Quentin Clewes, la escritora que fue escritor
Ante la sobrepoblación moderna del arte creado y reproducido en la prisión mercadológica y las modas, donde mucho de lo que brilla es basura, existen obras ignoradas, inaparentes, secreto de pequeñas cofradías fieles, que poseen todos los atributos para ser consideradas "obra maestra". A esta melancólica categoría pertenece Jetlag, la novela de Quentin Clewes que sólo conoce una edición (Marsilio Publishers, Nueva York, 1995), póstuma por cierto. Fresco familiar, viaje a la memoria y el siglo, entre Rusia, Francia, Italia y la costa este de Estados Unidos, Jetlag posee muy pocos pero precisos referentes literarios: Marcel Proust, Vla-dimir Nabokov, el Her-mann Broch de La muerte de Virgilio.
Los problemas como autor de Clentin Clawes son varios, empezando porque él no es él, sino ella, y su nombre verdadero es Annapaola Cancogni, quien, siendo italiana, escribió en inglés con rara belleza, digna tal vez de Djuna Barnes. Quentin y Annapaola murieron en 1993, cuando ella tenía 49 años, enseñaba literatura comparada en Boston, había escrito un audaz estudio sobre la identidad (El espejismo en el espejo: "Ada" de Nabokov en su pre-texto francés, 1985), ejercía el trabajo crítico con filo ídem y traducía naturalmente entre italiano, francés e inglés (por ejemplo Obra abierta de Umberto Eco, El baile del conde de Orgel de Raymond Radiguet y Mi método de Roberto Rosellini). Sus contemporáneos la describen "carismática".
A través de su pluma, Quentin Clewes escribió, hasta donde se sabe, una novela y una serie de relatos. Annapaola había emigrado a Estados Unidos ("siguiendo los pasos de su admirado Nabokov", dicen sus editores) y pronto ya sólo escribió en inglés, lengua por la cual sintió una fascinación sin nada que ver con la embriagadora lingua franca globalizada que padecemos hoy. Digamos que creó su propio idioma para la recreación de un mundo que le urgía expresar, y sólo el inglés literario le ofreció los medios que necesitaba.
Sin una identidad precisa más allá del "yo", los personajes-narradores de Clewes/Cancogni se mueven en un mundo intenso, abigarrado en los detalles, y también etéreo. Uno nunca sabe bien si habla un hombre o una mujer, de voz y mirada tan abarcadora como la de Proust, y tan prismática como la del primer Pasternak. Esto ocurre en Jetlag, y en sus relatos Salammbó, Ella (ambos editados en Florencia el año de su muerte, en traducción -al italiano- de su hermana Franca Cacogni), y Lepsang Souchong, historia china que transcurre en Nantucket y se publicó en 1996.
En italiano, como en castellano, los verbos remiten al género (o sexo) de la persona que los ejecuta. En inglés, los verbos no se conjugan ni declinan, y carecen de género gramatical. Esta ambigüedad permitió a Clewes disimular la identidad de sus personajes, si bien tienen un fuerte aroma femenino (en nada ajeno a Proust) que más que delatar, enmascara y multiplica el misterio y la seducción.
En Jetlag, la voz del niño/niña recupera olores, paisajes, trayectos, y sobre todo las personas que le rodearon en el interminable proceso de pérdida que es vivir: unos mueren, otros se van o quedan atrás.
Los retos de la verdad humana. "Pero la respuesta no era lo de mayor importancia. Lo que importaba era mi búsqueda de una", nos dice la voz narradora, sumergida en un ingobernable mundo de adultos.
Hay un interlocutor aun más ambigüo que el propio narrador: un gemelo (o gemela) que debió morir al nacimiento. Real o no, ese "otro" justifica las escisiones del/la protagonista único de Jetlag, y confiere sentido al ajetreo de padres, tíos, ayas, jardineros, preceptores, antepasados y conocidos en uno y otro lado del Atlántico (el mareo entre los tiempos de "allá" y "acá" que alude el título de la novela).
En su introducción a Salammbó, "El velo de la princesa", Guido Fink señalaba el uso de la máscara como alter ego del autor. Ron Banerjee, en su ensayo sobre Cancogni La musa del exilio, agrega el rol del seudónimo en todo esto, algo que por obvio parecería resuelto. "Si transgredo esa convención de reticencia es porque en este caso el seudónimo es menos una pretensión de anonimato que una invitación al descubrimiento, como indica el juego de palabras Clewes y clues" (en inglés: claves, pistas).
La novela posee una belleza sobrecogedora. Casa de palabras-río, barco, océano, concreción de la memoria y los sentimientos más incomprensibles. En tanto arte, sus páginas son el mundo, el objeto artístico, la cosa misma.
Viaje al siglo veinte a través del dieciocho y el diecinueve, Jetlag recorre la historia, las geografías mental y física, y los novelescos vínculos familiares. Una odisea del lenguaje: a la larga, lo único que importa en literatura. La búsqueda de una respuesta antes que la respuesta.