Usted está aquí: domingo 11 de diciembre de 2005 Opinión Tres elecciones tres

Guillermo Almeyra

Tres elecciones tres

La primera de ellas -la venezolana- ya pasó pero no pasó, porque sigue dando motivo a Estados Unidos, con su control de los medios de información y de las agencias periodísticas, de vociferar que el gobierno de Hugo Chávez será legal pero no es legítimo porque enfrentó una abstención de 75 por ciento del padrón electoral. A esos alaridos no les perturba el hecho de que una abstención de esa magnitud es norma en las parlamentarias venezolanas, de que Acción Democrática, hoy eje de la oposición, en su momento obtuvo en ellas una participación aún menor y de que esta vez el número de votantes haya aumentado a pesar de que el gobierno no estaba en peligro porque no había oposición y, por lo tanto, votar parecía un esfuerzo inútil. Para la Casa Blanca todo está claro. La democracia se mide sólo por la existencia de un sistema electoral fuerte; Venezuela sería un sistema de partido único porque no hay oposición parlamentaria digna de ese nombre (no importa si la oposición no se presentó a votar porque sería derrotada); por consiguiente, Venezuela está en el camino cubano y no habría posibilidades democráticas y constitucionales de cambiar al gobierno por la vía pacífica; quedarían así las opciones no parlamentarias: preparación de un golpe militar con apoyo u origen externo o no, eliminación física del presidente constitucional, desestabilización política y económica para preparar ambas cosas. Tiene razón, por lo tanto, el gobierno venezolano cuando acusa de golpista a la oposición de derecha y también la tiene cuando se refuerza en el plano diplomático y social buscando apoyo en los países del Mercosur y llevando adelante sus planes económicos internos que refuerzan su base social entre los campesinos y los trabajadores en general. De modo que el gobierno de George W. Bush encontrará más difícil intentar derribar a Chávez y esta vez no se encontrará, como cuando fue el golpe piloteado por Henry Kissinger contra el gobierno de Salvador Allende, ante un país aislado, un Poder Ejecutivo enfrentado al Legislativo y a la Suprema Corte, una economía en crisis y una burguesía capaz de sabotearlo (porque eso en Venezuela ya fracasó en la huelga petrolera y en el lock out patronal anteriores).

Las otras dos elecciones -la chilena y la boliviana, siempre en el arco andino- se enlazan así con el resultado de los comicios venezolanos. Allende era la mosca blanca en el panorama del Cono Sur de los años 70. Ahora muy probablemente en Santiago de Chile vencerá en la carrera presidencial una madre soltera socialista, hija de un asesinado, ella misma ex presa política, torturada y exiliada, entre otras cosas porque los partidos de la derecha están divididos y Pinochet -para ellos y para la población- es una mala palabra y un recuerdo terrible que todos quieren enterrar. El Partido Socialista del presidente Ricardo Lagos sigue siendo el mismo, pero el Chile de los pobres no. Además, la candidata socialista está mucho más a la izquierda que el presidente "socialista" y, en caso de que ella triunfe, aunque el país no se modificaría, previsiblemente su rumbo neoliberal sí; cambiaría, eso sí, el modo de hacer política en América Latina y, sobre todo, con relación a Bolivia (y a Perú, donde el gobierno de Toledo acaba de atar por completo la economía del país con la de Estados Unidos, precisamente porque sabe que en las próximas elecciones podría ganar un ala mucho más nacionalista a la que presenta ahora hechos consumados). Aunque los que dirigen el Mercosur (en realidad Kirchner y Lula) están lejos de ser rayos de guerra, paladines de la independencia y del antiimperialismo, de todos modos se han reforzado con el aporte de Venezuela (y ésta con la alianza con aquéllos) y en todas las negociaciones económicas y políticas importantes con Washington no se alinearán automáticamente con éste sino que maniobrarán para obtener concesiones. Dicho sea de paso, este es el sentido del cambio del ministro de Hacienda argentino, Roberto Lavagna, y también de la substitución del Ministro de Relaciones Exteriores, Rafael Bielsa, que eran dos hombres menos "duros" ante el FMI y el Departamento de Estado estadunidense. Si Chile se despegase algo de la política impuesta por Washington, inevitablemente buscaría apoyo en el Mercosur y éste ganaría en influencia. Queda la elección presidencial en Bolivia. La mayoría popular está por Evo Morales, no por las barbaridades teóricas y políticas que expone su candidato a vicepresidente, Alvaro García Linera, quien habla de un capitalismo boliviano, sino porque esa mayoría quiere recuperar el petróleo, el gas, el agua y el aparato estatal, arrancando todo eso de manos de la nueva Rosca, o sea a la alianza entre las empresas monopolistas extranjeras, los terratenientes orientales y un sector "moderno" y conservador de las clases medias tecnocráticas. La derecha boliviana, en cambio, tiene detrás de sí a la brasileña Petrobras y al ministerio brasileño de Relaciones Exteriores y también, por el lado de los terratenientes y los sojeros están los intereses del gran capital argentino. En La Paz se planteará muy probablemente qué hacer ante una mayoría electoral del MAS, sin una mayoría en el Parlamento. ¿Reconocerán a Evo y lo sabotearán de modo que tenga que gobernar por decreto? ¿O habrá un golpe abierto o disfrazado? Eso plantea qué harán los vecinos. Ahora bien, ni Kirchner ni Lula desean un movimiento radicalizado pro Evo Morales y tratarán de frenar a éste, pero no quieren ni una Bolivia al borde de un estallido social ni en manos de los golpistas proimperialistas que se preparan en las sombras contra lo que creen será la revancha de "la indiada". Por eso en Bolivia también votarán los gobiernos de Chile, Argentina y Brasil (estos dos últimos influenciados por el de Venezuela).

 
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