Usted está aquí: sábado 15 de octubre de 2005 Opinión Augusto Fernández Guardiola, fisiólogo al viento y al azar *

Julio Muñoz

Augusto Fernández Guardiola, fisiólogo al viento y al azar *

Estamos aquí para celebrar la aparición de un libro pequeñito publicado por la UNAM en y a la memoria de Augusto Fernández Guardiola, un hombre que murió dejándonos su palabra y recuerdos inefables para los amigos. Un instante para evocar la amistad y elevarnos sobre las vilezas y puñaladas traperas que son santo y seña de este triste mundo que nos tocó vivir, no por casualidad sino porque así nos lo fabricamos, obnubilados por la vanidad, es decir, por el cultivo de lo vano, anhelando hacernos de la gran espiga hueca que llamamos éxito, palabra que nos viene del latín exitus, salida, éxodo en griego. Nuestra gran salida es hacia la nada tan temida que mueve al hombre a inventar la inmortalidad. Que nuestra memoria haga inmortal a Augusto aunque sea por un ratito.

Me han tocado 10 minutos que me parecen muchos para lo poco que puedo decir en ese tiempo: Augusto Fernández Guardiola, mexicano auténtico venido de Madrid, fue un hombre espléndido, o para decirlo en corto y en buen castellano, un tío cojonudo. Nada más ni nada menos. Augusto merece que nos refiramos a él con toda la precisión que nuestro idioma permite. No me refiero sólo a su currículo que mondará la historia. Si no encontramos algo que recordar fuera del currículo, no recordamos al hombre. Yo me acuerdo mucho de él y poco de su currículo. Para honrar su memoria hay que hablar de su vida, la cual no se puede resumir en 10 minutos sino que llevaría por lo menos los 83 años que cumplió viviendo ¿Podré desentrañar lo esencial de Augusto en ya menos de 10 minutos? Lo intentaré. Lo esencial de Augusto fue saber navegar en el viento. En esto recurro a Porfirio Barba Jacob, alias de un hombre de nombre desconocido que esparcía versos milagrosos y cuya existencia corpórea fue reconstruida por su paisano Fernando Vallejo acudiendo a recuerdos ajenos (1). Vallejo, escritor y biólogo con pasaporte colombiano, pero español segun él mismo dice (2) porque habla en español, sueña y blasfema en español, lengua que ya no será dentro de unos 100 años, al cabo de los cuales las nuevas ediciones de El Quijote, agrega el maese Fernando, serán puras notas al pie de página para explicar en spanglish qué es lo que Cervantes dijo en esta lengua de la que el presidente Fox hace hoy un adefesio. Peor suerte amenaza a este digno librito, pues aunque la UNAM le diera un lugar en el asilo de ancianitos de sus bibliotecas, pocos serán, si alguno, los que sepan de Augusto, de su obra y de esta lengua dentro de un siglo.

Y dijo Barba Jacob, colombiano e inmenso poeta español: "Hay veces que somos tan móviles, tan móviles, como la leve brizna al viento y al azar".

Así fue la vida de Augusto: azarosamente movil. Su máxima virtud fue saber ser brizna y navegar sin aspavientos al azar del viento que le llevó a los 12 años hasta un trigal maduro para conocer en el sentido bíblico a la Lola, la Lola a secas, que para eso no necesitó apellido. Un viento negro lo llevó a incorporarse de mozalbete al batallón del Guadarrama en la guerra civil española y lo depositó después en Orán, Argelia, donde trabajó en una fábrica de cemento y con todo descaro dio clases del español que había aprendido oyendo hablar a la gente y leyendo romanzas castellanas que le agitaban la imaginación.

