Editorial
Irresponsabilidad ante la tragedia
En julio pasado, en este mismo espacio se expresó un reconocimiento a la sociedad y a las autoridades civiles y militares, federales, estatales y municipales por su buen desempeño ante la emergencia que significó el paso del huracán Emily por la península de Yucatán y por el manejo de la crisis que se realizó en Guerrero ante la llegada de la tormenta tropical Eugene. Hoy, tras la devastación provocada por el Stan en diversas entidades del sur y centro de la República, es inevitable afirmar que las autoridades federales no han estado a la altura de las circunstancias, e incluso se han quedado muy por debajo de ellas. Por principio de cuentas, cuando el país apenas comenzaba a enterarse de los saldos de destrucción, muerte y sufrimiento dejados por el meteoro en ciudades y en infinidad de localidades rurales y aisladas, la Presidencia de la República decretó que la emergencia había concluido.
Por esos días se manifestó también la promesa insostenible del presidente Vicente Fox de que su gobierno habría de encargarse de restituir a los damnificados todo cuanto habían perdido en el desastre. El ofrecimiento habría sido demagógico incluso si se hubiera referido exclusivamente a posesiones tangibles y materiales infraestructura, viviendas, muebles, cosechas, animales porque si la actual administración ha sido incapaz, en cinco años, de aliviar en forma significativa la situación desesperada de los millones de damnificados por la persistente catástrofe económica de años pasados, mal podría resolver, en uno, las carencias de estos otros millones de afectados coyunturales de la hora presente. En cuanto a las otras pérdidas vidas humanas destruidas, miembros amputados, heridas permanentes, vínculos rotos, microeconomías anegadas, tejido social desgarrado, memoria social irrecuperable, su reparación no cae en las potestades de la acción gubernamental, sino en las esferas del milagro. Por buena que haya sido la voluntad con que se formuló el propósito, no puede dejar de percibirse en él una frivolidad que se convierte en agravio para las regiones que sufrieron el desastre, que siguen padeciendo sus efectos y vivirán con sus saldos, digan lo que digan las autoridades, por muchos meses o por varios años.
Por si no bastara con estas muestras de irresponsabilidad y ligereza, se ha desarrollado después un regateo vergonzoso entre el Ejecutivo federal y los gobiernos estatales en torno a los dineros del Fondo Nacional de Desastres Naturales (Fonden) y otros presupuestos requeridos para asistir a la población damnificada. La discordancia, surgida en la primera reunión del gabinete de reconstrucción, habría podido quedar en un debate técnico y menor sobre las partidas aplicables y las que no lo son; pero el propio Fox, desde territorio español, se ha encargado en convertirla en una enésima y absolutamente innecesaria confrontación de gran calado, al atribuir la escasez de fondos a la real o supuesta imprevisión de los gobernadores de las entidades afectadas. Se ha escogido, en suma, el peor momento concebible éste, en el que la gente de las zonas tocadas por Stan se encuentra en condiciones desesperadas, de vida o muerte, en muchos casos para escenificar una disputa presupuestal.
Han de reconocerse, en este deplorable escenario, dos muestras de buen sentido, una gubernamental y otra opositora: el trabajo desempeñado por la Secretaría de Desarrollo Social para remontar los efectos del desastre, y la propuesta de Andrés Manuel López Obrador, precandidato presidencial perredista, de que los partidos políticos donen 10 por ciento de las prerrogativas que reciben de las arcas públicas para la asistencia a las víctimas de la catástrofe. Dicho sea de paso, la idea del ex jefe de Gobierno del Distrito Federal obliga a voltear el contraste y la desproporción existentes entre los desmesurados recursos que se destinan a los procesos electorales y la escasez de dinero gubernamental para ayudar a los damnificados. En un sentido opuesto, también es reveladora la reacción de Roberto Madrazo, precandidato oficial priísta, a la iniciativa de su coterráneo: "Es una ocurrencia", dijo, y a continuación mencionó los obstáculos legales que impedirían la donación. Fue una muestra pequeña, pero preocupante, de la carencia de sentido de humanidad y de flexibilidad ante circunstancias adversas de ese hombre que aspira a ser presidente de México.