Usted está aquí: lunes 31 de octubre de 2005 Opinión Día de Muertos

Elena Poniatowska/II

Día de Muertos

Vale más ser un muerto pobre y desconocido que rico e ilustre porque la Rotonda de los Hombres Ilustres está siempre vacía. Salvo la tumba de Agustín Lara, nadie visita a sus muertos. A veces aparece un alcatraz sobre la tumba de Diego Rivera y de allí en fuera todas están abandonadas. La tumba del científico Guillermo Haro la floreaba su hija pero ahora vive en Mérida y el año pasado quedó tan vacía como la de las celebridades que lo acompañan.

Una de las tumbas más cuidadas es la de Pedro Infante, siempre llena de flores porque a casi 50 años de su muerte, conserva a su club de fans que encabeza la veterana presidenta, doña Amparito Robles, quien le juró a Pedro Infante guardarle luto por 45 años.

Jesusa Palancares, la protagonista de la novela Hasta no verte Jesús mío, aprendió a llamar a la muerte desde niña y les hacía un servicio a los moribundos. Dice textualmente: "Mi madrina tenía como devoción ir a ayudar a bien morir a los enfermos. Yo la acompañaba a las casas donde había agonizantes y no salíamos hasta que no se los entregaba a la muerte. Les rezaba con mucha paciencia para que Dios hiciera el favor de recogerlos. Si dilataba mucho, si la muerte tardaba en llegar, entonces rezaba a gritos, tenía buenos pulmones: 'Ten misericordia de nosotros...'

"Al rato me avisaba mi madrina:

-Ya viene.

"Es que yo ya había rezado quedito, yo sola para mí nomás, sin que nadie me oyera: 'Vente de una vez. De una vez por todas, no te hagas, no te andes con altanerías, ándale, vente, vente muerte, no nos la corras larga, no nos tantees, vente muerte, vente que ya nos anda.'"

En su novela Pedro Páramo Juan Rulfo mezcla a vivos y a muertos de tal suerte que ya no sabe uno quién sigue vivo sobre la tierra y quién es un ánima en pena vagando por las calles de Comala.

Rulfo se parecía a esos hombres temerarios que aceptan la cita del fantasma y se ponen a hablar con él a media noche. De joven, Rulfo trabajó para la Goodrich vendiendo llantas: "Yo era agente viajero, a los 28 años recorrí la República en mi coche, conozco caminos de terracería y brechas por las que nadie transita" y fue en esos caminos donde platicó con los habitantes de los llanos polvorientos, con los caminantes nocturnos y escuchó sus historias de "aparecidos". "En el nombre de Dios, dime si eres de este mundo o del otro." En Pedro Páramo las voces de los muertos viven y se confunden con las de los vivos.

Ernst Bloch dice: "En el momento de morir, tendremos necesidad de mucha vida para terminar nuestra vida... Cuando morimos, querámoslo o no, debemos entregarnos, es decir, entregar nuestro 'yo' a los otros, a los supervivientes, a los billones que vienen tras de nosotros porque ellos y sólo ellos pueden acabar de vivir la vida que nosotros no concluimos".

Jean Ziegler, quien estudió los rituales de la muerte, primero entre tribus de Africa central y luego en Brasil, dice que "Todo hombre nace de la sustancia de la vida, de un acto creador único y no repetido jamás. Una vez que nace vive para siempre".

La muerte es su única certeza, sabe que morirá y con él, su universo entero. Nos dice que los hombres de las cavernas hicieron sus primeras sepulturas y en ellas metieron a sus muertos sentados, los tobillos y las manos amarradas, en posición fetal porque así volverían a nacer. La idea de otra vida es la única que nos hace tolerable la muerte, o la idea del cielo. En el México antiguo, los aztecas tenían varios "cielos", como "La Casa del Sol", adonde iban los guerreros muertos en combates y las mujeres muertas en el parto. Los que morían de enfermedad común iban al Mictlán o noveno infierno, así fueran nobles o gente del pueblo, y se le describe como un lugar "muy ancho", lugar "oscurísimo", "que no tiene luz ni ventanas". También se le conoce con el nombre de Tocenchan y Tocenpapolihuiyan, que significa "nuestra casa común de perderse". Cabe mencionar que no se trata de un lugar de sufrimientos como el infierno cristiano, sino del sitio donde se encuentran depositados los huesos y los restos de las personas muertas. Recordemos cómo Quetzalcóatl bajó allí para recoger los restos de los antepasados. Sin embargo, los frailes lo interpretaban como semejante al infierno. La filosofía náhuatl tiene la creencia de que sólo estamos de paso sobre la tierra, así lo dicen los poemas traducidos por Angel María Garibay K. y Miguel León Portilla:

¿He de irme como las flores que perecieron?

¿Nada quedará de mi nombre?

¿Nada de mi fama aquí en la tierra?

Al menos mis flores, al menos mis cantos

Aquí en la tierra es la región del momento fugaz.

¿También es así en el lugar donde de algún modo se vive?

¿Hay allá alegría, hay amistad?

¿O sólo aquí en la tierra hemos venido a conocer nuestros rostros?

En la Biblia, el libro de Job nos confirma: "El hombre nacido de mujer vive poco. Está lleno de miserias. Es como una flor que se abre, se marchita y es aplastada. Pasa como una sombra". Lo único que sabemos con certeza es que nuestra muerte es inevitable.

Habría que recordar aquella escena de la película Macario, con Ignacio López Tarso, dirigida por Roberto Gavaldón: una gruta llena de infinitas velas anónimas encendidas que representan la vida de cada ser humano. Algunas están recién encendidas, otras a punto de apagarse. ¿Cuál es la tuya, Macario? ¿Cuál es la nuestra? ¿Cuánto le faltará a nuestra vela para que se consuma y se apague para siempre? Más tarde, Alfonso Arau habría de copiar esta magnífica escena, tesoro de nuestro cine nacional, en su película basada en la novela de Laura Esquivel Como agua para chocolate. La cama nupcial está rodeada de miles de veladoras.

