Usted está aquí: martes 13 de diciembre de 2005 Opinión Bush: verdades, mentiras y cinismo

Editorial

Bush: verdades, mentiras y cinismo

En alocución pronunciada ayer en Filadelfia el presidente estadunidense, George W. Bush, reconoció que la invasión y ocupación ordenadas por él en Irak han dejado un saldo de cerca de 30 mil civiles muertos en acciones de combate, pero justificó ese saldo catastrófico de destrucción, muerte y sufrimiento afirmando que la agresión bélica de su gobierno contra esa nación árabe ha propiciado "una transformación notable para un país que no tiene ninguna experiencia democrática y que trata de superar la herencia de una de las peores tiranías que ha habido en el mundo". Asimismo, Bush dijo que "volvería a tomar la misma decisión" y que "derrocar a Saddam Hussein hace del mundo un lugar mejor, y de Estados Unidos, un país más seguro".

La admisión, por el ocupante de la Casa Blanca, de las vidas de civiles destruidas por su empecinamiento militarista debe entenderse como respuesta a la caída en picada de su popularidad, a las crecientes presiones internas que experimenta su gobierno para que saque las tropas de Irak lo más pronto posible, así como al cerco político que se estrecha en torno a su administración como resultado de su ineficiencia, su corrupción y sus políticas económicas que premian a los ricos y castigan a los pobres.

El resto del discurso es mero empeño por desafiar la lógica y el sentido común: es cierto, como dijo Bush, que el territorio iraquí es, hoy, "el frente central de la guerra" que su gobierno libra contra el fundamentalismo terrorista de Al Qaeda, pero el presidente omitió decir que él mismo abrió ese frente al derrocar a Saddam Hussein, quien nunca permitió que las células de Osama Bin Laden operaran en Irak. Es cierto que ese país carece de experiencia democrática, pero Washington no ha resultado ser, precisamente, un buen maestro en la materia. Los ocupantes no sólo torturan y asesinan por sí mismos, como se supo el año pasado, sino que lo hacen, también, por conducto de sus subalternos iraquíes. Precisamente ayer, horas antes de que el presidente estadunidense hablara, se descubrió, en un centro de detención del régimen títere impuesto en la nación árabe por las tropas ocupantes, a 625 personas con huellas de maltrato. Algunas tenían las uñas arrancadas y presentaban señales recientes de haber recibido descargas eléctricas. Bajo la ocupación estadunidense, la situación de los derechos humanos en el infortunado país es ya tan catastrófica, si no más, que en tiempos del propio Saddam, como han reconocido algunos de los operadores locales de la Casa Blanca. ¿Democracia en Irak?

En cuanto a la aseveración de que la aventura bélica lanzada por Washington en marzo de 2003 "hace del mundo un lugar mejor, y de Estados Unidos, un país más seguro", los hechos la desmienten. Los atentados dinamiteros en diversos puntos del planeta se multiplicaron a raíz de la invasión de Irak; la presencia militar estadunidense en el mundo árabe e islámico ha nutrido a los grupos terroristas y ha generado un semillero de jóvenes exasperados por el agravio; Madrid y Londres se vieron sacudidas por cruentos y criminales ataques integristas que no habrían ocurrido si los gobiernos de José María Aznar y Tony Blair no hubiesen secundado a Bush en la agresión contra Irak, y la sociedad del país vecino vive sometida a sobresaltos y estados paranoicos, alimentados, en buena medida, desde la Casa Blanca y el Pentágono para justificar la "guerra contra el terrorismo internacional". En el metro londinense o en los aeropuertos de Florida, las corporaciones policiales tiran a matar contra individuos que les parecen sospechosos y los derechos humanos se encuentran en estado de virtual suspensión.

Los ataques del 11 de septiembre de 2001, en los que Irak no tuvo nada que ver, causaron unas 4 mil muertes. Las guerras emprendidas por Bush con ese pretexto han dejado más de 2 mil soldados estadunidenses muertos y cerca de 20 mil heridos ­muchos con discapacidades permanentes­, además de 30 mil civiles iraquíes fallecidos en combates y atentados directamente vinculados con la invasión y la ocupación, además de unas 100 mil defunciones causadas por la destrucción de hospitales y sistemas de agua potable, con la destrucción de infraestructura. Todo ello, sin contar las bajas de uno y otro bandos en Afganistán, las de los ejércitos de terceros países que asisten a las fuerzas estadunidenses, las de los mercenarios al servicio de los ocupantes, ni las de los contratistas extranjeros secuestrados y ejecutados. Ante esas cifras, los argumentos del gobernante resultan insostenibles.

Finalmente, más allá de la incapacidad de Bush para asumir la verdad a secas y de sus empeños mentirosos por presentar como éxito la catástrofe mundial que él mismo ha creado, resulta preocupante y exasperante que pretenda presentar 30 mil muertes ­o 130 mil, si se considera el saldo global de la invasión y la ocupación­ como un precio aceptable de su supuesto propósito democratizador. Ninguna empresa humana justifica esa cantidad de muertos, y cabe esperar que la opinión pública internacional no se acostumbre nunca a escuchar esta clase de argumentos cínicos y criminales.

 
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