Vine a ayudar, pero, ¿qué puedo hacer? No tengo equipo especial para cavar.
Hay 300 niños enterrados en la escuela y no podemos ayudarlos... ¿qué puedo decir? No tengo palabras. No hay gente del gobierno por aquí, sólo personas indefensas con sólo sus manos."
Balakot era un destino turístico, adonde venían los paquistaníes para escapar del calor de las planicies en verano. El paisaje es de arrebatadora belleza, en el extremo de un largo valle cincelado por un río caudaloso entre enormes montañas. Pero después del sismo se ha vuelto un lugar de muerte. El camino quedó cortado por los derrumbes.
Este lunes, los miles de voluntarios desafiaron deslaves y rocas y escombros que caían desde las precarias laderas. Muchas de las zonas afectadas se encuentran en valles remotos como éste, segregadas del mundo exterior.
El único signo visible del ejército paquistaní son los helicópteros que llegan para trasladar a los heridos más graves. Por la tarde, un equipo francés de rescate llega a la escuela. Pero para los demás sobrevivientes no hay nada, y en la noche hace frío.
Mohiuddin Mohammed Alí, que tiene cinco hijos, dice: "Necesitamos refugio y todas las casas están destruidas. No tenemos adónde ir y necesitamos comida".
Alí nació en esta ciudad. Después de servir en la marina, se retiró y regresó a su tierra. Pero ahora dice que se marchará y no volverá nunca. "Nadie puede reconstruir Balakot", declara. "No queremos estar aquí. Todo lo que teníamos se ha ido."
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya