Usted está aquí: miércoles 7 de diciembre de 2005 Opinión El descontento que viene

Luis Linares Zapata

El descontento que viene

Los muy pocos y, sin duda, poderosos señores que afirman ser dueños de este país han decidido dar un zarpazo adicional y violento que los ponga a resguardo ante la eventual emergencia de un visitante indeseado en el Poder Ejecutivo federal. Después de varias tentativas para sujetar al que, al menos por ahora, aparece como adelantado en las preferencias electorales, han decidido embarcarse en una cuestionable aventura: modificar, a profundidad, el diseño de la República, tal como ahora se concibe. Se trata, nada más, pero nada menos, de amarrar las terminales financieras con una concepción ideológica precisa, quitarle dientes punitivos al Ejecutivo y despojarlo de su influencia en el aparato comunicativo del Estado.

Los que se han designado dueños de la nación están enojados con Andrés Ma-nuel López Obrador a grado tal que están dispuestos a correr imprudentes riesgos para sus voluminosos intereses y, con ellos, para los de una parte sustantiva de los ciudadanos normales, de a pie. No aceptan que alguien se aleje, por voluntad propia, de su esfera de influencia. Tampoco entienden que desde su perspectiva de ambiciones sin límite alguien, amparado en el apoyo popular, pretenda sujetar privilegios a estrictos criterios de justicia y equidad. No pueden tolerar la anunciada preferencia por los que poco o nada tienen, como les recuerda a cada rato AMLO. Y las luces rojas de emergencia se prenden ante las reiteradas ofertas de campaña para investigar eventuales delitos y apañes masivos que se han efectuado contra los bienes de la colectividad.

Tales personajes del círculo escogido y concentrado intentarán diseñar una república autónoma bajo su eminente control. Una que se formaría y tomaría cuerpo preciso a través de incondicionales funcionarios, nombrados por ellos, obedientes a sus designios. Los derechos no escritos de su autodesignada autoridad moral tienen que ser respetados. Aun sus mismos caprichos de seres exitosos o las que juzgan visionarias voluntades de mandones sin recato ni freno deberán continuar a futuro.

Los argumentos a esgrimir en defensa de tan completo proyecto autonómico serán, desde su nada humilde juicio, simples, directos, inobjetables. Se dirá, una y otra vez, como hicieron durante la intentona de desafuero, que es por la estabilidad de la economía, por el rescate de la productividad extraviada en reformas inconclusas, para perfeccionar el aparato productivo ahora en riesgo de caer en las manos de un populista declarado. Se argumentará, con tenues sugerencias, con sonoras opiniones de expertos y hasta con gritos destemplados de indignados propagandistas, que se intenta prevenir el desastre, la irresponsabilidad financiera, la incautación de la riqueza amasada con tantos sacrificios y penalidades.

A siete meses de tener un presidente electo, Fox se pliega, sin chistar, al dictado de los que fueron, son y serán sus inocultables patrones. Lo mismo ocurre con las fracciones del PRI, del PAN y del verde seudoecologista, agolpados, por inclinación propia y arraigados sentimientos, en un conglomerado derechista, dispuesto a recibir esa línea que arranca desde lo alto y desde la mente perversa de un usurpador. Partidos que dependen no sólo del financiamiento de tales personajes del dinero grande, sino de su influencia entre esas capas sociales que tanto les interesa atraer a sus rediles. Pero, sobre todo, dispuestos a seguir las consignas que emiten tales mandones desde sus reservadas y lujosas oficinas para hacer colectivos, para validar los principios, los métodos y hasta las triquiñuelas que les han permitido amasar sus descomunales fortunas.

Tanto priístas como panistas quieren asociarse con ellos, trabajar para ellos, asesorarlos en sus necesidades, representarlos, hacer las leyes que requieren y, en esta precisa ocasión, ayudarles a controlar los daños que entreven factibles para sus atrincherados intereses. Las necesidades del resto de la población, sobre todo para aquella porción, los más, que se ven afectados por el deterioro que acusa el aparato productivo y el infernal reparto de oportunidades, no son tomadas en cuenta a la hora de diseñar el aro protector que se pretende dejar instalado.

El llamado a cambiar el rumbo, a introducir correctivos y transformar actitudes desviadas que se viene lanzando como oferta renovadora de la política, y que ha permeado entre una sólida mayoría de electores, tiene que ser neutralizado mediante la ruta autonómica propuesta al vapor. Una vez aprobados los cambios constitucionales que se requieren para tal albazo, el nombramiento de los funcionarios quedará sujeto a los acuerdos de una moribunda coalición de fuerzas. La que surja con posterioridad a julio venidero no sería confiable. Las características y requisitos que se atribuirán a los que serán escogidos eliminan, casi de tajo, cualquier contaminación con ideas, con visiones exóticas, izquierdizantes y de seguro riesgo.

Pulverizar el balance de poderes es consecuencia inevitable con tal diseño de autonomías por doquier. Pero provocar tensiones dentro del aparato financiero del país puede conllevar consecuencias devastadoras. Las confrontaciones entre las distintas agencias autónomas estarían a la orden del día, las pugnas entre ellas formarían, de inmediato, cotos privados de control que escaparían a todo control ciudadano, a cualquier intento de transparencia o coordinación ejecutiva. El presidente venidero sería incapaz de conducir la política económica y el desarrollo nacional.

Tal como dijo el mismo candidato panista (Felipe Calderón Hinojosa), se daría una poderosa arma de promoción al abanderado del PRD. Pero, más que eso, despertaría un masivo descontento que haría palidecer al que afloró con el insensato proceso de desafuero. Evitar un error político de magnitud aún es una posibilidad.

 
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