Usted está aquí: miércoles 19 de octubre de 2005 Opinión El cardenal, Abascal y la desobediencia civil

Bernardo Barranco V.

El cardenal, Abascal y la desobediencia civil

El llamado a la desobediencia civil del cardenal Norberto Rivera es una provocación al Estado laico mexicano, al reiterar así, de manera abrupta, su rechazo absoluto a la iniciativa de análisis en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal para legalizar la eutanasia. Probablemen-te la parte más polémica de su homilía se centra en que cuando un gobierno "... se opone abiertamente a los derechos humanos fundamentales, entonces hay que negarle la obediencia... si los lineamientos de las autoridades se oponen a los derechos divinos, debe entrar la segunda limitación del poder civil, sancionada por la sentencia de Jesús: 'Dad a Dios lo que es de Dios'".

El vocero de la Presidencia de la República cuestiona tibiamente dichas declaraciones, mientras la postura del cardenal recibe el apoyo de Carlos Abascal Carranza, que sin duda desatará reacciones mayores porque es la primera vez en la historia moderna de México que un secretario de Gobernación avala la supremacía del derecho natural sobre el positivo y bajo la figura de la "objeción de conciencia", jurídicamente inexistente en México, trata la desobediencia civil.

Considero más preocupantes las declaraciones del secretario Abascal, quien se detenta jusnaturalista frente al derecho positivo imperante en este país desde las leyes de Reforma. Postura válida para un individuo, pero no para un hombre de Estado ni mucho menos para un secretario de Gobernación. Sin dramatizar, es innecesario jugar con fuego: ahí están en la memoria simbólica de este país las dos grandes guerras fratricidas. Tanto en la guerra de Reforma, siglo XIX, como en la cristera, siglo XX, la fe y la política, la religión y la lucha armada se fanatizaron.

Ya lo habíamos advertido en este espacio. En la reorganización estructural de la Conferencia Episcopal Mexicana (CEM), durante la 79 asamblea de los obispos, la Iglesia católica se perfila para afrontar debates sobre la moral pública y dar la batalla por el tutelaje de los valores sociales como hipótesis central de posicionamiento social. Postura alentada de manera reiterada por el actual papa Benedicto XVI durante la visita ad limina que realizaron los obispos mexicanos en septiembre pasado a Roma.

La desobediencia civil del cardenal Rivera retoma el tomismo clásico basado en la doctrina de los poderes, en que el poder temporal debe ser sometido por el poder espiritual, y que marcó la vida de la Iglesia desde el siglo X con el delirio de las cruzadas. Tesis que por cierto utilizó el ultratradicionalista monseñor Lefebvre para deso-bedecer a Paulo VI con el fin de acatar los dictados del Concilio Vaticano II y orquestar uno de los movimientos cismáticos más sonados en el interior de la Iglesia.

La polémica desatada por Norberto Rivera en su último sermón no es nueva ni original. En realidad repite los mismos argumentos de su lejana homilía del 20 de octubre de 1997; el contenido es casi calcado, cuestionando la postura en materia religiosa del entonces presidente Ernesto Zedillo, igualmente llamando a la desobediencia civil y reivindicando el derecho a participar en la vida política del país. Hace ocho años Rivera apenas tenía un año cumplido de arzobispo; fue oficiosamente apercibido por la subsecretaría de Asuntos Religiosos, encabezada por Rafael Rodríguez Barrera, en ese entonces: Gobernación amenazó a la arquidiócesis metropolitana con retirarle su registro como asociación religiosa. Esa actitud provocó que el clero católico cerrara filas en torno del arzobispo, recibiendo el apoyo de diferentes voces democráticas y fuerzas políticas, entre ellas las del PRD con Cuauhtémoc Cárdenas, pidiendo al gobierno mayor tolerancia y mayor libertad para las Iglesias.

Hoy la situación es diametralmente distinta: el cardenal pretexta la discusión sobre la eutanasia para reposicionar el papel político social de la iglesia en vísperas de los procesos electorales de 2006. El verdadero fondo del problema de la relación entre la religión, la sociedad y la política es la democracia. Pasa a segundo término comprender si la fe, los valores y la política son irreconciliables, más bien lo importante es saber si la democracia es compatible con una religión que por momentos parece que ambiciona dirigir e incidir en la política. ¿Qué lugar debe ofrecer una frágil democracia en transición a los arrebatos teocráticos y ayatolezcos del cardenal y de la estructura católica que aún no encuentra su lugar, su espacio ni su verdadero papel en la actual circunstancia que vive la nación? Digámoslo con otras palabras: ¿cuál es el papel que deben jugar las Iglesias en la construcción y desarrollo del orden social mexicano actual? Ese papel debe ser garantizado necesariamente por la autoridad ejercida de un Estado laico a partir de los principios de libertad, la tolerancia y respeto de las diversidades religiosas y de las minorías.

La globalización ha evidenciado a México como un país cada vez más multicultural; el modelo de la integración de los individuos se desarrolla no sólo de minorías, sino de las reivindicaciones de sectores culturales antes rechazados y desconocidos. Ha llegado el momento de discutir ampliamente el papel de las religiones, de las Iglesias y de las creencias populares en la construcción de un México moderno sin las pretensiones monopolizadoras ni absolutistas de antes

 
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