El fantasma del populismo, el espectro oligárquico
1. Un fantasma recorre América Latina: el fantasma del populismo. Todas las fuerzas de la vieja América Latina se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma. ¿Qué partido de oposición no ha sido motejado de populista por sus adversarios en el poder? ¿Qué partido de oposición, a su vez, no ha lanzado, tanto a los representantes de la oposición más avanzados, como a sus enemigos reaccionarios, el epíteto zahiriente de populista? De este hecho resulta una doble enseñanza: Que el populismo está ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de la región. Que ya es hora de que los populistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus tendencias; que opongan a la leyenda del fantasma del populismo un manifiesto del propio partido. Con este fin, populistas de las más diversas nacionalidades se han reunido en (...) y han redactado el siguiente Manifiesto, que será publicado en castellano, inglés, francés, portugués, aymara, nahuatl, zapoteca.
2. La pregunta clave no es en qué consiste el populismo sino a qué circunstancias políticas, sociales y económicas responde? Es necesario volver a decirlo, ésta es la región con la mayor desigualdad del ingreso en el mundo. Todos los países de la región son más desiguales que el promedio mundial. En 17 de estos países 25 por ciento de la población vive por debajo de la línea de la pobreza y en tres de ellos la proporción de pobres supera 50 por ciento.También encabeza la mayor desigualdad en el acceso a activos como la tierra o el empleo. Siete de cada 10 empleos creados en la región desde 1990 corresponden al sector informal. Algunos analistas estiman que la pobreza en América Latina que afecta a más de 200 millones de personas se habría eliminado si la región tuviera la misma distribución de ingreso que tiene algunos países de Europa del Este o de Asia.
3. Un estudio del Banco Mundial concluye que estos altos niveles de desigualdad en el ingreso y el bienestar: disminuyen el ritmo de reducción de la pobreza al reducir el crecimiento, disminuyen el mismo crecimiento económico y el desarrollo, reducen la capacidad de la región para manejar la volatilidad económica, y limitan la calidad en las respuestas macroeconómicas a los shocks, y propician un contexto que favorece espirales de violencia y crimen.
4. La inequidad acrecienta la disparidad social y productiva de nuestras sociedades, dificulta la construcción de consensos duraderos y alimenta una visión política cortoplacista y depredadora. Los estados nacionales tienen dificultades para establecer compromisos creíbles. Los agentes sociales no siempre se embarcan en acciones colectivas para defender intereses comunes. Se dañan instituciones capaces de procesar conflictos. La desconfianza mina la ciudadanía y la competencia económica, porque la exclusión es el enemigo principal del desarrollo. Este fantasma populista enmascara apenas una revuelta popular contra las formas de intervención del poder oligárquico. Este poder oligárquico que está basado desde luego en el dinero pero sobretodo en el acceso al poder político y al conocimiento mina la democracia en la medida que captura la mayor parte de las ventajas económicas, políticas y culturales de la globalización y arroja a la exclusión social a un número mayor de grupos y ciudadanos.
5. Las movilizaciones y el debate entre las distintas fuerzas que integran la entretejedura de las sociedades latinoamericanas en las últimas dos décadas obedece claramente a la extenuación del modelo oligárquico apoyando por un Estado patrimonialista. Este modelo se marchita respecto al: a) formato central basado en el entendido de que las clases sociales son conjuntos no homogéneos sino heterogéneos y por tanto no obedecen a un principio automático de unificación; b) discurso de justicia social que se ve cuestionado desde el espacio de la construcción democrática con el reclamo de mayor participación en la toma de decisiones; c) concepto de intervención patrimonialista impugnado desde la reivindicación de plena ciudadanía de los distintos agentes sociales. Este poder oligárquico no sólo prohijó corporaciones sindicales o agrarias sino sobre todo corporaciones privadas que alegremente entonaban el himno al capitalismo puro y a la libre empresa al amparo de todas las formas legales e ilegales de protección estatal.
6. Con todos estos procesos en marcha hay una fuerte tendencia a la fragmentación social. Esta etapa de fragmentación y anomia social se despunta peligrosamente en el horizonte latinoamericano. El aparente dilema al cual se enfrenta distintos conglomerados progresistas es cómo reagrupar fuerzas sociales, actores políticos y sobre todo ciudadanos. ¿Proponiendo un gran programa de reformas institucionales o un paquete de políticas públicas? ¿Hay que reformar el presidencialismo, los sistemas electorales o la ineficiencia de los gobiernos? Lo que más importa es sortear las opciones excluyentes a través de una secuencia de intervenciones que transporta como idea central que toda acción pública es un proceso de aprendizaje ciudadano. El mensaje tiene que ser un estado con respuestas y con responsabilidad. Protección y seguridad para los excluidos.
7. ¿El populismo es por tanto un fantasma que erosiona la democracia, pero también el síndrome en clave que busca paralizar a las fuerzas progresistas con el petate del pasado? ¿Proviene de marxistas trasnochados -y en consecuencia el primer párrafo de este artículo es su renovado lema- y de quienes pregonaron reformas estructurales en lugar de y en contra del fortalecimiento de democracias incipientes -en cuyo caso el primer párrafo es una ironía que se les revierte? ¿Al evocar esta palabra -populismo- evocamos por igual a Perón y a Pinochet?