Usted está aquí: martes 18 de octubre de 2005 Política Miseria

José Blanco

Miseria

Los mismos hechos vuelven otra vez, tercamente: en cada fenómeno meteorológico algunos de los pobres son medianamente atendidos con las migajas de las clases medias y la propaganda de los ricos presumiendo de altruistas con sus sobras para los afectados. Los pobres de Veracruz y sobre todo de Chiapas han sido duramente azotados por Stan y, como siempre, la ayuda es magra y tardía en la mayoría de los casos.

Los pobres hacen sus chozas en lugares de alto riesgo y con materiales precarios, y ningún gobernante se atreve a decirles no. Se ahorran un problema político hoy y, ya mañana, se lucirán organizando brigadas de auxilio, se pondrá en marcha el Plan DN-III, se solicitará la ayuda de la población civil, se abrirán cuentas bancarias, nos ahogará el orgullo por nuestra solidaridad, el Presidente dirá que todo se atenderá (aunque se pueda ir de gira como esta vez hizo Fox), mientras otras noticias van dejando en el olvido el último desastre. Así, hasta el próximo huracán, tsunami, terremoto o deslave.

Como es evidente, el Centro de Prevención de Desastres no puede prevenir nada, pero ya vienen las ganancias para quienes se ocupen de reparar caminos, puentes, escuelas y hagan negocios con la ayuda a los damnificados de siempre.

"Modelos" económicos vienen y van, abiertos o cerrados; los organismos internacionales sin descanso llevan a cabo agudos estudios sobre la pobreza y formulan recomendaciones para superarla; pero ésta persiste, mientras la opulencia adquiere el perfil de un zepelín.

Iniciativas sobre la pobreza abundan. La ONU posee diversos programas, la OCDE tiene los propios, las "cumbres" de esto o aquello se "comprometen" con destinar tanto más cuanto de su producto interno a la ayuda internacional contra la pobreza; pero nada cumplen y la pobreza se extiende sin freno.

En 1998 un grupo de más de 200 científicos sociales europeos hizo llegar a la presidencia del Parlamento Europeo en Bruselas lo que llamaron la Declaración de Amsterdam, donde recordaban a los responsables de las decisiones políticas y a los ciudadanos que el enfoque europeo de desarrollo debía considerar la justicia social de manera indisolublemente asociada al crecimiento económico y la competitividad. Desde entonces la justicia social, el crecimiento económico y la competitividad, de los países pobres, han imitado al cangrejo.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial se crearon grandes instituciones financieras internacionales, cuyo fin era impulsar el crecimiento económico, la estabilidad política y aliviar la miseria del mundo; pero a la fecha los resultados son abrumadoramente insatisfactorios y han llevado a esas instituciones a experimentar una crisis de identidad que pone en cuestión su viabilidad misma.

Las dificultades estriban no sólo en que las condiciones iniciales del contexto en el que fueron fundadas no existen más. Por ejemplo, los tipos de cambio fijos de la posguerra finalizaron entre 1971 y 1973, cuando Nixon decidió dar por terminada la convertibilidad del dólar en oro. En ese momento el FMI dejó de funcionar como un proveedor de liquidez para financiar desequilibrios temporales en la balanza de pagos, para convertirse en una institución responsable de administrar crisis financieras en países emergentes y en un prestamista de largo plazo de países en desarrollo. ¿Cómo lo ha hecho? No lo podía hacer peor.

Que hable América Latina; que lo haga Brasil, México o Argentina: las decisiones del Fondo no sólo no solucionaron nada, sino profundizaron la pobreza histórica y la que ha sido producto de la rapiña internacional capitalista.

El manejo de corto plazo de las crisis que han hecho las instituciones internacionales, el FMI en particular, es excesivamente costoso, su respuesta es generalmente tardía y lenta, sus apreciaciones con frecuencia son perfectamente incorrectas, así como sus intrusos esfuerzos para determinar las políticas de gobierno de los países pobres.

Falta agregar la rapiña interna de señores del dinero, que en cada crisis económica se enriquecen más, como ocurrió con los latrocinios sin medida del Fobaproa-IPAB, empobreciendo más a los pobres. Nada los detiene, y la legislación está hecha para que nada les ocurra. Entre tanto, la clase política, a veces también directamente beneficiada por esos latrocinios, opera bajo su propia lógica (política); por tanto no hace frente a las "poderes fácticos" del dinero y no crean las leyes que impidan y castiguen a los ladrones millonarios; entre tanto ladroncillos pobres pueblan las cárceles de México.

La pobreza, así, se vuelve objeto de sesudos estudios económicos y sociológicos, o se trasfigura en vergonzosos teletones, o se trueca en limosnas de damas y caballeros "filantrópicos", o se convierte en maras, raterillos, secuestradores, peones del narcotráfico, payasitos, prostitutas, carne de cañón del populismo, alcoholismo, drogadicción, mujeres golpeadas, depresión, suciedad, enfermedad, desgracia, infortunio, miseria de miserables de los siglos.

 
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