NAVEGACIONES
Morir en línea
La sonrisa de Musharraf
Ejecuciones y torturas en Irak, Inglaterra y México
UNA POSIBLE CLAVE está en la sonrisa irreprimible de Pervez Musharraf cuando confirma a las cámaras de la CNN la muerte del dirigente de Al Qaeda Abu Hamza Rabia, en una explosión el 30 de noviembre en la localidad paquistaní de Maziristán, cercana a la frontera con Afganistán, cuando, según las autoridades de Islamabad, el dirigente terrorista manipulaba sustancias explosivas. Con él se fueron al otro mundo "cuatro malhechores, tres extranjeros", afirmó el Ministerio del Interior. "200 por ciento confirmado", dice a cámara el mandamás de Pakistán mientras trata, sin conseguirlo, de mantener las comisuras de los labios en su lugar, como si mediara entre evitar la incorrección política de alegrarse con el fallecimiento de alguien, por un lado, y la convicción, por el otro, de que un terrorista no es precisamente un "alguien", sino más bien un "algo".
http://edition.cnn.com/2005/WORLD/asiapcf/12/03/pakistan.rabia/index.html
QUE COMICO: UN señor cualquiera -o un alto y temible líder criminal, no importa- prepara un coctel de dinamitas en principio destinado a despedazar otros organismos, pero comete un error y la mezcla explosiva le revienta en la cara, le desordena los órganos del cuerpo, le rompe unos tubos importantísimos por los que transitan sangre, señales nerviosas y caca, y sin querer genera una buena noticia que luego paladearán otros señores, los encargados de beneficiarse con la administración de ese desastre humano repleto de misiles atómicos y desprovisto de médicos que se llama Pakistán.
TODOS LLEVAMOS DENTRO un pequeño Musharraf, un pequeño mezquino que sonríe, ríe o se carcajea cuando un enemigo muere, y más justificadamente si la defunción ocurre en circunstancias tan chistosas que parecen extraídas de una antigua serie infantil de dibujos animados: Tom y Jerry, El pájaro loco, Bugs Bunny.
LA RISA ES una manera posible, pues, de disfrutar la muerte ajena, pero hay otras: el estremecimiento, el vértigo, el síndrome de testigo de la historia. Porque uno ha terminado por convencerse de que la decapitación de un infeliz cara pálida en Irak constituye un hito histórico, un punto de no retorno que marca la frontera entre la civilización y la barbarie, y uno quiere ignorar que las artes de separar la cabeza del tronco son, desde hace milenios, parte constitutiva de la civilización, y que la guillotina fue vista, en su momento (como hace unos años las inyecciones de veneno inventadas en las cárceles estadunidenses, con el invaluable auxilio de médicos y farmacéuticos), como símbolo del progreso tecnológico y, vaya, hasta humanitario.
CON TODO, LA difusión digital (Internet, DVD) masiva de ejecuciones y torturas viodeograbadas, más que un salto al caos de lo que viene después de la historia, es un retorno a maneras extremas de vulgaridad comunitaria: la muchedumbre que observa, en la Francia revolucionaria, el México colonial o la Indonesia contemporánea, el martirio del prójimo. El envase de la multitud ha cambiado: ahora ya no se trata de personas reunidas en la plaza pública para regocijarse con los detalles de la horca, el fusilamiento o la hoguera, sino de listas innumerables de individuos que viven, en la soledad de sus monitores televisivos o de cómputo, una experiencia análoga, pero sin codazos, pisotones ni puestos de fritangas. Hemos aprendido a ser más pulcros en la observación de la muerte violenta.
LESIONAR Y MATAR semejantes es un deporte al alcance de cualquiera. Basta con disponer de objetos cotidianos -almohada, cuchillo de cocina, palo de escoba, veneno para ratas, cuerda de tender ropa- y, claro, con una buena dosis de certidumbres malsanas. Lo novedoso es que ahora también se ha vuelto extremadamente fácil registrar y difundir un asesinato. Con cámaras y videocámaras digitales de a 100 dólares (hasta una webcam de 30 serviría), con enlaces de banda ancha que se extienden urbi et orbi, la mesa de los sádicos está servida. Ah, pero faltaba lo principal: un respetable siempre ávido de recrear la más fuerte de las emociones desde la seguridad de su teclado, banalizar el homicidio en la comodidad de su hogar o de su oficina y dejarse conmover, en privado, por el discreto encanto de la agonía ajena.
