Mucho ruido y pocas nueces en la ópera Mis dos cabezas...
El termómetro popular revela baja asistencia a actos del FIC
Guanajuato, Gto., 16 de octubre. El punto neurálgico de cualquier Festival Internacional Cervantino (FIC) es el pedazo de calle que separa el Teatro Juárez de Casa Valadez, el restaurante donde todas las tardes llegaba Enrique Ruelas, pilar de esta fiesta cultural, a tomar café y departir con quien estuviera.
La densidad humana de esos cuantos metros cuadrados sirve de termómetro para saber cómo anda la afluencia de público al festival. Es decir, si todo el mundo está parado como en una gran lata de sardinas y resulta imposible avanzar ni siquiera centímetro por centímetro en medio de la multitud, entonces hay mucha gente. Pero si la travesía hacia el Jardín de la Unión o la Plaza de la Paz se vuelve factible, entonces es baja la cantidad de visitantes.
Anoche, una de las jornadas más movidas del Festival, el gentío afuera del Teatro Juárez, aunque menos que en años bastante anteriores, contrastó con el público que llegó al recinto, que no eran pocos, pero tampoco alcanzaron a llenar el máximo foro artístico de esta ciudad.
Asistían a la segunda función de Mis dos cabezas piensan peor que una, de Juan Trigos, descrita como una "ópera de hemoficción en tres actos para cantantes, actores, músicos en escena, coro y orquesta sinfónica".
La coproducción Croacia-Italia-México contaba con una cantidad impresionante de recursos como, por ejemplo, el respaldo musical de la Orquesta de Zagreb y el Coro Iván Goran Kovacic. La música es obra de Juan Trigos R. (1965), quien también dirige la orquesta.
Escudriñando el programa de mano se lee que Juan Trigos S., al parecer padre de Juan Trigos R., es el creador de la corriente estética de "hemoficción" entendida como "literatura lúdica y de búsqueda que refleja el sangrar de la conciencia en cantidad de espejos donde se contemplan con horror las mil caras del infantilismo personal".
Lo que no trae el programa de mano es una sinopsis de la historia, que combina la borrachera con el deseo de Salomé de hacerse de la cabeza de Juan Bautista. Sobre el fondo del escenario se proyectaba a modo de audiovisual un sinfín de pinturas también dentro de la corriente estética de hemoficción, del artista Luciano Trigos.
Es de imaginarse que pocos en el público entendieron lo que sucedía ante sus ojos, porque buena parte abandonaron el teatro al término del primer acto. Los que se quedaron aguantaron de manera heroica los siguientes dos actos.
Sin embargo, nunca hubo un momento culminante. Si Juan Bautista fue decapitado, al final de la obra apareció con la cabeza muy bien puesta. Como dice el refrán popular: mucho ruido y pocas nueces.