Usted está aquí: sábado 22 de octubre de 2005 Política Zona de riesgo

Ilán Semo

Zona de riesgo

De la correcta evaluación del amargo espectáculo que ha ofrecido el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en el proceso de definición de su candidatura presidencial depende, en gran medida, el destino de las elecciones de 2006. Esta hipótesis, que se escucha tan sumaria y excesiva, es más demostrable de lo que uno mismo quisiera creer.

La biografía de Roberto Madrazo es -ha sido- un riesgo calculable. Desvirtuando las palabras de Shakespeare: su pasado lo sigue invariablemente como prólogo. Desde 1994 ejerce el dominio de la política tabasqueña como un solo hombre. Vistas en replay, la persecución contra los seguidores de Andrés Manuel López Obrador -su contrincante a la gubernatura en aquel año-, las bravatas contra Ernesto Zedillo y el Congreso, y el desasosiego en la preselección del PRI en 2000 se antojan como escenas de ese país que sólo merecería el olvido. Pero el México profundo nunca se rinde. Y ahora ha llegado a la cúspide de la política nacional. Ya como dirigente nacional, Madrazo se esmera en demostrar que el viejo partido de Estado es impermeable frente a las iniciativas internas de cambio, reforma o adecuación a las nuevas circunstancias que suscita la ruptura del año 2000.

Desprovisto del aura y el poder presidenciales, sin el discurso modernizador que le inyectó Carlos Salinas, controlado por los que antes se dedicaban a asegurar su eficacia clientelar, el PRI aparece, entre 2000 y 2005, al desnudo como un cúmulo de sinsentidos que lidian por ocupar un sitio donde la producción de sentido se dificulta aún más: el espacio nacional. Y sus grupos internos se enfrentan entre sí con la misma energía y las mismas tácticas confeccionadas durante décadas de dominio solitario, como si nada hubiera pasado.

En la carrera hacia la candidatura presidencial, Roberto Madrazo no sólo derrotó a sus adversarios (el Tucom, Elba Esther Gordillo, Montiel...); en tanto que priístas, los liquidó políticamente. Dividió a su partido. Canceló el arte de negociar y sumar que tanto lo caracterizaba. Desplomó una tradición que se sostenía en la habilidad para confeccionar amalgamas y moverse en múltiples campos a la vez. Paso a paso, Madrazo no suma seguidores, acumula agravios.

La pregunta es: ¿intentará el PRI en los próximos meses proceder con sus adversarios de los partidos Acción Nacional (PAN) y de Revolución Democrática (PRD) de la misma manera que procedió consigo mismo?

La respuesta es predecible. Pasado es destino, inclusive en una transición tan salpicada de mutantes y mutaciones como ha sido la democratización mexicana. Sólo que es un pasado que hoy encuentra audiencias cada vez más atónitas y desilusionadas por su incapacidad de actualizarse. Y ése es precisamente su dilema. Porque el camino que queda es querer imponer por la vía del choque lo que no va a lograr conquistar en el terreno del consenso.

Además hay circunstancias que aumentan y agravan esta tentación. El régimen de Vicente Fox enfrenta la prueba más severa de todas las que ha logrado evadir, sortear o resolver: el último año. Ese "último año" que en el siglo XX mexicano define, recurrentemente, el desfiladero de cualquier horizonte de pretensiones. El "último año" de Porfirio Díaz, el de Alvaro Obregón, el de José López Portillo, el de Carlos Salinas. Es decir, valga la redundancia, la sucesión presidencial. Es impresionante constatar que, en el siglo XXI, el país no ha logrado finalmente encontrar la manera para asegurar que esta etapa se desenvuelva bajo reglas predecibles, normas compartidas y augurios acotados.

En 2006 este eterno retorno al desacuerdo asoma de múltiples maneras. Un régimen gelatinoso, extraordinariamente vulnerable en sus centros de decisión, fragmentado por una sociedad política que apenas ha esbozado sus futuras reglas del juego. Un PRI realmente decidido a romperlas podría contaminar a todos los contendientes con prácticas que se pensaban ya superadas.

Para el PAN y el PRD el dilema no es tanto derrotar en las urnas a Roberto Madrazo. Esa fecha es todavía muy lejana. Antes deben impedir que arrastre la política nacional, a lo largo de ocho meses, en una marea donde el centro de la competencia no sea la capacidad de disuasión de los partidos, sino su musculatura, ahí donde la política se vuelve sólo una medición de fuerzas. El más grave error del panismo desde 2000 fue apostar a su condescendencia con el PRI. El de López Obrador, olvidar que el panismo puede ser una víctima de sus propias debilidades. El fracaso del desafuero mostró la fuerza que puede adquirir una conciencia ligeramente preclara de la misión de cada una de estas franjas en la política nacional. Y esa misión es hoy muy sencilla: aislar una estrategia destinada a confinar la lucha del 2006 en los laberintos de la sociedad política, ahí donde el PRI del 2005 ha decidido confinarse.

 
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