Usted está aquí: domingo 11 de diciembre de 2005 Opinión Renacimientos

Angeles González Gamio

Renacimientos

Una característica del hoy llamado Centro Histórico -antigua ciudad de México- es su capacidad de renovación. Ha sido destruido y mutilado en innumerables ocasiones, y siempre resurge con inagotable vitalidad. Debido a ello tenemos construcciones de todos los periodos, con estilos arquitectónicos diversos, lo que convierte a la antigua urbe en un libro de historia, ya que, como hemos mencionado con anterioridad, la arquitectura es el reflejo de la mentalidad y los valores de una época.

Cotidianamente vemos renacer añejas edificaciones que en ocasiones estaban en estado ruinoso, y con frecuencia, estrenando nuevo uso. Este es el caso de una preciosa casa barroca que alojaba una sucursal de banco, ubicada en Venustiano Carranza casi esquina con Isabel la Católica, que tiene la peculiaridad de estar construida con ladrillo rojo, material poco usado en la ciudad de México durante el virreinato, a diferencia de Puebla o Tlaxcala; aquí lo usual era el elegante tezontle en sus distintas tonalidades, color vino, o decorado con cantera gris o dorada.

La linda mansión ahora forma parte de Villa Victoria, que unió varios inmuebles en casi media manzana, para crear un centro comercial que ofrece artesanías de calidad de todo el país; una especie de mall autóctono, que incluye un centro Telmex, una sucursal de Sanborns y un restaurante El Taquito, hermano del clásico de Correo Mayor, adonde ya es imposible llegar por la invasión del ambulantaje. El menú ofrece las especialidades que le dieron fama al establecimiento, que fue sitio de encuentro de toreros, políticos y artistas en los años cincuenta del pasado siglo: la sopa de médula, los machitos de carnero, las criadillas de toro y los molcajetes. Como suele suceder en el Centro Histórico, justo al lado, en El Mago, que en lenguaje foxístico podemos calificar como changarro, se pueden saborear las versiones económicas; hay buenos tacos de trompa, buche, cuero, lengua y maciza.

El sitio está rodeado de comercios de tradición, como las sederías, que todavía ofrecen telas finas: Marquesse, El Buen Trato, Star Dance, Mary Mery, Telas Finas y las enormes La Parisina, Casa Bayón y El Nuevo Mundo, donde encuentra desde una seda, brocado o chiffón hasta una manta, franela o algodón.

A dos cuadras, en 16 de Septiembre esquina con el Zócalo, hay que visitar el Gran Hotel de la Ciudad de México, recientemente renovado; ahora sí corresponde al lujo que le imponía su impresionante plafón, realizado en Francia por Jacques Gruber a fines del siglo XIX, con un emplomado de finos vidrios en tonos azules, rojos y amarillos, que semejan un conjunto de joyas apresadas por la fina estructura de hierro de formas caprichosas, que en el centro forma tres medallones; es una extraordinaria muestra del estilo art noveau, última expresión de la Belle Epoque, que antecedió en el viejo continente a las guerras mundiales y a México llegó triunfante a inaugurar el siglo XX. El ondulante estilo continúa en los barandales que protegen los pasillos de los pisos altos y en los preciosos elevadores de jaula, que expuestos a la vista suben y bajan luciendo el encaje de hierro.

Su elegante propaganda muestra a todo color las habitaciones decoradas al estilo siglo XIX, con camas con dosel y pesados cortinajes. Esto se combina con modernos baños y lujillos como felpuda bata de baño y pantuflas de cortesía. La oferta de servicios es inacabable: gimnasio, centro de negocios, internet, salones de todos los tamaños, lustrado de zapatos, mayordomo las 24 horas, películas día y noche, y dos restaurantes, uno con roof-garden con la vista maravillosa del Zócalo.

El edificio que aloja el hotel se levantó en 1895 para que fuese la sede del Centro Mercantil, paradigma de la modernidad en esos tiempos, tanto por la técnica de emparrillado de viguetas de fierro ahogado en concreto, de la llamada Chicago School, como por su sistema comercial, entre otros, de precios fijos, que terminaba con el regateo que se utilizaba en las transacciones comerciales, aunque fuesen en establecimientos de postín.

Situado en una esquina, con sus coquetas fachadas estilo francés, con columnas de mármol, la que da al Zócalo fue modificada en los años cuarenta del siglo XX, cuando los edificios que rodean la plaza fueron remodelados al estilo neocolonial, recubriéndolos de tezontle, con lo que el antiguo almacén quedó con dos frentes totalmente disímbolos que mirándolos desde la acera de enfrente dan la idea de una máscara azteca con medio rostro descarnado.

Antes de que arrecien los fríos subamos al roof-garden a tomarnos un copetín y admirar desde lo alto la imponente Plaza de la Constitución, ahora decorada con la festiva iluminación decembrina.

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