Usted está aquí: domingo 11 de diciembre de 2005 Opinión EJE CENTRAL

EJE CENTRAL

Cristina Pacheco

Albina Cruces

La maestra Albina Cruces tiene 102 años de edad. La conocí en 2001, cuando acababa de cumplir 98. Me sorprendieron su frescura y el entusiasmo con que dirigía la escuela Eduardo Novoa, que ella construyó en 1947. Conversamos bajo una galería consagrada a los Niños Héroes.

Aquella mañana, al despedirme de la maestra, prometí volver a visitarla. No lo hice, pero mantuve con ella una relación telefónica. El tema de nuestras pláticas giró siempre en torno al eje y la razón de su vida: educar a los niños.

Hace algunos días vi la foto de la maestra Albina en el periódico. La imagen ilustraba una bochornosa historia de injusticia: a sus 102 años y sin más auxilio que el de Lupita Sandoval (88 años) y Amparo Serrano (69), la profesora se enfrenta a una burocracia que le dificulta los trámites de jubilación. "No alcanzaré a recibir aguinaldo -me comentó por teléfono- y lo siento, porque siempre es agradable tener unos centavitos extras en Navidad."

Es inevitable establecer una comparación entre la mísera cantidad que obtendrá la maestra Albina por sus 84 años de trabajo y los suculentos aguinaldos que este diciembre recibirán los asambleístas (88 mil pesos) y, por ejemplo, los diputados de Coahuila (248 mil), Chihuahua (64 mil), Guanajuato (132 mil), Guerrero (200 mil) y Chiapas (90 mil).

Si alguno de esos legisladores llegara a leer esta página tal vez se pregunte: "¿Quién es Albina Cruces?" Para responderles, y como homenaje a la maestra que concibe la educación como la mejor trinchera para luchar por México, reproduzco parte de la charla que sostuvimos en la primaria Eduardo Novoa.

Desde la trinchera

-Lleva más de medio siglo trabajando en esta escuela.

-Cuando llegué se llamaba Manuel Suárez. Aquí estuvo la hacienda de Santa María de los Portales. Dábamos clases en los jacalones donde se almacenaba la semilla que luego tenía diferentes destinos. Con el tiempo se presentó la destrucción: se sumieron las ventanas, se hundieron los pisos, los techos se desplomaron. En esas condiciones no era posible dar clases. Por ese motivo sufrí mucho. Entonces se me ocurrió pedir la construcción de tres aulas de emergencia, porque la inscripción era superabundante y no había suficientes escuelas públicas adonde los niños pudieran asistir.

-¿Ante qué autoridades solicitó la ayuda?

-Fui al CAPFCE, pero allí me dijeron que no valía la pena invertir dinero en algo que ya no funcionaba. Entonces me presenté ante personas adineradas, magnates de aquel tiempo, para que me ayudaran con la construcción del edificio. Muchos se negaron a recibirme, y quienes me vieron ponían mala cara y rehusaban ayudarme. Yo pensaba: "¿Cómo es posible que teniendo tanto dinero no estén dispuestos a ceder un poquito para la mejor de las obras: una escuela?"

"No me di por vencida. Regresé al CAPFCE y me entregaron certificados de aportación -con valor de 50 centavos, 10, 20 y 30 pesos- para que los vendiera. Anduve ofreciéndolos por todas partes -tiendas, mercados, calles- y así logré reunir 2 mil 500 pesos. Enseguida fui a entregarlos al CAPFCE.

-¿Alguien más la ayudó?

-Los niños. No sé cómo ni dónde, pero el caso es que cada uno conseguía un tabique y me lo entregaba sábados y domingos. Ese hacinamiento de materiales y el dinero de los certificados motivaron que se le concediera la mayor importancia a la construcción de la escuela.

-¿Cómo llegó a la dirección?

-Una de las maestras que trabajaba aquí era muy amiga del entonces secretario de Educación. El quiso favorecerla nombrándola directora. Ella no aceptó. Dijo que no se sentía digna de compartir mi lucha y pidió su cambio. Me quedé. El 23 de marzo de 1950 vino el presidente Miguel Alemán a inagurarlo y a entregarme las llaves del plantel.

