Sobre la información y la coyuntura
En nuestro días, el hábito, la atracción y, en algunos casos, la adicción por la inmediatez y la simultaneidad de los acontecimientos e imágenes han propiciado que en el terreno de la información y los medios de comunicación se privilegie la circunstancia en detrimento de lo estructural; el vacío y lo inocuo se sobreponen al contenido y a la reflexión. Y no puede ser de otra manera, cuando la revelación, transformada en formidable arma política, hace del argumento el elemento accesorio, sea en la política, sea en cualquier otra actividad. Lo que vende, lo que impacta, a fin de cuentas lo que importa, es el daño causado al otro.
Se me dirá que ésa ha sido la política de siempre en México, en el mundo. Que lo mismo pasa con el Partido del Trabajo en Brasil que con el representante y líder de la mayoría del Partido Republicano en Estados Unidos en el Congreso, De Lay. Que por cierto también tenemos noticias abundantes de gobiernos latinoamericanos y de Europa, de la Rusia post socialista sobre los abusos de los gobernantes, funcionarios y representantes. No obstante, no es posible observar con ansiosa expectación la aparición o la llegada de la nueva revelación, de las inéditas imágenes de los paladines de la democracia y el servicio público, defenestrados por su ambición y la falta de controles y transparencia en el ejercicio del servicio público.
Es cierto que en México y en el mundo mucho se ha avanzado en el terreno legal y de organización para el acceso a la información, pero faltan también numerosos ámbitos de la sociedad que quedan bajo la penumbra de los intereses y los controles. Sean sindicatos o empresas, como personas o como organizaciones, lo cierto es que no se puede persistir en el camino de la incongruencia. Pedir allá, pero no aplicar acá; la transparencia es una de las características de las sociedades contemporáneas que pueden acercarse a sistemas menos polarizados. La capacidad para el ejercicio del voto va de la mano de quiénes estamos escogiendo y por qué.
Quizá, y en un exceso de escepticismo, vivimos un proceso donde la práctica de la política, lejos de ser terreno propio de iniciados, sea un campo donde se requiera una nueva concepción del ejercicio del poder y los fines del mismo. Si la propiedad y el control siguen siendo las referencias y el parámetro, andaremos indudablemente en la ruta del desastre. El comprensible hartazgo social, al que bastantes medios de comunicación contribuyen sin la menor intención de ofrecer opciones, nos depara una crisis, sin duda la más grave: de confianza.
Por todo esto observo con detenimiento y atención las reacciones no de los consumidores habituales de información e imágenes, sino de los transmisores de esa misma información e imágenes. Buscar y hasta forzar la aparición de una declaración, para así ir en pos del botín codiciado de la transmisión en directo de un pleito, de un grito, un insulto o de la descalificación, a fin de cuentas, de la exaltación de la polarización. Por ese camino ninguna sociedad puede aspirar razonadamente a sistema político alguno, cuyos soportes sean la ley, el respeto de la libre expresión ni tampoco, por cierto, a una misma sociedad tolerante y dispuesta a aceptar a la diversidad como esencia de la pluralidad.
Más que festinar lo que ahora sucede en el ámbito de la coyuntura política nacional tendríamos que reflexionar en torno a nuestros errores. Porque es evidente que sin propuestas viables, accesibles, lógicas y, principalmente, susceptibles de ser aplicadas, seguiremos navegando en las aguas de la inocencia y la ignorancia; estemos atentos a lo que sigue. Las opciones para construir un sistema plural depende también de la sociedad y ciudadanos que constituimos los colectivos. Aún tenemos condiciones para propiciar los ajustes que requerimos.