Destruidas, casas hechas de palos, con láminas de cartón y hules como paredes
Wilma y asaltantes devastaron por partida doble a los pobres de Cancún
Los habitantes de cinturones de miseria perdieron lo poco que tenían; la ayuda, una ilusión
Ampliar la imagen Viviendas humildes resultaron destruidas en la colonia Avante FOTO Jos�ntonio L� Foto: Jos�ntonio L�
Cancún, QR, 25 de octubre. En las zonas de pobreza y marginación, donde campea la miseria extrema, donde la gente habita en casas hechas de palos, con láminas de cartón, pedazos de madera y hules como paredes, las colonias fueron devastadas por el ciclón Wilma; cientos de chozas se encuentran literalmente en el lodo; las pocas pertenencias de sus moradores se echaron a perder o ya no existen.
Colonias como Avante, Tres Reyes, Santa Cecilia y La Libertad son asiento de centenares de viviendas precarias que fueron derrumbadas por el meteoro. Los rostros de sus habitantes reflejan desolación y demandan ayuda urgente; se les acaban los víveres y no tienen recursos. Wilma los dejó más pobres; les arrebató lo poco o casi nada que tenían.
Este es el otro Cancún, ése donde viven los que nada tienen. Con o sin huracán, aquí no hay servicios básicos, no hay transporte, no tienen luz. Los habitantes se resguardan en albergues religiosos, en escuelas, o se fueron con sus familiares a otras colonias.
Ayuda de lejecitos
A La Libertad hay que llegar a pie, recorriendo cuatro kilómetros. Pero hay que cruzar dos tramos de 150 metros, cada uno inundado; en el primero el nivel de agua alcanza los 90 centímetros y en el otro la altura va de 1.30 hasta los 5 metros. Es la entrada a Cancún por el lado sur, y aquí se ubican los cinturones de miseria, de pobreza, de los abandonados.
Aquí viven familias de migrantes procedentes de los estados de Yucatán, Guerrero, Veracruz, Oaxaca, y hasta hondureños. Las despensas se las dejaron en la entrada, esto es, a casi 4 kilómetros de distancia. Los habitantes tuvieron que ir por ellas caminando, en bicicleta, y además atravesar nadando o caminando con el agua hasta el cuello; para cruzar se agarraban del alambre que improvisaron para guiarse; otros lo hacen en lanchas que les cobran cinco pesos por el recorrido sobre el agua estancada, que tiene una profundidad de hasta 1.40 metros.
El panorama es desolador; también lo es en las otras colonias populares, ésas que ni siquiera aparecen en los mapas, dicen los propios habitantes. Decenas y decenas de casitas, todas de materiales precarios, se encuentran en el suelo, pero suman cientos las derrumbadas por el ciclón Wilma, y podrían sumar miles.
Con la mirada triste, apesadumbrado, Francisco Javier Sánchez Gómez, originario de Guerrero, quien labora en la zona hotelera, dice: ''Todo lo perdí. Mis cositas que hice con sacrificio, todas se perdieron. Y la ayuda no ha llegado; apenas hasta hoy nos trajeron una despensa y ya vio... nos la dejaron hasta allá, en la entrada; hay que cruzar dos colonias antes''.
En la colonia Avante la situación es similar. Cientos de casitas hechas también de palos, con láminas de cartón, se encuentran en el suelo. Las mujeres y los hombres se organizan; también son migrantes que no tienen empleo fijo; son albañiles, plomeros o mecánicos. Proceden del sureste. Este día las familias sacaron su ropa a secar, sus colchones a orearse y, los que tienen refrigerador y estufa de gas, los sacaron también al sol, porque el agua les llegó por todas partes.
Y es que aunque no tienen luz sí tienen aparatos eléctricos; los conectan en acumuladores y otros, los menos, cuentan con celdas solares. ''Aquí nos quieren cobrar 5 mil pesos por cada familia para que haya electrificación, pero no tenemos, apenas vivimos al día. Paradójicamente, en la colonia Avante están los postes que desde hace seis años esperan cables para llevar la luz. No se han colocado porque somos pobres, porque no tenemos para pagar'', dicen.