Un viento marinero lo llevó hasta la Nicaragua del Tacho Somoza para ser futbolista, clasificador de mosquitos y supervisor sanitario de rameras en Corinto. Un remolino cálido lo subió después hasta el altiplano mexicano donde ingresó a la Escuela de Medicina de la UNAM, aunque quería ser químico, pero superó su frustración haciéndose fisiólogo. Fue alumno de Dionisio Nieto y asistente de Ramón de la Fuente, y se graduó en Marsella con Gastaut. Estudió la epilepsia experimental y formó la idea de unidad siconeronal. Fundó en La Habana un centro de investigación que después lo defenestró, y recibió en México el Premio Nacional de Ciencias y otras estrellitas de papel a las que era aficionadillo, pero no fanático. México fue el país de sus injurias y sus amores, y por tanto su verdadero país durante casi 60 años.

En este librito Augusto Fernánez Guardiola habla de su vida. Nos enseña maese Vallejo que El Quijote es el personaje más contundente de la literatura universal, porque es el que más habla y además no cae en introspecciones ególatras como otros personajes... Dice el maese Vallejo: "¡Ay, to be or not to be. That is the question! Qué frase más mariconcita. Hamlecitos a mí..." (2) y continúa Vallejo: "Cierro los ojos y veo a don Quijote con su lanza, su adarga y su baciyelmo. Los vuelvo a cerrar para ver a Hamlet y no lo veo ¿Cómo será el príncipe de Dinamarca? No sé. Presto entonces atención y oigo a don Quijote. 'Pues voto a tal, don hijo de puta don Ginesillo de Paropillo o como os llaméis'..." (2). Aquí acaba la cita que el maese Vallejo hace de El Quijote.

Augusto, como todo investigador verdadero, fue quijostesco. No veía gigantes en los molinos de viento, pero veía cosas que otros no pueden ver, como Sancho, que sólo molinos veía. Será que estamos algo zafados. Yo cierro los ojos y veo a Augusto poniéndoles máxima atención a sus gatos sabios que mucho le enseñaron o whisky en mano y fumando como un descosido o intentando seducir mujeres o recitando romanzas castellanas o contándome su vida o escribiendo un libro en su computadora o haciendo una paella y bebiendo vino o jugando a la petanca en su casa de Cuernavaca. Que yo lo vea con los ojos cerrados no tiene ninguna gracia, porque lo llevo por dentro, no sé si para bien o para mal, pero no me importa.

De inspiración cervantina parece ser este libro Los muertos que hablan gozan de buena salud como de buena salud goza El Quijote. La idea de este libro, este que tengo en la mano, se le apareció en el magín a Juan Ramón de la Fuente, cuando aquí mismo escuchamos la voz de Augusto liberada por unos minutos de la jaula digitalizada en la que la apresé. Mucho más digno es dejarla en compañía de voces amigas en las páginas de un libro. Charlando con Augusto hice las veces de Sancho para que él hablara y contara cosas que creo más verdaderas que las que veo.

En aquella reunión en la que el libro fue sin pecado concebido, no dije una frase sino varias muy, pero muy mariconcitas, o dicho en nuestro buen español de México, muy mamoncitas. Eso me pasa cuando intento ponerme sublime, vicio que nuestra lengua tiene por execrable, y más aún si se aspira a lo académicamente sublime, lo que además de ser una mamada es una flagrante contradicción. Tendré que penar como maese Vallejo hasta el final de mis días por haber descendido hasta la cursilería mientras Augusto se reía socarrón. Y no digo esto porque crea en la vida después de la muerte, sino porque, como dije, lo llevo por dentro ¡Menudas carcajadas me retumbaron en la cabeza! ¡Salud, Maestro! Este que vivirá un rato más recordándote y con muchas ganas te saluda.

*intervención en la presentación del libro Augusto Fernández Guardiola. En y a su memoria. UNAM, el 5 de agosto de 2005 en el Instituto Nacional de Psiquiatría

Ramón de la Fuente.

1. Fernando Vallejo. El mensajero. Una biografía de Porfirio Barba Jacob. Alfaguara, 2004.

2 Fernando Vallejo. Conferencia dictada el 7 de junio de 2005 en el Instituto Cervantes de Berlín, reproducida por Babelia, El País, 10 se septiembre de 2005.

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