Usted está aquí: domingo 16 de octubre de 2005 Opinión Emoción y color

Angeles González Gamio

Emoción y color

Estos días podemos darnos un banquete de emoción y color en el antiguo Colegio de San Ildefonso, con las exposiciones del arquitecto Ricardo Legorreta y de la fotógrafa Mariana Yampolsky. Ambos son de excelencia, cada uno en su campo. Mariana nació en Chicago, Estados Unidos, en 1925, y desde su llegada a la ciudad de México para estudiar en la Escuela de Pintura y Escultura de La Esmeralda, siendo una jovencita, se fascinó con nuestro país y decidió quedarse para siempre.

Su visión de lo mexicano, además del placer estético que produce una buena imagen, transmite emociones diversas: ternura, indignación, risa, tristeza. Aquí podemos gozar con más de 60 fotografías, con temas que la artista cultivó a lo largo de su vida. Supo ver como pocos el paisaje mexicano. Sus personajes se hacen entrañables; captó expresiones y sentimientos con frescura y espontaneidad. Con sus imágenes Mariana Yampolsky mantiene vivo un México que no quisiéramos olvidar nunca.

Caminando por los amplios pasillos del soberbio colegio, llegamos a las salas en donde se exponen planos, maquetas, fotografías y videos sobre la obra de Ricardo Legorreta, uno de los arquitectos más importantes de nuestro país y que ha dejado huella en la imagen urbana de nuestra ciudad. Aparentemente entramos a un mundo opuesto al de Mariana Yampolsky, pero la realidad es que los dos artistas comparten los mismos principios esenciales y un profundo amor a México, que se expresa en toda su obra.

En esta retrospectiva se pueden apreciar las distintas etapas en la trayectoria profesional de Legorreta, y lo que él mismo califica como las constantes en su obra, en la que sobresale el color. La espléndida museografía incluye obras de arte, ya que el arquitecto ha integrado desde sus primeros trabajos pinturas y esculturas. Baste recordar las que embellecen el hotel Camino Real: Pedro Coronel, Mathias Goeritz, Pedro Friedberg, Alexander Calder y Rufino Tamayo. En la exposición se pueden admirar cuadros de estos artistas y varios otros con los que ha trabajado desde el diseño del proyecto.

El antiguo colegio jesuita es un marco perfecto para la retrospectiva de Legorreta, ya que él fue el autor de la magnífica restauración que adaptó el edificio hace tres lustros, para que funcionara como un espacio para grandes exposiciones temporales. Como detalle especial de la muestra, el arquitecto diseñó en el patio de Pasantes un pabellón que recorren los visitantes y permite sentir la emoción que provocan los espacios que crea.

Si se quiere deleitar con la obra real, lo conveniente al salir de la exposición es caminar o treparse en un carrito-bicicleta y trasladarse a la cercana Alameda, en donde podrá admirar, en vivo y a todo color, los edificios que construyó en la flamante Plaza Juárez. Sin duda era un reto diseñar unas construcciones contemporáneas que se integraran armónicamente con el entorno de carácter virreinal, con su toque decimonónico y su "modernidad" del siglo XX. El lo considera "la experiencia más difícil" que ha tenido desde el punto de vista de restauración, comenta en una entrevista que dio a la Guía para Caminantes: "Era necesario hacer un México contemporáneo en las inmediaciones del Centro Histórico, con necesidades totalmente diferentes, pero con la premisa de mantener la continuidad de cultura".

En el edificio que va a ser la sede de la Secretaría de Relaciones Exteriores, sobresale un enorme cubo de cristal que rompe el juego de decenas de pequeñas ventanas cuadriculadas, pintado de color tezontle; a su lado se levanta, en color mamey, el que va a alojar al Tribunal Superior de Justicia, también con un original diseño. Las imponentes construcciones rodean la espectacular fuente de pirámides de Vicente Rojo y el antiguo templo de Corpus Christi, obra del arquitecto Pedro de Arrieta, el Legorreta del siglo XVIII, construcción que esta "envuelta" por un edificio del arquitecto José Villagrán, uno de los mejores de las décadas de los 40 y 50 del siglo XX, precursor del funcionalismo y maestro de muchos de los mejores arquitectos contemporáneos.

Tras este banquete visual se impone el gastronómico. A unas cuadras, en la Plaza de la República, junto al Monumento a la Revolución, se encuentra el restaurante Puerto Chico, que ofrece magnífica comida española. Entre los platillos estrella sobresalen para botanear los pimientos del piquillo rellenos de chipirones, acompañados de una manzanilla bien seca. Para iniciar la comida cae muy bien el caldo de gallina con garbanzos o si no tiene noche de romance, la sopa castellana de ajo. El cordero asado es sabrosísimo o más ligero el extraviado al cilantro. De postre hay la clásica crema catalana o la leche frita.

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