El huracán de dos patas
Con ocho años de vivir en la Avante, Justino Cocón, de origen yucateco, toma el sol con la mirada perdida y recargado en una piedra; ve lo que una vez fue su casa y con lágrimas narra: ''Todo lo perdí, todo; soy campesino y mi casita era de piedra; ahora las piedras están en el piso'', su colchón escurre agua y las láminas de cartón yacen hechas pedazos.
Anacleta Chalet, también yucateca, dice: ''Llevo nueve años viviendo aquí, pero miren: todos nuestros sacrificios, los de mi esposo y míos, de nada sirvieron. Además de los daños de Wilma, vino el huracán de dos patas y se robó lo poquito que me quedaba; se llevaron mi cama, mi radio y mi ropa".
Gran parte de las familias de esta colonia se refugiaron en un albergue religioso. ''Las monjitas vinieron por nosotros y nos dijeron que nos fuéramos con ellas; vinieron dos días antes, pero muchos no creímos lo que iba a pasar.''
Celia Gutiérrez y Raymundo Tirado, ambos de Guerrero, señalan que aquí tampoco tienen agua ni luz. ''El garrafón nos cuesta 17 pesos y ahora por el huracán es difícil conseguirlo. Nuestra casa... usted la ve'', y señalan los palos en el piso; su ropero está de pie, pero tiene las lunas y los cajones rotos. Sus colchones los sacaron a orear y la ropa ondea en el aire. ''Sacamos todo a secar a ver qué nos sirve. No importa, lo que tenemos es la vida, un jacal como quiera se levanta, pero una vida se va para siempre.''
Muchos vecinos igual que ellos dan gracias a Dios, y dicen: ''Tenemos la vida, las casitas como quiera con un poco de sacrificio las levantamos; no sabemos en cuánto tiempo, ya ve usted dónde vivimos y aquí nos tienen olvidados, pero vamos a luchar para levantarnos.''
En Santa Cecilia, dos niñas de 10 años cuidan a su hermanito de 2. Sus padres las han dejado solas; él fue a rescatar lo que quedó de su choza, a 2 kilómetros de distancia, y su madre salió a buscar trabajo. Las niñas se guarecen en dos bases de camas de madera a las que sus padres les pusieron hules como techos; ahí se resguardan del sol, porque sus casas de palos y laminas de cartón están destruidas.
En la colonia CTC una joven dice: ''Yo no aguanté y chillé. Me dio mucha tristeza que mi casita de madera se la llevó el huracán. Mi papá la hizo con mucho sacrificio. Se fue 10 años a Los Angeles y trajo herramienta para trabajar como plomero, albañil y mecánico. Pusimos un tallercito y no funcionó. Compramos cerveza para vender y ahí la llevábamos, pero luego del huracán nos asaltaron, se robaron todo''.
''Los ladrones no perdonan ni al jodido''
En el corral tiene borregos y chivos, y ella, angustiada, cuenta: ''Nos tuvimos que parar ayer en la madrugada; oímos ruidos, nos querían robar nuestros animalitos. Son unos desgraciados. ¿No ven cómo estamos? No perdonan al jodido, nos quieren dejar sin nada. Nada más andan viendo qué se llevan''.
Estas escenas no cambian mucho en estas colonias, que se ubican en la periferia cancunense; en todo caso se agravan. Cancún no está de pie, como anuncian reiteradamente los gobiernos estatal y municipal en la estación de radio cultural, única cuya antena de transmisión se salvó. Aquí se dice a cada rato ''Vamos a levantarnos, Cancún está de pie y pronto lo levantaremos'', pero la realidad es que aquí, en los cinturones de miseria, está el Cancún olvidado, el que no tiene servicios, el que no se ve, del que no se habla; éste es el otro Cancún, el de los miserables.
En estas zonas populares el ciclón Wilma se ensañó y se llevó lo poco que tenían, que para ellos era indispensable. Todo está en el suelo, en el lodo; en medio de la devastación parece que todo se esfumó. Pareciera que sólo quedaría la esperanza. ¿Pero en qué? Tampoco se sabe.