-¿Cuántos niños asistían a esta escuela?

-Tres mil. Ahora vienen únicamente 238. La razón es que nuestras autoridades dijeron que la escuela iba a cerrar porque no les convenía que hubiera dos. No tomaron en cuenta que este plantel es ameritado porque lo hemos mantenido en buenas condiciones; es decir, para que sea digno de lo que los niños merecen.

-¿Cómo ha sido su trato con los alumnos desde la dirección?

-Vivo y permanente, porque nunca me quedo sentada detrás del escritorio. A diario visito los salones para estar en contacto con los niños. Me gusta hacerles preguntas, plantearles problemas y hasta contarles chascarrillos: todo con el fin de agilizar su mente.

Poesía en voz alta

-Esos encuentros reviven su experiencia como maestra y supongo que también la hacen recordar a sus profesores y a sus compañeros de escuela.

-Y también mis orígenes. Nací en Mineral de la Luz, Guanajuato. Allí estudié el primer año de primaria en la escuela Miguel Hidalgo, a la que asistían únicamente niñas: éramos 28. A todas nos instruyó muy bien la profesora Josefina Cerrillo. El segundo de primaria lo cursé en Guanajuato y del tercero al sexto en Acámbaro donde, además, fui niña-maestra. No teníamos profesora y me encargaron que dirigiera el grupo.

-¿A qué materias se les concedía mayor importancia?

-Matemáticas y español. En esta disciplina empezábamos por la lectoescritura, luego en la interpretación de lo que se leía, después llevábamos lectura en silencio para después escenificar y dibujar según la percepción que hubiésemos tenido del texto.

-¿Cuál fue su libro de lectura?

-Adelante. Allí aprendí un poema de Manuel Gutiérrez Nájera: "La abuelita". Aún lo recuerdo: "Tres años hace murió abuelita. /Cuando la fueron a sepultar/ deudos y amigos en honda cuita/ se congregaron para llorar/. Cuando la negra caja cerraron/ curiosa y grave me aproximé./ Al verme cerca me regañaron/ porque en silencio la contemplé./ Dolor de mente rápido pasa./ Tres años hace que muerta está./ Llovieron penas y nadie en casa/ de mi abuelita se acuerda ya./ Sola yo guardo luto y tristeza/ y su recuerdo fuerza cobró/ como del árbol en la corteza/ se ahonda el nombre que se escribió".

-¿Cuál era la ocupación de su padre?

-Ingeniero de minas. El compraba mineral para venderlo en una hacienda de Guanajuato. Fue un hombre generoso y con mucha visión. Procuró que todos sus hijos -siete mujeres y dos hombres- tuvieran estudios, porque se daba cuenta de que sólo así, llegado el momento, podríamos valernos por nosotros mismos. Mi madre siempre apoyó esa idea.

-¿Desde niña soñó con ser maestra?

-Sí. Tal vez porque mis hermanas se consagraron al magisterio siempre quise dedicarme a los niños y tener una escuelita. Por fortuna logré colmar mis sueños.

Los emigrantes

-¿En qué año llegaron a la ciudad de México?

-En 1924, cuando terminé la primaria. Vivíamos en los edificios Condesa. Me parecía una construcción gigantesca, tal vez porque todo estaba rodeado de llanos donde los muchachos jugaban futbol. Después nos cambiamos a Ortega 4, en Coyoacán. Más tarde, con un préstamo de pensiones, compramos la casa donde aún vivo.

-¿Cómo estudió para maestra?

-En la escuela nocturna, porque en la mañana daba clases en Mixquic como maestra no clasificada. Atendía al mismo tiempo a estudiantes de cuarto y quinto años. No había transporte: para llegar a la escuela atravesaba a pie el pueblo de Tulyehualco. A veces alquilaba un caballo por 75 centavos para trasladarme al plantel. Era un gasto fuerte, porque ganaba 4 pesos diarios. Mis alumnos eran hijos de campesinos y trabajaban antes de ir a la escuela. Decían muchas palabrotas. Con el tiempo logré que modificaran su vocabulario, porque entendieron que el hombre se dignifica por su lenguaje.

