La ciencia inútil
En la sección de ciencia de La Jornada, Víctor M. Toledo reprobó a los científicos mexicanos que le reclaman al gobierno más presupuesto para la ciencia con una argumentación superficial y monótona: sin ciencia, el país no progresará (1º de diciembre de 2005). Tiene razón el doctor Toledo.
La financiación gubernamental de la ciencia es un problema de difícil solución, y a la que los investigadores mexicanos hemos contribuido poco y mal. Digo investigadores y no científicos porque esta última palabra suele usarse como hilo que cose la sacralización a la que alude el doctor Toledo. Es pertinente que el tema se trate públicamente a condición de hacerlo con extremo cuidado para no dejar en el lector una impresión falsa.
Toledo reprueba a los científicos mexicanos -a los investigadores- pero no desde el punto de vista de la ciencia sino desde la ética y la axiología, lo que debe quedar claro. Reprueba como ciudadanos a algunos investigadores que sólo pueden ser reprobados como tales si mienten modificando o inventando observaciones o descubriendo el café con leche y además con ínfulas.
El reclamo de algunos investigadores va dirigido al oído de políticos y funcionarios. Imitan el lenguaje demagógico que éstos emplean porque creen que ese es el único que aquellos entienden, ya que es el que dirigen a los votantes, porque a su vez creen que así se hacen entender.
Por otra parte, y dicho sea con todo respeto para el doctor Toledo, su discurso de que el presupuesto destinado a la ciencia dependa "...de qué tipo de investigación se realice..., cómo se articulen y combinen los aportes de los investigadores y las instituciones con las necesidades de la sociedad... y, finalmente, cómo todo lo anterior tome cuerpo en una política científica nacional", podría calificarse de tan superficial y cansino como el otro, y corre el peligro de resultar incluso demagógico y hasta peligroso para el desarrollo de la ciencia en México. Lo que Toledo implica es que hace falta presupuesto sólo para la ciencia virtuosa que le resulte útil a la sociedad, en cuyo nombre se dicen tantas cosas. Este discurso se parece demasiado a la política implícita del presidente Vicente Fox y del ingeniero Jaime Parada cuando éste estuvo al frente del Conacyt. La diferencia estribaría en la concepción que se tenga de lo 'socialmente útil'. ¿Qué le parecería al doctor Toledo que se estableciese una política nacional que únicamente considerase la investigación socialmente útil pero que excluyese a la ecología, que es la disciplina que él cultiva? Y me apresuro a aclarar que me entusiasmaría una política nacional que estimulase la investigación para intentar resolver problemas nacionales solubles, urgentes e identificables, por ejemplo, captación y distribución de agua, creación de fuentes diversas de energía, desertificación, etcétera, a condición de no hacerlo a costa de lo esencial de la actividad científica fundamental, que sí, ni modo, aunque suene monótono, es la creación de conocimientos que no tiene relación con la ética y la axiología. Pondré dos ejemplo obvios: con el saber creado por Copérnico, Kepler, Galileo y Newton, y por Darwing y por Fleming, y por Hubel y Wiesel, y por Crick y Watson, sabemos que la Tierra gira alrededor del Sol y se lanzan artefactos fuera del ámbito terrestre, que las especies cambian, que disponemos de antibióticos, que el ambiente influye sobre la estructura y función del cerebro, y cuál es el código fundamental de la vida. Todos estos conocimientos me parecen socialmente útiles y éticamente plausibles pero sus autores no tuvieron esto como premisa.
Mi desacuerdo con algunos argumentos del doctor Toledo pueden ser de matiz, pero hay uno con el que francamente discrepo: las armas inimaginables y otros desastres a los que él alude no se crearon en nombre de la ciencia sino por razones de dominación y de poder económico. Prefiero los ejemplos que cito a los que él dio para después afirmar que los recursos no son intrínsicamente necesarios a la ciencia. Los lectores de La Jornada podrían llegar a la conclusión de que la investigación científica es, en resumen, dañina y que no merece gasto alguno. Cuidado.
Por otra parte, la búsqueda de conocimientos socialmente necesarios no da garantía ni científica ni social. Ahí tenemos la intensísima búsqueda hasta ahora fallida de curas o vacunas para el sida que sean totalmente efectivas. Ojalá se encuentren pronto, pero entonces habrá que ver qué gente se beneficia. La utilización del conocimiento depende sobre todo de los hombres de Estado y de los empresarios, quienes determinan o consienten en el qué y el para qué. Aquí es donde entra la ética y la axiología con la participación subordinada de algunos científicos y técnicos que encuentran el cómo. Son los gobiernos y los industriales los que han de demandar expertos para desarrollar tal o cual tarea y otorgar los medios para ello. El apoyo del gobierno mexicano a la ciencia es mínimo y va para abajo, y el de la industria es casi nulo. La ciencia nacional está en sus albores y hoy por hoy es un almácigo que de prosperar junto con el país podría dar mayores frutos útiles para la sociedad. Nuestro principal problema hoy es que tenemos muy pocos investigadores y muy mal distribuidos. Un almácigo chiquito. El mayor compromiso social que podemos establecer los investigadores aquí y ahora es con la educación más allá de los alumnos a los que asesoramos para que traten de ser investigadores.
Los argumentos del doctor Toledo son preámbulo de su condena a que se destinen 65 millones para completar la construcción de un telescopio, con el cual, quizá, se podría generar más conocimiento que con 65 proyectos de a millón, como él propone. No lo sé, pero su argumento tendría validez por consideraciones acerca de la distribución del presupuesto, pero no por razones científicas. Su reprobación parece anatema lanzado desde el púlpito. ¿De qué iglesia?