Editorial
Migrantes en el desierto
La mayor parte de las atrocidades que se cometen generan en la humanidad civilizada reacciones de escándalo y horror tardías, inútiles y, al final de cuentas, hipócritas. No hay que remontarse a los genocidios perpetrados por Hitler. En años más recientes se han llevado a cabo matanzas de Estado en Kampuchea, en Centroamérica, en Bosnia y en Chechenia, por citar unas cuantas, sin que la comunidad internacional haya reaccionado a tiempo para impedir, atenuar o al menos registrar tales actos de barbarie. Uno similar puede estar ocurriendo, en la hora presente, en tierras marroquíes y en territorios usurpados por el reino de Rabat a la República Arabe Saharaui Democrática (RASD), en la costa noroccidental de Africa.
De acuerdo con informes alarmantes de organismos internacionales como Médicos Sin Fronteras, SOS Racismo, Women Link World Wide y Elín, las autoridades marroquíes pasean por el desierto, sin rumbo claro, decenas de autobuses repletos de migrantes esposados, procedentes de países subsaharianos, a quienes no se dan alimentos ni agua, en lo que parece ser un intento por impedir que tales asociaciones humanitarias rindan testimonio de la situación y el destino de los detenidos.
Para mayor alarma, existe el precedente documentado de cerca de medio millar de migrantes que fueron capturados por las fuerzas policiales de Rabat y abandonados a su suerte, hace unos días, sin comida ni agua en la región fronteriza de Marruecos y Argelia, en lo que significó un intento criminal por liquidar físicamente a estos individuos que no han cometido más delito que el intento de llegar a tierras europeas para hacerse allí de una vida un poco menos dura que la que enfrentan en sus lugares de origen.
Además, al agravio que sufre esta gente desamparada e inerme hay que sumar el hecho de que tenga lugar en un territorio ocupado mediante una agresión criminal e injustificable contra el pueblo saharaui, su legítimo propietario. Esta condición agrega a la de por sí desesperada situación de los cautivos el peligro de transitar por las zonas minadas que atestiguan la actualidad de un conflicto colonial que los grandes poderes del mundo querrían olvidar.
El pavoroso maltrato contra los subsaharianos por no hablar de la previsible intención de Marruecos de librarse de ellos dejándolos en el desierto para que mueran es una ofensa contra la humanidad en su conjunto. Pero al mismo tiempo se debe reconocer que, si bien la responsabilidad directa por este agravio recae en el gobierno de Rabat, y la indirecta corresponde en buena medida a España por entregar a los migrantes a las fuerzas marroquíes en vez de deportarlos a sus países de origen, hay también responsabilidad de todo el mundo por no impedir que siga ocurriendo esta atrocidad.
Es preciso que Estados Unidos y Europa dejen de lado la condescendencia y la complicidad que han dispensado al reino norafricano y se deslinden, en forma inequívoca y contundente, de su gobierno, uno de los más contumaces violadores de los derechos humanos, sociales y nacionales.
Se corre el riesgo de habituarse a escenas como la manipulación de miles de seres humanos en condiciones de ganado. Si hoy no se hace algo por detener esta barbarie se estará abriendo el camino para que otros países traten a los migrantes en forma similar a Marruecos. Y se hará posible la repetición de estos hechos en el sur de Europa, o en los desiertos de la zona fronteriza entre México y Estados Unidos.