Una yegua negra y grande
La semana que termina nos trajo algunas certezas: nos dejó claro, más que claro, por ejemplo, que el PAN ya tiene un candidato indiscutido que es Felipe Calderón. Pero nos dejó claro por ello mismo que al escoger a un candidato que había sido rechazado por Fox, los panistas han optado por la reconstitución moral y ética de su instituto político antes que por ganar a toda costa las elecciones presidenciales.
Al presentarse de manera separada el espectro foxi/panista, el partido dice al equipo de gobierno que en su campaña no va a avalar los costos sociales y las corruptelas del sexenio, y que por ello el Presidente, su esposa y sus cuates se van a quedar bastante solos, pero al mismo tiempo el partido está aceptando un regreso a su condición histórica de segunda fuerza, del 20 por ciento azul que siempre fue. Así, aunque en esta ocasión podría caer fácilmente hasta el tercer lugar, la derecha moral y política del país podría también preservar con cierta dignidad su estructura en espera de mejores tiempos.
Hay otra certeza que nos deja la semana que concluye: el nieto del general Cárdenas ha anunciado que su padre no buscará más la candidatura del PRD. No sabemos si eso quiere decir que no buscará más que su nombre se inscriba en las boletas electorales de 2006, pero por lo menos sabemos que también en este partido la batalla por la candidatura presidencial ha sido resuelta.
Hay una tercera certeza con que contamos: en el PRI, después de la renuncia de Montiel, también existe ya un candidato indiscutido. Pero en torno a esta certeza las cosas sí están mucho más complicadas. Se está desplegando otra certeza: el asunto es que tal como se perfilan las cosas Madrazo ganó para perder. Su figura, como no se cansan de repetir los cartonistas, es como la de un cuchillero: llega enlodado y ensangrentado después de tantas peleas callejeras y las familias de esos muertos no se cansan de aventarle estulticias, despojos y vísceras en cada arena en que se exhibe. Las encuestas comienzan a serle desfavorables y su liderazgo apesta.
Por lo visto tenemos también otra certeza, un poco irónica y un poco trágica: por más odio que le tengan, sus correligionarios no pueden abandonar el galeón en que navegan porque entonces estarán condenados por igual los que se quedan y los que se van; a la corta o a la larga serán carne de los tiburones.
A nadie nos cabe la menor duda: un PRI unificado es probable que pierda las elecciones, pero un PRI dividido es seguro que las pierde. Un número cada vez mayor de entre ellos amenaza con desertar (Gordillo, Borrego, Bours y los que quedan de Unidad Democrática...), pero son tantas las amenazas que lo que comienza a quedar claro, conscientemente o no, es que en lugar de matarse unos a otros lo más sencillo será aventar por la borda al que sobra: ¡qué manera de ganar, Madrazo!
Parece también dibujarse otra certeza: ninguno de los candidatos que han competido en su contra, en pandilla o solos, tiene ya la legitimidad para tomar su lugar; ¿quién y con qué armas lo podrá inmovilizar y lanzar por la borda y, terminado ese acto horrendo, volver la cara y mirar de frente a sus correligionarios, a los suyos y a los de él? Lo que está cayendo entonces por su propio peso es que quizás allá, en el otro extremo del galeón, sin tener que acercarse mucho, hay una figura de otro género capaz de desatar el motín, sin mancharse gran cosa.
Quizás esa figura, por su género, pueda despertar hasta la simpatía de la maestra, de sus mentores y pupilos, y hasta la de Martita, en busca de protección para sus vástagos, ahora que está por abandonar el puente de mando y su partido le ha dado la espalda. Esta parece ser la única certeza si el PRI quiere realmente concurrenciar la Presidencia al ex alcalde de la capital. No tendremos ante nuestros ojos, entonces, un caballo negro de último momento, pero veremos a todo galope la entrada -¿triunfal?- de una yegua negra y grande. Total, ya está en campaña en el Distrito Federal.