Usted está aquí: domingo 16 de octubre de 2005 Opinión El jardinero fiel

Carlos Bonfil

El jardinero fiel

Ampliar la imagen Ralph Fiennes (izq.) en una escena de la cinta de Fernando Meirelles FOTO Mar�Luisa Severiano Foto: Mar�Luisa Severiano

En su primera incursión hollywoodense, el realizador brasileño Fernando Meirelles (Ciudad de Dios), eligió la adaptación hecha por el guionista Jeffrey Caine de El jardinero fiel (The constant gardener), novela de John Le Carré plagada de intrigas internacionales y romance, con una vigorosa denuncia de las operaciones de trasnacionales farmacéuticas en los países en desarrollo. El proyecto fílmico era ambicioso. ¿De qué modo equilibrar una historia de amor convencional (el largo duelo de un hombre que pierde a la esposa a la que no supo comprender cabalmente), y el cuestionamiento de una realidad inocultable, la voracidad de corporaciones que han demostrado el mayor desdén ante el sufrimiento humano cuando se trata de incrementar sus ganancias?

Ambientada en Africa, en diversas partes de Kenia y Sudán, El jardinero fiel relata la toma de conciencia del diplomático inglés Justin Quayle (Ralph Fiennes), luego de la muerte (ejecución) de su esposa Tessa (Rachel Weisz), activista empeñada en denunciar la manera en que una farmacéutica, la KDH, ensaya mediante su representante comercial, Three Bees, un nuevo medicamento contra la tuberculosis (la Dipraxa) en poblaciones menesterosas, a las que toma como conejillos de indias, sin preocuparse por los efectos secundarios del fármaco (esterilidad, deformaciones congénitas, muerte). La divisa de la corporación es elocuente: "El mundo es nuestra clínica", y no lo es menos el razonamiento de uno de sus representantes al evocar posibles pérdidas humanas: "No estamos matando a nadie que no tuviera que morir de cualquier modo".

El novelista Le Carré, y a su modo el cineasta Fernando Meirelles, aluden en realidad a la catastrófica situación del sida en Africa, y a la manera en que la población más afectada del mundo se ve privada de los medicamentos que pueden prolongar sus vidas, debido a sus costos excesivos. La alusión incluye anteriores experimentos poco éticos con mujeres africanas a las que se les aplican drogas potencialmente tóxicas. Coacción económica, información nula, engaños y complacencia de las autoridades locales, todo esto constituye así una red de complicidades que la joven Tessa Quayle pretende desenmarañar y exponer, en contraste con la pasividad de su marido, interesado únicamente en su labor diplomática y en el celoso cuidado de sus jardines.

Fernando Meirelles presenta, desde las primeras escenas, la ejecución de la esposa. Lo que sigue es el esfuerzo de Justin por esclarecer lo sucedido, disipar las sospechas de un posible adulterio, conocer más a fondo a su mujer, e involucrarse de lleno en la búsqueda iniciada por ella. Esta toma de conciencia nerviosa, trágicamente heroica, y al parecer estéril, conduce al protagonista por los meandros de la corrupción local, la indolencia de las autoridades británicas (interesadas en proteger los intereses de las corporaciones), y la impotencia de algunos médicos africanos, de quienes sería emblema el personaje de Arnold Bluhm (Hubert Kounde), colaborador cercano de Tessa.

La cinta procede a la manera de un thriller de narración fragmentada, con recurso insistente al flash back, linduras prescindibles como los planos inclinados y la saturación cromática, y un montaje agitado que remite a la propia Ciudad de Dios o a Búsqueda frenética (Frantic, 1988), de Roman Polanski. Hay una captura elegante del paisaje local que evita lo pintoresco para incluir el ajetreo urbano africano y los barrios miserables como elementos dramáticos de la historia, y ya no como meros clichés publicitarios de Médicos sin fronteras u organismos afines. La insistencia del realizador en el aspecto romántico del relato (duelo, penitencia, redención del protagonista) hace de El jardinero fiel una película fuertemente sentimental, que deja apenas esbozada una posible denuncia incisiva de las corporaciones farmacéuticas. Meirelles cumple bien su cometido inicial de combinar intriga y romance en un relato absorbente, aunque el contexto social elegido era material idóneo para una cinta más audaz, más arriesgada.

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