A SU MANERA, la sonrisa de Musharraf es más insondable (y, sin duda, mucho menos hermosa) que la de la Gioconda. Tal vez tenga que ver con pulsiones grabadas en los genes desde tiempos remotamente anteriores a la humanidad, cuando Natura premiaba con un hormigueo de placer primario al cocodrilo que ganaba la contienda por el territorio. De ser así, hemos de constatar que la rueda, el fuego, el alfabeto, las muchas religiones, la épica y la lírica, la democracia, las microndas, el sicoanálisis, los vuelos espaciales, la ONU y el sueño encarnado de la comunicación universal o el embrión de su caricatura (me refiero a Internet) no han conseguido, ni juntos ni por separado, extirpar esa herencia oscura.
DISCULPEN SI ESTO, más que una navegación, es una divagación, y si en este derrotero dominical no he incluido más que un par de vínculos internéticos. Ocurre que los destinos de los links omitidos desembocan en la repetición irremediable, clic tras clic del ratón, de escenas de sufrimiento humano cuya contemplación degrada doblemente -al sufridor y al testigo- y que consuma los designios de escarmiento de los perpetradores, no importa que sean tribunal establecido, Santo Oficio, grupo terrorista, facción de narcos. Quienes quieran hallar los cuadros correspondientes los encontrarán sin dificultad con sólo teclear algunas palabras descriptoras, en el campo de búsqueda de Google o de Yahoo: los cortadores de cabezas iraquíes en acción, los torturadores mexicanos, los linchadores de todo el mundo, los militares ingleses y brasileños que atormentan a reclutas sin más propósito que la pertinencia de templar la carne novata para el sufrimiento que le espera o debiera esperarle.
SE DICE QUE el pintor Juan O'Gorman ideó un dispositivo para filmar su suicidio, y que éste quedó documentado en una cinta. Cierto o falso, la filmación habría sido parte de una obra artística, macabra pero legítima, situada, por su propia gratuidad, en las antípodas del concepto de cine snuff, actualizado y vuelto real ahora en la proliferación de registros de torturas y asesinatos que pueden verse, sea en sus versiones censuradas por la decencia televisiva, o en las completas y más brutales, en numerosos sitios de la Red. Sospecho que estos últimos deben buena parte de su tráfico a los envíos de público que reciben de los medios tradicionales, impresos o electrónicos.
DESDE LUEGO, LOS causantes principales de esta invasión de imágenes horribles son los torturadores y los asesinos, tanto en sus presentaciones de encapuchados integristas como en las de dirigentes democráticos. Los primeros ostentan el cuchillo a la vista de la cámara; los segundos defienden la necesidad de recurrir a "métodos no convencionales" para combatir el terrorismo pero que eso no significa que se hayan vuelto torturadores, que qué barbaridad y que a quién se le ocurre.
http://www.revistacinefagia.com/erogena024.htm
http://www.revistacinefagia.com/psicotronias024.htm
http://www.cinenganos.com/varios/ViolenciaCine.php
http://www.jornada.unam.mx/2000/02/04/cul3.html
http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/forums/enlace/newsid_4468000/4468392.stm
http://www.poynter.org/content/content_view.asp?id=77273&sid=29
http://www.jornada.unam.mx/2004/05/16/039a1soc.php?origen=index.html&fly=1
http://www.jornada.unam.mx/2004/05/13/044a1soc.php?origen=index.html&fly=1
http://www.jornada.unam.mx/2004/10/21/050a1soc.php?origen=index.html&fly=1
Pervez, el risueño
Listos para la ejecución a difundirse urbi et orbi
O'Gorman: ¿suicidio filmado?