En Ritos de luz y tinieblas recorre música y estilos desde Stravinsky hasta The Doors
El Ballet Nacional de México deja constancia de su madurez creadora
El Ballet Nacional de México volvió a dejar clara la madurez artística de sus integrantes y la gran calidad que ha alcanzado como colectivo con Ritos de luz y tinieblas, función que estrenó el sábado y domingo pasados en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario.
Luego de realizar una gira en septiembre por Tabasco y Quintana Roo, el grupo dirigido por la maestra Guillermina Bravo presentó dos únicas funciones en el recinto universitario, con buena asistencia del público.
Apoyado por un trabajo de iluminación muy efectivo en la creación de atmósferas, el ballet radicado en Querétaro comenzó el programa con Sol y sombra, de Bárbara Alvarado, con música de Agustín Lara, Arturo Pavón, Berna- bé de Morón, Caetano Veloso, Paco de Lucía y Elliot Goldenthal.
En esta pieza los ritmos españoles y latinos fueron utilizados por las cuatro parejas de bailarines para crear una espiral de movimientos fuertes y bien marcados, como en la ilusión óptica que produce la caligrafía árabe, en una serie de giros que parecían no terminar.
La segunda coreografía fue Cuatro solos y un accidente, original de Jaime Blanc. Con el fondo de Ute Lemper interpretando canciones en alemán, inglés y francés -incluida Alabama song de The Doors-, el espacio de la sala Covarrubias se transformó en una especie de manicomio o prisión donde un grupo de internos son obligados a confesar sus deseos en una silla, objeto que se convierte en el vértice de toda la acción.
Uno por uno comparecen ante sus interrogadores, con actitudes que parecen ir de la culpa y el sufrimiento a la melancolía por lo perdido. Pero el esquema se desbarata cuando el último de los interrogados, con un aire juguetón y perverso, recrea sus pecados y los vigilantes pierden la cabeza. Al final gana la locura y el placer.
Tras un breve intermedio se presentó el "plato fuerte" de la noche: La consagración de la primavera, también de Jaime Blanc, con música de Igor Stravinsky.
Esta obra sinfónica cuenta la historia de una comunidad primitiva unida en torno al mito de la mujer como origen de la fertilidad del mundo, que se desata y evoluciona gracias a una ceremonia sacrificial.
Durante el cierre de la función es cuando más queda de manifiesto el nivel de trabajo del Ballet Nacional de México.
Además de la coordinación y el ritmo mostrado por todos los bailarines, destaca la fuerza con que ejecutan cada movimiento para lograr pasajes realmente emocionantes, como el final de la pieza, cuando la comunidad y sus ancestros levantan en vilo a la mujer elegida como dadora de vida.
En este reto escénico, considerado por muchos como la obra musical más revolucionaria de la historia, -estrenada en 1913 con coreografía de Vaslav Nijinsky- participaron todos los bailarines de la compañía: Carlos Campillo, Héctor Dorantes, Shaulah Flores, Yasmín Hernández, Claudia Herrera, Beatriz Juan-Gil, Ricardo López, Sergio Morales, Luis Martín Reséndiz, Quetzal Santiago, Flor Tinoco, Jesús Tussi, Raúl Almeida, Antonia Quiroz y Bárbara Alvarado.
Al final de la función del sábado no se realizó ningún acto con la maestra Bravo ni el titular de la Dirección de Danza de la UNAM, Cuauhtémoc Nájera, por lo que no hubo oportunidad de saber de primera mano cómo ha evolucionado la restructuración del ballet, fundado en 1948.