Candil de la calle, oscuridad...
En México los funcionarios hacen todo lo contrario de lo que presumen. Por ejemplo, suelen referirse elogiosamente a los acuerdos internacionales que el país ha firmado para mejorar el medio ambiente. Es el caso de la adhesión al Protocolo de Kyoto para contrarrestar el efecto invernadero y el calentamiento global. Aunque no somos grandes contribuyentes a la generación de los gases que producen dichos fenómenos, sí somos un país donde no cesa de aumentar el consumo de hidrocarburos y uno donde más se devastan selvas y bosques fundamentales para garantizar el clima mundial.
También se han firmado acuerdos tendientes a conservar especies y ecosistemas muy importantes, como los manglares y arrecifes coralinos, y las tortugas marinas, pero la manera de ocupar la zona costera, la tolerancia oficial hacia quienes la depredan, echan por la borda los acuerdos globales.
No está de más repetir que esos ecosistemas litorales -que son básicos para contrarrestar la fuerza de los huracanes y las tormentas tropicales que este año han causado enormes daños a miles de familias y a la infraestructura pública- son destruidos con la venia oficial a una actividad turística con frecuencia bajo sospecha de lavar dinero proveniente del narcotráfico y otras actividades ilícitas. La sofisticada maquinaria que blanquea dinero vuelve pronto ricos a no pocos funcionarios.
Como no se reduce la tasa de destrucción de los hábitat, donde precisamente se encuentra la flora y la fauna que se desea proteger, son falsas las cuentas optimistas de los funcionarios. Las del anterior responsable de la política ambiental, Alberto Cárdenas, respecto a una disminución de la deforestación, respondió al deseo de sumar logros para agregarlos a su pobre currícula a la hora de disputar la candidatura de su partido para las elecciones presidenciales del próximo año. Ya se conoce el triste final de El Caballo Negro.
Ser candil de la calle y oscuridad de la casa se aplica igualmente al analizar los ocho proyectos energéticos que el gobierno federal tiene contemplado realizar a partir de 2008. Con excepción de La Parota, en Guerrero, que es hidroeléctrico, todos los demás descansan en el uso de hidrocarburos y gas. Cero posibilidades para impulsar otras fuentes no contaminantes, como el Sol, el viento y el biogás. Al respecto, la maestra Elisa Ludwig (ahora en el doctorado de la Universidad Complutense de Madrid) se refiere a nuestro artículo del lunes pasado en el cual hablamos del avance que significa para España el nuevo plan energético, aprobado recientemente.
Ludwig argumenta que ese país importa gas, petróleo, uranio y carbón para mover sus plantas generadoras, mientras México es productor de hidrocarburos en gran escala, por lo que nuestra estrategia energética debe ser diferente. De acuerdo, pues no se trata de copiar un plan que de ninguna manera es la panacea, pero hay que recalcar que, aunque tenemos yacimientos de petróleo, que no son eternos, importamos gasolina por carecer de la capacidad de producir la que demanda un mercado en franco crecimiento. De ahí la urgencia de tener un programa que considere las diversas posibilidades de generación. Máxime si la posición geográfica de México es mucho más ventajosa que la de Europa para impulsar la energía solar. Tampoco hacemos lo necesario para ahorrar energéticos y hacer eficientes los sistemas generadores. Basta ver el modelo de transporte diseñado para las ciudades, que descansa en el uso del automóvil particular, en vez de uno público, no contaminante basado en el metro, el trolebús y el tranvía.
Del mismo pie cojea el modelo arquitectónico imperante en la obra oficial y en los nuevos "de-sarrollos" urbanos: ignoran las posibilidades que brindan las energías alternas. En fin, estos ejemplos y muchos más sirven para comprobar cómo desde el gobierno se establecen y alientan programas que van en sentido contrario a lo que conviene a la población, a lo que el país se ha comprometido internacionalmente, a lo que dictan la sensatez y la realidad mundial.