Imágenes de la patria
El amor de Enrique Florescano a México es profundo y lopezvelardiano. Su necesidad de mostrarnos que México es una verdadera patria se remonta a los años 50. Libros como El mito de Quetzalcóatl, Los problemas agrarios de México, Orígenes y desarrollo de la burguesía, Etnia, Estado y nación y Memoria mexicana, entre otros, nos hacen descubrir a nuestros antepasados para entender mejor a la sociedad de hoy. ¿Por qué ya no somos los mismos de hace 50 o cien años? ¿Qué es lo que nos hace cambiar de forma de ser? Florescano estudió la memoria de los pueblos y recogió las enseñanzas del escriba, el pintor de códices, el escultor de estelas y las palabras de testigos anónimos guardadas en la memoria de ancianos, y nos ha dado así una historia patria que hoy ofrece en un libro precioso que nos inflama de fervor patriótico. Seguramente estarán dándole las gracias los grandes educadores de México, José Vasconcelos y Enrique Rébsamen. Y yendo un poco más lejos, Quetzalcóatl que desde luego no tiene mejor amigo que Enrique Florescano.
Con una bella alegoría de la patria, que fue también frontispicio del quinto volumen de la obra de Vicente Riva Palacio, México a través de los siglos, Florescano nos regala Imágenes de la Patria, editado por Taurus. Enrique analiza el concepto de la patria y cómo los mexicanos hemos dibujado a través del tiempo el rostro de la tierra y la patria que nos vive y en la que vivimos.
Enrique nos lleva de la mano como a niños y nos cuenta que desde tiempos muy remotos, diferentes culturas mantuvieron un culto a la Tierra, a la que consideraron madre de todo lo existente, madre de todas las cosas, lo más cercano a lo que podría llamarse hoy día la ''Madre Naturaleza" o ''Madre Tierra". Es tan avasallante y tan rotunda la abundancia femenina de la diosa de la Tierra al inicio del libro, que después de leer a Enrique Florescano yo ya no sé si él es un historiador o es mi madre.
La madre nos ata a la tierra, la madre es nuestro origen, no hay símbolo de identidad mayor. La fuente de la vida es femenina. Nuestra tierra nos da sentido y la abrazamos para no caer al abismo, como lo hace el hombre que se abraza a la mujer amada y el hijo al pecho de la madre.
Para Europa, la mujer o la Madre Tierra de América resultó ser una hembra salvaje que llevaba agarrada de las greñas la cabeza degollada de un hombre. En América, con el paso de los siglos, nuestros antepasados transfirieron la adoración de la Madre Tierra a dioses masculinos que engendraron hijos. La veneración del Sol, centro de toda vida, hizo surgir a dioses de la talla de Quetzalcóatl. De allí que nos consideremos ''El Pueblo del Sol", como nos llamó Alfonso Caso
A partir de estas divinidades, los pueblos adquirieron un ''derecho" sobre la tierra. Al cultivarla y cuidarla, construyeron grandes metrópolis y la Madre Tierra tomó el nombre de ''Patria".
Con el descubrimiento de América en 1492, los conquistadores exaltaron una tierra fantástica en la que campeaba la imagen de la mujer. La historia de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, nos dice que Hernán Cortés nos posee y nos aniquila, destruye dioses y costumbres mediante el amor de una mujer, Malintzin, la Malinche que le entrega (con tal de que la ame) todas los frutos de nuestra tierra.
La aparición de la Virgen de Guadalupe resultó un parteaguas tanto en la doctrina cristiana como en la representación del México conquistado. En ese momento, el país se encontró a sí mismo, los mexicanos tenían una madre morenita como ellos que gracias a la litografía y la pintura novohispana, además de evangelizar, les daba una muy buena razón para quererse y respetarse a sí mismos. Ya no éramos los hijos de ''La Chingada", nuestra madre era dulce, la reina de los cielos, la madre de Dios y, por tanto, nosotros también éramos un poco dioses.
Las ideas de libertad de Miguel Hidalgo y Costilla provocaron sentimientos como el de una yucateca publicada el 10 de septiembre de 1809 en el Diario de México:
''...sí, hijos míos, la patria, la amable patria, no es otra cosa que la dulce unión que ata a un ciudadano con otro por los indisolubles vínculos de un mismo suelo, una misma lengua, unas propias leyes, una religión inmaculada, un gobierno, un rey, un cuerpo, un espíritu, una fe, una esperanza, una caridad, un bautismo y un Dios, padre universal de todos (...)''
