¡Qué difícil es la democracia sindical!
Escribo, a mano, dentro del local donde en este momento, las ocho y media de la noche del viernes 14 de octubre, se va a celebrar el Congreso del Sindicato Nacional de Trabaja-dores del Seguro Social (SNTSS) que oirá el informe de Roberto Vega respecto del resultado de las conversaciones con el IMSS con motivo de la revisión del contrato colectivo de trabajo y el posible estallido de una huelga, mañana sábado a las 24 horas un segundo o, si les parece mejor, en el primer segundo del día 16.
Las conversaciones con el IMSS culminaron la misma mañana del viernes con la presencia en el sindicato del director del IMSS, Fernando Flores, después de múltiples reuniones en las que la comisión revisora sindical atendió las reformas administrativas y económicas. Una comisión especial -la sabiduría antigua y actual de Miguel Angel Sáenz Garza, antiguo secretario general; las facilidades numéricas del actuario Paco Aguirre y las mañas jurídicas de Arturo Alcalde y quien esto escribe- discutió con ilustres abogados y funcionarios del IMSS del otro lado el problema de las reformas al Plan de Jubilaciones y Pensiones. Se redactaron los documentos.
Todo estaba armado. Una reunión vespertina con todos los delegados permitió a Roberto Vega contar con su apoyo absoluto, una vez informados de los términos de la solución. Pero faltaba lo esencial: la decisión del congreso que, de ser favorable al acuerdo, tendría que dar fin al conflicto.
Hago trampa. Anoche escribía, en plena espera y a mano. Hoy rescribo en mi computadora con los hechos consumados, afortunadamente consumados, pero vale la pena recordar las cosas. Obviamente ya no es el mismo.
El problema no era fácil. La democracia sindical -no puede haber otros procedimientos- obliga a que los acuerdos se tomen por los trabajadores o sus delegados. Y resulta que un grupo importante, supuestamente de trabajadores del IMSS -en realidad parece ser que eran una minoría acompañada de violentos amigos de una invocada izquierda radical-, había bloqueado los accesos al local desde tres días antes y atravesar la frontera para llevar a cabo el congreso parecía una aventura riesgosa y difícil.
Embarcamos en autobuses de alguna línea de servicio. El uso constante de celulares, la conducta especial de algunos agentes de seguridad, el tono de las conversaciones reflejaba la preocupación de que nuestro ingreso y de muchos de los delegados pudiera provocar violencias lamentables.
Las noticias eran alarmantes. El número de los que rodeaban el local del congreso era muy alto. Se avisaba a la policía y se esperaba su intervención eficaz. Por supuesto que no demasiado eficaz.
Hubo altos en el camino, espera inquieta en calles cercanas, conversaciones en grupos pequeños, caminatas en solitario. Pero al fin y al cabo los mensajes hacían pensar que entrar por una puerta lateral podía ser la solución.
El autobús no pudo entrar. A unos 200 metros de esa puerta iniciamos el camino a pie, con porras violentas de los inconformes. El paso acelerado se convirtió en galope. El grupo de adelante quedó automáticamente rodeado de granaderos. Arturo Alcalde y yo atravesamos violentamente ese nuevo obstáculo granaderil y pudimos pasar la puerta y entrar, ¡por fin!, a nuestro destino.
La larga lista de asistencia mostró la presencia de 930 delegados sobre los previsibles 936. Roberto Vega, claro y conciso, dio a conocer los términos del arreglo posible. No lo repito porque ya es público y notorio. Aplausos por aquí y chiflidos por allá. Una invitación al diálogo sin voluntarios aparentes y una porra violenta que exigía que de una vez se tomara la votación. "Votación, votación..."
Roberto, con buen tino, ordenó la votación: fue, sin duda, el momento más emocionante. Dos audaces colaboradores, micrófono en mano, cruzaron los pasillos contando, de uno en uno, en voz alta, los votos.
Testigos ante una pantalla grande de televisión en un cuarto de arriba, los asesores y algunos amigos seguimos con emoción no tan contenida el avance del proceso. Al llegar a 470 votos favorables, cifra ya definitiva, se oyeron aplausos y mucho más cuando el final, a favor del arreglo, fue de 603 votos. De todas maneras se contaron los votos en contra: 285.
Después siguió una interminable sucesión de discursos, con seria escasez de buenas razones. Todo concluyó alrededor de las tres de la mañana. En ese momento el problema era salir.
Los granaderos, dicen que 800, cumplieron cabalmente con su función. En los mismos autobuses fuimos abandonando el local. Cansados, emocionados, eufóricos. Muchos opositores mantenían su presencia a pesar de la hora. No faltaron los gritos violentos.
La conclusión es obvia. ¡Qué difícil es la democracia sindical! Pero qué buen ejemplo de ella ha dado el SNTSS. Un fortísimo abrazo para todo su comité ejecutivo y para quienes, conformes o disconformes, hicieron valer su derecho a opinar y votar. Un abrazo especial para Roberto Vega Galina.