Vale más no morirse por lo caro que cuesta en México, pero muchos empeñan hasta lo que no tienen porque quieren lo mejor para su muerto: la caja más bonita, la más acojinadita, las mejores coronas de flores. Pocos siguen el consejo de Jesusa Palancares, que dice que lo mejor es morirse en el campo, caminar por toda la vía del tren o quedarse bajo un mezquite para ser carne de los zopilotes.

Todavía recuerdo que en el solemne entierro de Rosario Castellanos Raúl Ortiz y Ortiz tuvo que darles su propina a los sepultureros, detalle que se les había pasado por alto al presidente Luis Echeverría y a todo su Estado Mayor, quizá porque los presidentes nunca pagan nada y se embolsan todo. Habría que recordar la frase de Ernesto Zedillo en Chiapas: "No traigo cash". En cuanto al cash, las funerarias son un extraordinario negocio. Gayosso, Alcázar, Tangassi, no tienen competidores. Los velatorios del ISSSTE todavía guardan la debida fachada, pero las casas de cuarta o de quinta categoría merodean como zopilotes en los alrededores del Hospital General, en la colonia de los Doctores, a lo largo de la avenida Alvaro Obregón, y en calzada de la Villa, listos para arrebatarse al difuntito (los paquetes incluyen "plañideras", mujeres a las que se les paga por rezar y llorar al muerto que ni siquiera conocen).

El ciprés es un árbol de panteón, como lo son también los caracoles y las arañas. Existe un cementerio que se llama Los Cipreses, que está junto a otro que se llama Parque Memorial. Durante el año, las tumbas permanecen cubiertas por devoradoras hierbas que las hacen casi desaparecer, pero en Día de Muertos, muchos niños desde la madrugada aguardan con una cubeta, un estropajo y la siguiente oferta: "¿Le limpio su tumba, patroncito?" Y la dejan reluciente. Ya para la noche todo está preparado: los vivos avanzan alumbrándose con la luz de un ocote, velas, veladoras o cirios. Las familias se saludan ceremoniosamente. Cada quien va hacia su tumba. En los cementerios también hay clases sociales desde primera clase hasta cuarta o quinta. Los potentados suelen tener su mausoleo particular o su cripta que dice algo así como: "A perpetuidad, familia Salinas de Gortari". Los más caros son los de mármol y el nombre del difunto está escrito en letras doradas. Las tumbas normales tienen alguna capillita de mampostería y las más pobres son aquellas a las que se reconoce por una cruz de palo adonde los deudos van a hincarse -como hizo Dolores del Río en la película Las abandonadas o Evita Muñoz Chachita en Nosotros los pobres-. La gente come con sus muertos y también se quedan a dormir. Pobre de Tina Modotti, que acabó en una tumba de quinta categoría. Sus amigos se cooperaron para su entierro, pero no alcanzó para más. Y resulta curioso pensar en la canción El cementerio, del grupo español Mecano, que dice que los muertos se visten para salir a dar una vuelta, "sin pasar de la puerta, eso sí. Que los muertos aquí es donde deben estar y el cielo por mí, se puede esperar... Y aunque el Juicio Final, nos trate por igual, aquí hay gente de rancio abolengo".

También las calles y carreteras se ven floreadas e iluminadas por todas las cruces y capillitas de personas a las que la muerte las agarró en un accidente a la vuelta de la esquina:

Juan Ramiro González 1950-1985

Fue llamado por Dios en esta calle.

Lo recordamos como un buen amigo.

Descanse en paz. Barrio de San Andrés.

En algunos lugares de México se acostumbra ir a los panteones y sacar los restos de los difuntos de sus nichos para lavarlos, acomodarlos y embalsamarlos en un sudario nuevo. Es un rito al que asiste toda la familia y también se hace un pequeño festejo.

A la celebración de Día de Muertos se le atribuyen características de carnaval en muchas de las obras del arte popular. En algunos periódicos, aquellos interesados en conservar la tradición del Día de Muertos publican calaveritas pequeños versos satíricos en que los temas centrales son los fieles difuntos de la política, el arte y los personajes populares. Los epitafios o calaveritas en verso, con un tinte macabro, son el pan de cada Día de Muertos, como las que dibujaba Alberto Beltrán en el periódico El Día. Esta, por ejemplo fue escrita a Carlos Fuentes:

Sereno, despreocupado,
consciente de su valor,

con bastante pundonor

hoy su pellejo ha entregado.

Algo le fue regateado

casi en su final etapa,

pero a nadie se le escapa

su muy discreta maestría.

Eso me gusta -decía

con emoción la calaca.

Verónica Castro:
Tensa y batalladora,

simpática, muy sencilla,

estrella que siempre brilla

y es algo vaciladora.

Nomás que llegó su hora

para los tenis colgar,

ella tuvo que aceptar

la invitación generosa,

diciendo muy salerosa:

mi Dios te lo ha de pagar.

Carmen Salinas:
La famosa Corcholata

se murió sin más ni más,

un día que andaba hasta atrás

pero que no daba lata.

El murmullo se desata

como cuando estaba en vida,

porque era la consentida

del ánimo popular

que ahora la lleva a enterrar

entre la gente jodida.

Saddam Hussein:
En Irak atrincherado

puso el cascabel al gato:

ya no hay petróleo barato

que era el efecto buscado.

En la aventura embarcado

a Kuwait mandó su tropa,

dándole su propia sopa

a gobiernos invasores;

estos mismos agresores

envenenaron su copa.

 
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