De patria y mierda
Recientemente ha salpicado las noticias culturales y policiacas un caso que debe ser tomado en serio y puesto en su patética dimensión. Un poeta mexicano es perseguido por la autoridad judicial pues, presuntamente, ofendió a la patria, ultrajó sus símbolos y amenaza la seguridad nacional.
Ah, chirrión. Si todo eso puede hacer un poeta de provincia (dicho sin ninguna connotación peyorativa) desde una revista literaria de circulación regional que ningún juez leería jamás, significa que el pueblo mexicano, la gente, somos más peligrosos y poderosos de lo que parecemos. Quién nos viera.
Dos aspectos destacan aquí. Primero, el derecho que tiene uno de hablar y sentir respecto de su propio país y sus representaciones simbólicas. El segundo, más evidente, tiene que ver con las indiscutibles (y que por ende aquí no se discuten) libertades artísticas y de expresión.
En Campeche, el poeta Sergio Witz (nacido en 1962, autor de El bosque explicativo, Fondo Editorial Tierra Adentro, 1996) fue demandado por la ultraconservadora Asociación Civil Pablo García Mantilla por "ofender" a la patria y sus símbolos en un visceral poema suyo que publicó la revista Criterios (número 44, 2001). Los tribunales dieron curso a la demanda y sentenciaron al autor. El afectado apeló. La Suprema Corte de Justicia de la Nación, por conducto de la jueza Olga Sánchez Cordero, negó el amparo y sostuvo los cargos. Como era de esperar, el manejo mediático del tema ha sido pobre, irónico ("también quién le manda"), trivial. No obstante, los escritores y organismos de derechos humanos que se han manifestado condenan unánimemente la decisión judicial.
Insultar a otro país o su pueblo es algo que no debía suceder. Da origen a odios irracionales, racismo, guerras, y se nutre del peor nacionalismo (el que niega al otro). Pan de cada día en el mundo real, no por ello debería permitirse. Es donde mi libertad está obligada a respetar y no interferir en la de otros: ellos sin mi límite. Mi libertad no llega más allá.
Ahora bien, ¿puedo decir que mi país es una mierda, que muy seguido sus símbolos e instituciones son reducidos a escoria, mal empleados, desvirtuados, comercializados, mutilados? Como la mayoría de los más de cien millones de mexicanos, amo a México, y no obstante me reservo el derecho a dirigirme a México como a mí mismo; como sienta y se me pegue la gana.
Si a insultos vamos, qué decir de un partido político cuyos dirigentes, y los gobernantes emanados de sus filas han saqueado, malbaratado, destruido y burlado los recursos, la fuerza humana y la historia de la Nación a la sombra de nuestra bandera, usurpando la representación ciudadana. No alcanza esta consideración a sus numerosos militantes y electores, gente como tú y como yo cuyos derechos de organización y opinión deben garantizarse (aun si, como suele ocurrir, operan protegidos facciosamente por el poder).
¿Cuántos gobernadores, legisladores, funcionarios y presidentes de la República han arrastrado los colores patrios en campañas políticas que son aventuras filibusteras y en algunos casos (demasiado pocos) terminan en la cárcel, sin que nadie les reclame su ultraje? Ante la injusta distribución de la riqueza; la desigualdad racial, sexual y laboral; la entrega impune de nuestra economía y nuestros territorios a inversionistas particulares extranjeros y nacionales por parte de los representantes legales del país, y la rendición cómplice al crimen organizado, ¿no tenemos derecho a decir que México (ese México) es una mierda? Las prácticas de tales políticos y patrones no son simbólicas, literarias, metafísicas, ni siquiera neuróticas, sino concretas y materiales, como cualquier delito verdadero.
Dirigiéndose al presidente Vicente Fox, el Pen Club Internacional expresó preocupación desde principios de año por la situación del poeta campechano: "Los escritores del mundo consideramos que el caso de Witz viola las estipulaciones nacionales e internacionales que garantizan la libertad de expresión". Ahora, el Estado mexicano enfrenta una nueva tormenta que se pudo ahorrar y desnuda los tics autoritarios, conservadores e hipócritas del Poder Judicial, que por lo demás nunca ha tenido autoridad en la crítica literaria.
La "invitación" que expresa el controvertido poema La patria entre mierda se inscribe en la tradición rabiosa de nuestras letras (de los estridentistas a los infrarrealistas, o voces como el poeta michoacano Ramón Martínez Ocaranza y cierto Salazar Mallén, y si me apuran, Guillermo Prieto, José Revueltas y José Emilio Pacheco). ¿A qué tanto desgarramiento de togas?
En el cuento de los hermanos Grimm, el emperador es "decubierto" por un niño. En la historia aquí comentada el emperador desnudo, si cabe, se desnuda más: agudiza su ridículo y peligrosidad. Ahora, el "caso Witz" circula en portales de Internet, blogs y cables internacionales, y existen pronunciamientos en alemán, ruso, inglés, francés. Aumentan las voces que le dicen al "emperador" que ya lo vimos, que la decisión de sus tribunales nos duele cuando nos reímos.