ASTILLERO
Beaterías
San Felipe no hace alianzas
Tampoco tiene pacto con Fox
Simpatía por lo autónomo
EL PAN HA dado una muestra irrefutable de hipocresía en la toma de posesión de su candidato presidencial. Tanto el aspirante, Felipe Calderón, como el dirigente, Manuel Espino, se apoyaron ayer discursivamente en la presunta pureza que les da el no haber hecho alianzas con otros partidos. Los pactos serán hechos "con la ciudadanía" y no "en complicidad con los mercenarios de la política", dijo exultante el mismo Calderón que abrigó la esperanza de cerrar negociaciones con la mafia de los Niños Verdes, y en especial con el simulador Bernardo de la Garza; el mismo Calderón que mantiene abiertas líneas de compraventa subterránea ni más ni menos que con la profesora Elba Esther Gordillo, antítesis clarísima de la doctrina panista y ejemplo inmejorable de los mercenarios presuntamente repudiados. Los panistas no hicieron tratos explícitos con la delincuencia política porque no pudieron, no porque no hayan querido; fue un problema de mercado, no de ética; de ineficacia comercial, no de conductas virginales ni angelicales.
HIPOCRITA ES TAMBIÉN el presunto deslinde del felipillismo respecto del foxismo. Es cierto que Vicente Fox, capaz de tropezar políticamente hasta consigo mismo, hizo cuanto pudo para apoyar la deslavada precandidatura oficialista del Señor de los Books y del Fonden, pero en cuanto la realidad mostró aplastantemente que Calderón sería el ganador de la contienda interna, el esposo de la señora Marta se allanó y mostró cooperación no sincera pero sí necesaria para su propia esperanza de irse a descansar al rancho enriquecido sin molestias judiciales o económicas. Desde entonces hay entendimiento pleno con la estructura del Poder Ejecutivo federal puesta al servicio del candidato ya oficial. Sin embargo (la hipocresía como signo distintivo de la derecha), Calderón quiere aparentar distancia, una especie de foxismo vergonzante que juega a deslindarse del mal ejecutor sexenal (ni siquiera fue llevado a la ceremonia de protesta el mal concertista, para que su constante desafine no afectara la nueva partitura), pero que al mismo tiempo se apoya en la estructura oficial y da continuidad (con mejor empaque discursivo e ideológico) al estilo del demagogo guanajuatense.
ESA HIPOCRESIA PRETENDE ganar espacio transexenal. A la nueva forma de desafuero aquí reseñada el viernes pasado (la pretensión de quitar al próximo presidente la facultad de nombrar a los responsables de cuatro oficinas estratégicas de asuntos financieros y tributarios) se han agregado otros golpes de guerra preventiva: las concesiones de radio y televisión tampoco dependerían del futuro mandatario federal, sino de la comisión de telecomunicaciones también tocada por la varita mágica de la autonomía y del nombramiento previo de directivos. No es que se cercenen facultades al gobernante por elegir, ni que se le maniate al nombrar desde ahora a los funcionarios con los que deberá abordar asuntos clave, sino súbita pasión por la autonomía, arreglos legislativos sin doble intención. ¡Ah, el dulce encanto de la hipocresía!
NO ES POSIBLE opinar, a la hora de cerrar la confección de la presente columna, de la elección de candidato perredista a gobernar la capital del país. Los primeros reportes oficiales hablan de saldo blanco, y un funcionario del sol azteca asegura que los focos rojos se convirtieron en rosas (¿perredismo epidérmicamente rosado?). En caso de confirmarse la versión de que hubo una baja participación de votantes, ello sugeriría que el resultado final habría sido tomado por el segmento del voto duro y los grupos corporativamente organizados, ámbitos ambos cuatro en los que los dos contendientes son especialistas de renombre, así es que esta columna habrá de cerrar el tema como lo empezó, sin saber gran cosa y en espera de datos que permitan en la siguiente entrega el abordaje del tema.
ASTILLAS: Mariano Palacios era el seudónimo que en las sociedades secretas ultraconservadoras usaba José Garibi Rivera cuando era secretario particular del arzobispo de Guadalajara, durante la Cristiada (Garibi, a quien también llamaban Pepe Dinamita, sería el primer cardenal mexicano). El dato, tomado de la Enciclopedia de México dirigida por Rogelio Alvarez, está en Los nuevos beatos cristeros, crónica de una guerra santa en México, una pequeña obra de la historiadora jalisciense Laura Campos Jiménez, que difícilmente será encontrada en las librerías (la editorial se llama Las tablas de Moisés, pero se puede entrar en contacto con la autora en [email protected]) y que da una mirada fresca sobre el proceso de desobediencia religiosa que con las armas en la mano enfrentó al Estado a partir de 1926 y sobre la reivindicación histórica que el clero hace de ese episodio al darles rango de beatos a jefes e ideólogos de esa revuelta que provocó la muerte de decenas de miles de mexicanos y momentos de barbarie como el asalto a un tren de pasajeros en Ocotlán, cerca de Guadalajara, el 19 de abril de 1927, en que decenas de civiles fueron asesinados y el convoy saqueado e incendiado por esos nada piadosos cristeros. En el prólogo de la obra sobre cristeros beatificados, Armando Hernández Mora advierte la estrategia de la jerarquía católica para "contrarrestar simbólicamente las fechas seculares": el 5 de febrero fue declarado día del primer santo mexicano, San Felipe de Jesús; el 25 de septiembre, día del nacimiento de Plutarco Elías Calles, fue beatificado el sacerdote Miguel Agustín Pro, y ahora el 20 de noviembre acaba de ser declarado día de los beatos cristeros... Y mientras el presunto jefe, el notario C. de V. (Cabeza de Vaca), desmiente a su presunto subordinado, el verdadero jefe S.V. (Santiago Vasconcelos), ¡hasta mañana, ya en espera de la próxima Feria Internacional del Libro de Guadalajara, cuya edición 19 ayer terminó -snif- y viendo a los Tigres de Oswaldo Batocletti quitar del camino de la final futbolística al América -¡Bravo, UANL!
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