Usted está aquí: martes 13 de diciembre de 2005 Opinión Rothko en el MAM

Teresa del Conde / II y última

Rothko en el MAM

En un artículo de 1960, época que va marcando el ocaso del expresionismo abstracto -aunque algunos de sus representantes también conocidos como los colour field painters, lo continuaron-, Robert Goldwater hacía notar que las obras de todos estos pintores muestran en forma radical las diferencias que ofrecen entre sí. Y son estas diferencias las que confieren a sus obras un mayor significado.

Algunas piezas de Mark Rithko exhibidas ahora en el MAM, pongo de ejemplo El origen de 1945/46, son como pictografías, núcleos simbólicos que parecen enfocados a la atracción por lo primitivo, puesto esto en evidencia por William Rubin en una exposición en el MOMA de Nueva York que hizo época: "Primitivism" in 20th Century Art (1984).

Incluyó a Gaugin, a los Fauves, Pablo Picasso, Brancusi, una selección de expresionistas alemanes; Lipchitz, Modigliani, Klee, una selección de surrealistas, y a la mayoría de los expresionistas abstractos, cotejando sus afinidades formales con el arte tribal o "primitivo", (así, entre comillas, porque Rubin puso enorme cuidado en evitar cualquier síntoma de minusvalía respecto del significado del término).

Hubo comparaciones muy obvias que todavía vienen a la mente, por ejemplo, los rostros de Modigliani con las máscaras de Costa de Marfil, pero otras sorprendían por afinidades que no eran obvias, como si los artistas del siglo XX se hubieran alimentado consistentemente, gota a gota, a lo largo de años, de las piezas del Museo del Hombre y de otros museos antropológicos, cosa que por cierto Octavio Paz hizo notar antes de la exposición mencionada.

De Mark Rothko se exhibieron obras, hermosas por cierto, de 1944-1945, simultáneas por tanto a algunas exhibidas en el MAM, en tanto las obras de Pollock favorecidas en esa exhibición son anteriores (1939-40), quizá influidas por Orozco y Siqueiros, cosa que Pollock no negaba, sino por contrario, gustaba de poner en evidencia.

Tanto Goldwater como Harold Rosenberg insistieron en que, a partir de la irrupción de las telas orquestadas en rectángulos irregulares, uno sobre otro, el énfasis del pintor fue sostener sus telas en color, tono y volumen, y eso puede constatarse mediante varios cuadros exhibidos en el MAM.

Dore Ashton, la famosa crítica de arte que tantas veces nos ha visitado, fue amiga del pintor. Ella gusta recordar que Rothko nunca hablaba de técnica, aunque desde luego la tenía; en cambio solía referirse a las "cualidades morales" de su pintura, que son las que Motherwell aludía con frecuencia, como anoté en mi pasada nota.

Sin embargo, el pintor objeto de este texto repudiaba que se le considerara colorista, debido -creo yo- a que el color por su misma naturaleza apela a los sentidos. Su lucha con esa situación debe haber sido terrible, porque las adiciones de claridad contra oscuridad, saturación baja contra saturación densa, y contrastes inusutados lo revelan como colorista.

Además otra cosa cuenta: Rothko fue profesor del Brooklyn College en los 50 tempranos (cuando ya era el Rothko de las atmósferas coloreadas y de lo que se ha denominado luz interior). Pero según la propia Dore Ashton, tan involucrada con el grupo de los expresionistas abstractos que hasta se casó con uno de ellos (luego se separó), recordaba que el maestro nunca utilizó en sus clases los colorímetros o cartas de color, porque mesurar el color y construir el esquema cromático a partir de un esquema puede resultar repugnante.

Un premio Nobel, el químico Wilhelm Ostwald, muy interesado en la pintura alemana, afirmó que reducir el color a una fórmula equivalía a "la muerte de la pintura".

Nunca estuvo Rothko lejos de la muerte, pero sí de "la muerte de la pintura" a la que llevó a la total desaparición de la imagen (aunque los rectángulos sean imágenes y las pinturas negras en la Rothko Chapel de Houston también lo sean).

No digo que eso constituya una opción que deba seguirse en la actualidad, en modo alguno, pero la actual exposición en el MAM, en esta pobreza de estímulos que nos ha deparado la actual administración museística oficial, es una lección de estética y merece toda la atención que se le pueda prestar, con todo y las carencias museográficas que en lo particular encuentro.

 
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