-¿Por qué dejó esa escuela?

-Tuve un accidente. Dos compañeros y yo íbamos en un camioncito frágil. Otro camión quiso jugar carreras y nos alcanzó. No sé cuántas volteretas dimos ni cómo me salvé. Una de mis compañeras murió y el maestro que iba con nosotros quedó mal de la cabeza. En aquel tiempo era difícil cambiar de plaza, pero aproveché el accidente para pedir mi traslado. Me mandaron a San Pedro Zalpa, en Azcapotzalco.

"Para llegar a la escuela sólo podía caminar por los durmientes de las vías, porque tampoco había transporte. Una vez le pedí al padre de un alumno que me prestara su yegua para que me jalara en una volanta. El se negó porque el animal era muy brioso, pero lo convencí. Nunca pensé que esa yegua me salvaría la vida: camino de la escuela, al atravesar las vías, me sorprendió el silbido del tren. Pensé que no alcanzaría a cruzar, pero la yegua, muy lista, corrió con más fuerza y así me salvó la vida."

Experiencia y método

-Atendió a estudiantes de todos los grados. ¿Qué es más difícil: dar clase a niños de primero o de último año?

-Teniendo deseos de trabajar, el esfuerzo es el mismo, pero la experiencia es distinta. Resulta maravilloso ver cómo empiezan a leer y a escribir los niños del primer año. Eso los transforma. También trabajé en la primera escuela nocturna que hubo en Coyoacán. Mis alumnos eran obreros, lecheros, picapedreros. Pese a las dificultades y el cansancio, les notaba el ansia de aprender, y gracias a que aplicaba mi propio método, conseguía que pronto leyeran y escribieran.

-Hábleme de su método.

-Primero, como todos los maestros, seguí el de Torres Quintero. Después, con base en mi experiencia, hice mi propio sistema. No fue difícil. Los maestros tenemos muchos recursos. Cuando queremos trabajar encontramos mil puertas abiertas para llegar a los niños e interesarlos en el estudio.

-Usted es especialista en niños difíciles.

-Con ellos trabajo muy bien. Empiezo por hacerles ver que no siempre serán niños, llegará el momento en que les falten sus padres. Entonces les pregunto: "¿quién te dará de comer? Tendrás que ganarte el pan con tu esfuerzo. Si eres ignorante nadie te ocupará, pero si alguien te da trabajo se aprovechará de tu ignorancia para esclavizarte. ¡Eso jamás debes permitirlo!" Esa explicación los estimulaba para seguir con los estudios.

-Hoy muchos niños desertan de la escuela. ¿A qué atribuye esa situación?

-A problemas económicos. Seguido vienen los padres a decirme: "Maestra: tengo que sacar a mi niño de la escuela. Acaban de quitarme el trabajo y ya no puedo vivir aquí". Esas familias se van a la casa de algún familiar que está lejos y los niños abandonan su escuela. Es algo muy triste.

-Su experiencia profesional es invaluable. ¿Tiene algún escrito al respecto?

-No, aunque alguna vez escribí una composición que se titula "Así es mi escuela". Como verá, la enseñanza ha sido y es la pasión de mi vida. Creo que el magisterio es la mejor trinchera para luchar por México.

Posdata

Al terminar esta nota el doctor David Torres Mejía, director general de Comunicación Social de la Secretaría de Educación Pública, me informó que, de acuerdo con la petición que hice la semana pasada en Radio Capital, el titular de la dependencia, Reyes Tamez Guerra, ha ordenado agilizar los trámites para la jubilación de la maestra Albina. Mientras tanto, trabajadores de la propia secretaría organizaron una colecta en beneficio de quien ha formado a muchas generaciones mexicanas.

 
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