Pesca irresponsable: extinción de la totoaba
Hace dos meses, el maestro Alberto Tapia Landeros, investigador de la Universidad de Baja California, presentó en la Procuraduría General de la República una denuncia contra los responsables de pescar ejemplares de la totoaba.
En su escrito, Landeros detalla cómo por medio de una página web, un tal Bob Castellón invitó a participar en cuatro viajes para capturar dicha especie en la parte media del Golfo de California, donde se localizan varias áreas naturales protegidas por la legislación mexicana. Cada viaje partiría del puerto de San Felipe, Baja California, duraría una semana, utilizando para el traslado la embarcación Celia Angelina. Un lector poco enterado diría que nada tiene de particular organizar viajes de pesca deportiva a una región que se distingue por su incalculable riqueza biológica. Pero sucede que la totoaba está en peligro de extinción. Además, el gigantesco pez es endémico de las aguas marinas mexicanas, es decir, no existe en ninguna otra parte del mundo.
En un libro de próxima aparición (Pandión, el arte de pescar) Tapia Landeros narra la historia de la totoaba y cómo una pesca irresponsable, tolerada y alentada por las autoridades hizo que de la abundancia pasara en poco más de medio siglo a la escasez extrema. Si hace 60 años se obtuvieron alrededor de 2 mil 200 toneladas de carne de totoaba, en 1975 apenas sumaron 58. Fue una caída tan brutal, fruto de la mala administración de la pesquería, que hace 30 años se declaró su veda permanente.
La comunidad científica mundial, y de manera notable los biólogos marinos de México, alertaron repetidamente sobre la urgencia de tomar medidas mucho más extremas, pues ni la pesca comercial ni la deportiva respetaban la veda. Prueba de lo anterior es que en algunos restaurantes de Baja California, fuera del menú, se ofrecía carne de totoaba a paladares exigentes y con dinero. Finalmente, en marzo de 2002 se decretó su protección oficial a fin de que no desaparezca para siempre del planeta. Fue también la primera especie marina declarada en peligro de extinción a escala mundial.
Capturar la totoaba es, por tanto, delito grave que se sanciona con varios años de cárcel. La sanción es mayor si se efectúa en área natural protegida. Y, por si fuera poco, se penaliza aparte la captura de la totoaba con fines comerciales, como es el caso que nos ocupa: cada viajero debía pagar al señor Bob Castellón en dólares por venir a pescar a este pez colosal.
Afortunadamente, la Procuraduría Federal del Protección al Ambiente interceptó el regreso a puerto del primer viaje de pescadores. Ese día (el pasado primero de octubre) encontraron a bordo 30 totoabas muertas y una cantidad indeterminada de filete de la misma especie. Se comprobó que los expedicionarios eran estadunidenses y no tenían el permiso necesario para realizar pesca "deportiva" en aguas nacionales. Y, cosa extraña, a bordo también estaban dos biólogos mexicanos que presentaron a las autoridades que detuvieron el barco un permiso para capturar totoabas con fines "científicos", expedido por Felipe Ramírez Ruiz de Velasco, director de Vida Silvestre en la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat). Dicho funcionario autorizó capturar 50 ejemplares al mes. La explicación que dieron los biólogos, así como el permiso oficial despertaron de inmediato el rechazo de la comunidad académica y la población de Baja California porque, como anota Alberto Tapia, en ninguna parte del mundo se hace investigación "científica" matando especies en peligro de extinción; y muchísimo menos en la cantidad que fija la instancia federal responsable de velar por que la totoaba no desaparezca de la Tierra.
Mientras la Procuraduría General de la República investiga, y ya sabemos que cuando conviene lo hace con eficiencia, es necesario que la Semarnat explique lo del permiso para capturar totoabas con fines "científicos", a no ser que la moda sexenal sea llamar así a lo que en realidad es un negocio a costa de los recursos naturales en peligro de extinción.