Usted está aquí: martes 18 de octubre de 2005 Opinión Otra fundamentalista a la Suprema Corte

Molly Ivins

Otra fundamentalista a la Suprema Corte

Austin, Texas. O-oh. Ahora sí estamos en problemas. No se requiere mucha percepción para leer las hojas de té respecto de la designación de Harriet Miers. Por principio de cuentas, ha sonado la hora del búnker en la Casa Blanca. El principal atributo de Miers para el puesto es su lealtad a George W. Bush y al equipo. Lo que significa en términos más amplios para la justicia y la sociedad es el quinto voto que se necesita en la Corte para derogar el criterio sentado en el caso Roe v. Wade, la histórica decisión que en 1973 sostuvo el derecho a la libre elección sobre el aborto.

Aparte de ese molesto asuntito, el nombramiento de Miers es como el de John Roberts: pudo haber sido peor. No tan malo como el de Edith Jones o el de Priscilla Owen... y deberían ustedes ver a algunos de nuestros jueces de Texas.

Miers, como el propio Bush, es una clásica conservadora del establishment texano, con el agregado del fundamentalismo cristiano. Por fundamentalista me refiero a alguien que cree tanto en la infalibilidad de la Biblia como en la salvación por la sola fe. Pertenece a la iglesia cristiana Vista del Valle de Dallas, a la cual asistió por lo menos durante dos décadas antes de mudarse a Washington, hace cinco años. Entre otros miembros de esa congregación está Nathan Hecht, de la Suprema Corte de Texas, a quien se considera el más recalcitrante juez antiabortista de ese tribunal después de Priscilla Owen.

Dicen amigos de Miers que ella estaba por el derecho a elegir cuando era joven, pero cambió de opinión por cierta experiencia cristiana. Los que lo contaron no la conocían lo bastante bien para saber si fue una experiencia de volver a nacer o simplemente una concepción teológica diferente.

Miers contaba con el apoyo de las feministas cuando se postuló por primera vez a la barra de abogados de Texas, aun cuando sabían que se oponía a la libre elección. En ese tiempo esa barra era mucho más conservadora que la nacional estadunidense y a veces amenazaba con retirarse de ella. A Miers se le consideraba moderada en cuanto que no deseaba separarse de la barra nacional, sino que postulaba un cambio en la postura de la organización sobre el aborto: quería que se declarara neutral.

Una de las principales simpatizantes de Miers era Louise Reggio, abogada feminista muy admirada en Texas. Los grupos de abogadas favorecían a Miers pese a su postura antiabortista porque era una candidata aceptable para el establishment, lo cual la hacía elegible como mujer.

A veces llevaba candidatas a jueces a su prestigiado bufete Lidell y Sapp para la obligatoria sesión de presentaciones, e incluso hacía donaciones de campaña a candidatos demócratas. Las dos conductas eran apropiadas según los convencionalismos de la ciudad de Dallas y la política judicial, sobre todo en los ochentas. La política de la ciudad no era partidista y, más o menos como el té en Texas (¿con o sin?), venía sólo en dos sabores: establishment o un poco menos establishment. Miers califica como establishment arquetípica, pese a "ser una chica", como algunos de los dinosaurios dicen todavía. El leve matiz feminista es un adorno

Se postuló al ayuntamiento de la ciudad en 1989 como moderada, pero batalló durante su entrevista con la coalición lésbico-gay (por entonces hasta presentarse a la reunión se consideraba progresista.) En ese tiempo el departamento de policía de Dallas no contrataba gays ni lesbianas y, cuando se le preguntó sobre esa política, Miers contestó que el departamento debía contratar al personal más calificado, clásica respuesta evasiva. Cuando se le presionó, dijo que creía que uno debería tener derecho legal a discriminar a los gays, y dos funcionarios de la organización recuerdan que la respuesta tenía que ver con creencias religiosas.

En su página web, la iglesia de Miers sostiene la creencia en la infalibilidad de la Biblia, el bautismo por inmersión total en agua, el pecado original y la salvación basada en la aceptación total de Jesucristo. Todos los demás se van al infierno.

Durante años he dicho que al comentar sobre personas que tienen vida pública "no escribo sobre sexo, drogas o rocanrol". También preferiría no opinar sobre la religión de los que tienen vida pública, pues la considero asunto privado. La Constitución consagra la separación de la Iglesia y el Estado porque este país fue fundado por personas que habían experimentado tanto persecución religiosa como religiones impuestas por el Estado. Me parece que el mensaje pronunciado por John F. Kennedy ante los ministros bautistas en 1960 debe servir de modelo de la forma en que los servidores públicos deben manejar la relación entre creencia religiosa y servicio público.

Ahora, sin embargo, estamos rodeados de personas que insisten en llevar la religión al gobierno, y que a su vez se sienten rodeadas de personas que quieren "sacar a Dios de la plaza pública". Esta división ha sido creada en parte y sin duda agravada por quienes procuran ventajas políticas. Es la receta para una grave e increíblemente dañina división en este país, y me parece que todos necesitamos pensar mucho y con detenimiento antes de hacer cualquier cosa para empeorarla.

Así lo dice una cita de 1803, atribuida a James Madison: "El propósito de la separación de la Iglesia y el Estado es alejar para siempre de estas costas la incesante pugna que ha empapado en sangre durante siglos el suelo de Europa".

© 2005 Creators Syndicate Inc.

Traducción: Jorge Anaya

 
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