Editorial
Irak: un pantano con Carta Magna
A primera vista, Irak cuenta ya con una nueva Constitución. De acuerdo con el recuento oficial del referendo realizado en días pasados, 78.6 por ciento de los votantes aprobó la propuesta de Carta Magna elaborada por un parlamento elegido bajo ocupación, en tanto que el documento fue rechazado por 21.4 por ciento de los sufragantes. Los opositores a la Constitución no lograron ni siquiera que el rechazo alcanzara dos tercios de la votación general en al menos tres de las 18 provincias del infortunado país árabe. Tales resultados han dado pie para que los gobiernos de las potencias ocupantes Estados Unidos y Gran Bretaña, en primer lugar echen las campanas al vuelo y festejen la "normalización" iraquí: una vez promulgada, esta Constitución establece que antes del próximo 15 de diciembre Irak deberá realizar elecciones para conformar un nuevo gobierno con mandato de cuatro años en sustitución de las actuales autoridades provisionales que, de hecho, se encuentran bajo el mando de los ocupantes. De esta forma se obtendría, pues, la inserción de Irak en una democracia representativa y se conseguiría establecer allí el estado de derecho.
Por desgracia, las cosas son más complicadas. Cabe señalar, de entrada, que la entidad denominada "gobierno iraquí", el actual o su sucesor, no gobierna más que en algunas zonas restringidas de las ciudades, especialmente en los alrededores de las fortificaciones militares estadunidenses y británicas, y al amparo de ellas. La nueva Constitución, por ello, tendrá validez en la llamada Zona Verde de Bagdad y en algunos puntos más del territorio de Irak, en donde la invasión se traduce en la ocupación de enclaves, no en un control efectivo del país. Si faltara una prueba de ello, baste con mencionar el más reciente ataque de la resistencia en la capital iraquí contra un conjunto de hoteles en donde se hospedaban mercenarios y periodistas extranjeros, ataque que fue lanzado sin problemas desde una plaza de Bagdad.
Por otra parte, incluso si el texto constitucional pudiera ser aplicado de alguna manera en la totalidad o en la mayor parte de la devastada nación, ello no atemperaría los ánimos rebeldes de los sunitas, a quienes se tiene por principal bastión demográfico de la resistencia. Por el contrario, la vigencia de varias de las disposiciones constitucionales no haría sino exacerbar la furia de ese sector de la población y, por consiguiente, la disposición de muchos de sus integrantes a unirse a la insurgencia armada.
Adicionalmente, la promulgación constitucional hará mucho más difícil el arranque de un verdadero proceso de paz esto es: negociaciones entre los ocupantes y una representación plural y equilibrada de la sociedad iraquí, única forma viable de resolver, así sea a mediano plazo, la catástrofe humana creada por el gobierno de Bush en Irak, en Gran Bretaña y en Estados Unidos.
No debe olvidarse, a este respecto, que los recientes bombazos en el sistema de transporte público de Londres están directamente relacionados con la presencia de tropas inglesas en el golfo Pérsico, ni que la Casa Blanca ha invertido ya 2 mil vidas de estadunidenses en su aventura colonialista y que la sociedad de la nación vecina está inequívoca y mayoritariamente en contra de la continuación de esta guerra sin más perspectivas, hacia Estados Unidos, que la creación de oportunidades de negocio para unas cuantas empresas de la mafia presidencial y el regreso al país de jóvenes muertos que fueron llevados a Irak vivos.
En suma, la violenta y criminal incursión militar contra Irak ha terminado siendo un mal negocio hasta para el propio Bush, quien en las circunstancias actuales se encuentra políticamente acosado por los efectos de su necedad: los escándalos por las mentiras presidenciales previas a la guerra y por las torturas en Abu Ghraib y Guantánamo; las evidencias de corrupción y favoritismo en la concesión de contratos para la "reconstrucción" de Irak; la exasperación por la muerte de estadunidenses, y las recientemente descubiertas vendettas políticas de la administración contra sus críticos (como el caso de Valerie Plame, cuya condición de agente de la CIA fue filtrada a la prensa por la oficina del vicepresidente Dick Cheney para afectar al esposo de Valerie, el diplomático Joseph Wilson, quien se oponía a la guerra). El próximo 2 de noviembre, primer aniversario de la relección del republicano, podrá apreciarse la extensión y la profundidad del descontento de los estadunidenses contra su gobierno. La coalición The World Cant't Wait (El mundo no puede esperar) ha convocado, para esa fecha, a una jornada de protestas en las principales ciudades estadunidenses.
Para finalizar, mientras más se empecinen las potencias ocupantes y sus aliados locales en proseguir por semejante vía de "normalización", más difícil les será salir de un pantano que se ha extendido del territorio iraquí y ha terminado por llegar a sus propios países.