Usted está aquí: viernes 16 de diciembre de 2005 Política Golpe de Estado

Jorge Camil

Golpe de Estado

Provocación, cortedad de miras, miedo, arrogancia, juegos de poder y asalto a la democracia. Todo eso revela la pretendida reforma constitucional a los artículos 25 y 31: un solapado golpe de Estado enfundado en la engañosa necesidad de dar autonomía a las entidades que gobiernan el sistema financiero y la administración tributaria. "Sería como la autonomía de Banco de México", aducen los mercaderes que ofrecen espejitos de colores a cambio de nuestros derechos democráticos. "Se trata de institucionalizar el poder", aseguró con el peso de su autoridad intelectual Federico Reyes Heroles, como si no conociéramos sus antecedentes priístas.

La medida es una provocación, porque en el entorno de la campaña presidencial anularía cualquier intento de debatir propuestas, y con la ayuda de un atrevido golpe de timón (timón del timonel Vicente Fox) definiría medio año antes de la elección los temas económicos. Usted y yo podríamos ir a las urnas el 2 de julio, pero su candidato y el mío estarían obligados a gobernar con el programa económico diseñado por Carlos Salinas de Gortari: un remedo vulgar del Pacto de la Moncloa. La medida entraña, además, cortedad de miras, porque los superhombres designados para dirigir las entidades financieras más allá del próximo sexenio serían señores feudales inamovibles, dotados de autonomía y patrimonio propio, no subordinados al Ejecutivo federal, y "con atribuciones que hoy mantiene el Ejecutivo federal". ¿Qué les impediría morder la mano del amo y hundir al país en la balcanización del sistema financiero? Lo que se lograría, eso sí, es postergar la consolidación de nuestra interminable transición democrática, y convertir la primera elección presidencial que podría ser realmente libre (sin voto de castigo, sin mano negra, sin red protectora) en una parodia manejada por titiriteros ocultos en las sombras.

Es evidente que los inteligentes autores intelectuales muestran temor; qué digo temor: miedo cerval al triunfo de la izquierda, y al mismo tiempo desconfianza en la victoria de sus candidatos. Atención Felipe Calderón y Roberto Madrazo, a los autores les tiene sin cuidado quién de ustedes llegue a la Presidencia, porque ambos se volverían en automático candidatos del PRIAN. El propósito es asegurar su proyecto y el manejo de las finanzas, no la victoria de candidaturas específicas. No olviden que Salinas tiene experiencia en el arte de echar a andar varias candidaturas presidenciales a la vez: Luis Donaldo Colosio, Ernesto Zedillo y Manuel Camacho Solís fueron todos candidatos del ex presidente en un experimento que sacudió a la nación. Es increíble que se intente de nuevo.

Adivina adivinador: ¿qué hace un exiliado del poder, con inagotable sed de poder y una cuantiosa fortuna acumulada en el ejercicio del poder? Jugar al poder. El abogado Felipe Calderón se opuso por motivos equivocados: "no hacerle el caldo gordo a Andrés Manuel". No, Felipe, por Dios, la maniobra debe ser derrotada porque implica reformar al vapor, y con cuestionable constitucionalidad, conceptos fundamentales del Estado y sus estructuras de poder. (¿Por qué no utilizar la misma mayoría legislativa para convertir la República en monarquía?) Y a quienes sostengan, como Reyes Heroles, que la pretendida tecnocracia es una forma de "institucionalizar" el poder (algún extraviado sacudió la tumba de Aristóteles arguyendo la necesidad de "blindar la democracia"), habría que recordarles que el precio es una legislación particular, con dedicatoria. Imagínese, reformar el marco del Estado y las estructuras de poder para detener a un candidato presidencial, o convertir a un ganador no deseado en mandatario con pies de barro. Estos tíos son unos genios: encontraron la brújula para regresar al predio de El Encino.

La reforma sería además un asalto a la democracia, porque destruiría la confianza en el sistema electoral, y la esperanza de que algún día nuestra forma de gobierno y nuestras instituciones se definan en las urnas. Podríamos descartar la maniobra como los estertores de un sistema que agoniza, pero es mucho más que eso. Con ella, los candidatos estarían atados de manos para ejecutar su proyecto económico y para gobernar. ¿Qué papel jugaría el presidente: inaugurar escuelas rurales y caminos vecinales? Con inusitada arrogancia la reforma pasa de lado al hombre de a pie y se atribuye la facultad de escoger por él su proyecto de nación.

Luis F. Aguilar resumió los propósitos con una "perla literaria": "son los necesarios blindajes institucionales de la democracia frente a la desconfianza que suscitan sus políticos temporaleros y acelerados". (No pierda tiempo, los rebuscados adjetivos no aparecen en el diccionario.)

Carlos Montemayor, en cambio, verdadero académico de la lengua, comparó la semana pasada las tasas de crecimiento de los sexenios estabilizadores del milagro mexicano con las cifras decrecientes de los presidentes globalizadores. Con la reforma -advirtió- incrementaríamos la pobreza, nos alejaríamos de la democracia y nos acercaríamos a la tiranía. ¡Ojo con el facilitador!

 
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