La Virgen de Guadalupe se hizo mucho más poderosa cuando Hidalgo la utilizó como estandarte de la insurgencia. Por su lado, el ejército Trigarante de Agustín de Iturbide hizo otros estandartes verde, blanco y rojo vigentes hasta el triunfo de la República. En las alegorías de la Independencia prevalecen elementos prehispánicos: penachos, lanzas y flechas curiosamente mezclados con coronas de olivo.
Durante la Reforma, Benito Juárez separa la Iglesia del Estado. (Siempre recuerdo el espléndido grabado de Alberto Beltrán que pone a Juárez de pie separando con el dedo índice en un mapa las iglesias y sus campanarios y las escuelas con sus niños esperanzados). José María Luis Mora, autor de México y sus revoluciones, ordenado sacerdote había encabezado el ataque liberal contra los privilegios de la Iglesia. El libro Comunidades imaginarias, de Benedict Anderson, postula que ''las naciones o las patrias no son entes que existan en la realidad, sino conceptos construidos en el imaginario colectivo mediante artefactos como el libro, la prensa, las artes gráficas o el mapa". El Partido Liberal lanza la Constitución de 1857 que propone la educación laica, gratuita y obligatoria.
En Imágenes de la Patria se ve cómo las alegorías, los emblemas, escudos y estandartes se transforman en símbolos del territorio, la patria o el Estado.
Poco después de la Independencia llegaron a nuestro país viajeros italianos, alemanes, ingleses, estadunidenses y franceses atraídos por el oro y las minas de plata. Nunca imaginaron que les fascinaría la naturaleza y el exotismo mexicano, y a esa atracción se deben los numerosos relatos, pinturas, grabados y litografías de escenarios naturales, entre ellos nuestros volcanes. William Bullock y Alejandro von Humboldt, exploradores, alpinistas, botánicos, se extasían ante la grandeza mexicana.
Las imágenes de Linati, Rugendas, Carl Nebel nos brindan no sólo los trajes civiles, militares y religiosos de México, sino los viajes de los primeros extranjeros. Ninguna arqueología tan fascinante, ningún paisaje puede comparársele. México es un prodigio. La patria crece y es cada vez más deseable.
Una de las figuras costumbristas y populares más socorridas fue ''La China Poblana". La vimos en cera, en pintura, en barro, en grabado y litografía. Hoy por hoy todas las mujeres en algún momento nos vestimos de china poblana y bailamos el Jarabe tapatío con la falda de lentejuela verde blanca y colorada, la blusa bordada, el rebozo cruzado, ''ojos subversivos" y trenzas tejidas con moños de colores.
''Los mexicanos pintados por sí mismos" con litografías de Hesiquio Iriarte y Andrés Campillo han seguido vivos a través de los años. Ricardo Cortés Tamayo y Alberto Beltrán se apropiaron de ese mismo título para su libro que continúa los oficios del pasado y Sara Moirón recoge también al afilador de cuchillos, el cartero, la lavandera el cilindrero y la quesadillera.
Durante el Segundo Imperio, Maximiliano de Habsburgo utilizó los emblemas clásicos del poder para asentar su frágil imperio y mandó pintar los retratos de los héroes de la Independencia. Sin embargo esto no lo congració con los mexicanos y mucho menos con Benito Juárez, que lo mandó fusilar.
En el porfiriato se revaloró lo prehispánico. La Escuela de Bellas Artes promovió cursos sobre la antigüedad indígena y los orígenes de la identidad mexicana.
Vicente Riva Palacio quiso embellecer la ciudad de México en tiempos de Porfirio Díaz, con monumentos evocadores de la patria como el de Cuauhtémoc. Francisco Sosa también quiso hacer del Paseo de la Reforma una avenida patriótica, que rindiera homenaje a los defensores de la República.
Preocupado por la identidad de la patria, Vicente Riva Palacio publicó uno de los mejores libros de historia desde la época prehispánica hasta la Reforma: México a través de los siglos.
Para las fiestas del centenario de la Independencia de México, en 1910, se inauguró la Columna de la Independencia, hecha por Antonio Rivas Mercado (que ahora es conocido como el padre de Antonieta) coronada por una mujer alada que representaba a la patria y a sus héroes esculpidos en mármol de Carrara. Raúl Prieto, Nikito Nipongo, dijo que éramos tan machistas que a la ángela dorada de evidentes atributos femeninos le habíamos puesto ''el ángel".
El terremoto de 1957 tiró al ángel de su pedestal y fue a estrellarse contra el suelo. El hierro fundido regado en la glorieta era un espectáculo desolador, como desolador era ver a los mexicanos buscar sus pedazos en torno a la glorieta del Paseo de la Reforma. Se había muerto su Angel de la Guarda.