Usted está aquí: domingo 4 de diciembre de 2005 Opinión Grandes coaliciones, proyectos esquivos

Rolando Cordera Campos

Grandes coaliciones, proyectos esquivos

Con el "¡Arrancan!" de las alianzas, la venta de amores y las primeras pasarelas ante la empresa, la sucesión presidencial se despliega en gestos y actuaciones que no impiden registrar que el discurso político carece de miga. Como eco tristón de lo ocurrido con el gobierno desde 2000, los duelistas de 2006 velan sus armas y el silencio conceptual va del brazo del griterío mediático.

En lugar de ideas y toma de riesgos, los candidatos se disputan las encuestas, mientras la nación sigue cuesta abajo en sus activos fundamentales. El teatro de la sucesión está montado, y bien montado, gracias a la entereza del Instituto Federal Electoral, pero la ansiedad social no se contenta más con la oferta simbólica de que con que los votos cuenten y se cuenten es suficiente. Más de lo mismo se volvió mal público, a pesar de los cantos a la estabilidad que todavía se entonan desde la Puerta Mariana de Palacio Nacional.

El gobernador del Banco de México reconoció de nuevo la mediocridad del desempeño económico y la necesidad urgente de crecer. Sus metáforas marineras tendrían que ser seguidas del detalle de las políticas que se requieren, porque eso de "soltar lastre" puede llevar a olvidar que el lastre sirve también para darle estabilidad a los buques.

Como sea, las franquezas del banquero central sobre nuestra "dulce mediocridad" económica nos dicen que algo de salud mental puede haber en la triste Dinamarca en que ha convertido el otrora pujante, siempre exclusivo y self recruiting, como dijera el maestro Mújica, club de Hacienda-Banco de México. La Constitución no lo obliga más que a reducir la inflación, pero el Banco de México tiene que asumir, y pronto, la obligación elemental de por lo menos pensar y estudiar el tema del crecimiento.

Los partidos y sus candidatos tienen que actuar en consecuencia y convertir en proyectos nacionales sus hasta ahora vagas posturas sobre el tema de las reformas necesarias para el desarrollo mexicano. Aceptar sin más la batería reformista del gobierno actual es resignarse a repetir su lamentable historia, y en nada ayuda al debate y a esclarecer los dilemas, y sus costos, que hay que enfrentar en el terreno de las reformas.

Quedar bien con los que quieren quedarse con el gas, las reservas y la quinta y los mangos de la energía puede servirle a Calderón para pasar la charola y practicar su inglés, pero no lleva muy lejos en la búsqueda de una solución efectiva y durable del nudo energético. Pero por otra parte, la tajante negativa de López Obrador a la apertura del sector básico de la energía soslaya el hecho de que ambas industrias fueron hechas por el sector privado con fondos públicos. Tampoco ayuda una posición así a imaginar opciones renovadas de una economía mixta también en la energía, a la que el Estado no puede negarse más que a costos mayores.

Darle un uso racional y nacional a la riqueza energética que nos queda es el objetivo central. Lo que no es admisible es que en aras de obtener un voto nacionalero más que difuso, se haga caso omiso de las fallas, ineficiencias y corrupciones que acorralan a las grandes empresas del petróleo y la electricidad y por la vía de la corrosión las desnacionalizan.

Como ocurre con el vital tema del financiamiento público, que también se niegan a abordar los contendientes como cuestión no resuelta, lo que está en juego es la o las coaliciones políticas y sociales que deben construirse para sanear y rehabilitar Pemex, aprovechar las destrezas instaladas en la CFE para proveernos de fluido barato o para convertir al Estado en un Estado fiscal digno de tal nombre. Pero estas coaliciones requieren de proyecto y precisión y no podrán conseguirse en la feria de escaños y curules en la que quiere configurarse las alianzas del día.

Con estas últimas tal vez se logren unos votos de más, pero no gobernar en serio un país que vive una desigualdad inicua asentada en la juventud adulta de una población plenamente urbana. A esta población no se le puede gobernar a golpe de ocurrencias; tampoco con repartos y piñatas electoreros o con obsecuencia graciosa y juvenil ante los reclamos majaderos de los patrocinadores de ocasión. Las evasivas y los gracejos deberían quedar atrás, antes de que a algún genio del ahorro público se le ocurra decretar una tregua política hasta el día de la elección.

 
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