Editorial
Migración: la doble cara del foxismo
Poco después de que el presidente Vicente Fox reconoció que las recientes y "oprobiosas" medidas persecutorias contra los migrantes adoptadas por las autoridades de Estados Unidos agravan la sistemática violación de los derechos humanos y laborales de los mexicanos que se internan sin documentos en el país vecino, el secretario de Relaciones Exteriores, Luis Ernesto Derbez, aseguró que el tema de la reforma migratoria es un asunto que no compete a México sino al gobierno estadunidense, y aseguró que si "únicamente se viese el tema de la seguridad", las disposiciones resultantes serían "muy negativas para Estados Unidos" pero no para México. Por lo demás, tanto el responsable del Ejecutivo federal como su canciller afirmaron que, en lo que queda del sexenio, el foxismo seguirá propugnando un acuerdo bilateral en materia migratoria.
Por lo que puede verse, el responsable de la política exterior mexicana no se ha enterado de que el enfoque meramente policial de la migración indocumentada causa la muerte de centenares de mexicanos cada año y que, al menos en esa medida, un endurecimiento de la persecución a los connacionales en el país vecino sí es "muy importante" para el nuestro. También debiera considerarse "muy importante" lo que les ocurre a los migrantes mexicanos en razón de que éstos aportan, con sus remesas de dinero, la segunda fuente de divisas del país. Dicho sea de paso, si no fuera por los precios del petróleo coyunturalmente altos y por los salarios obtenidos con sacrificios terribles por nuestros trabajadores en Estados Unidos, el actual gobierno no tendría forma de tapar su pavorosa ineptitud económica.
Derbez tampoco parece notar que las disposiciones migratorias estadunidenses atañen a México de manera directa por el simple hecho de que la mayor parte de los trabajadores extranjeros que habitan al norte del río Bravo son, precisamente, mexicanos. Sólo le faltó decir que las circunstancias inhumanas y letales en las que nuestros paisanos se ven obligados a cruzar la frontera común, los agravios que sufren cuando logran llegar y establecerse en el territorio del país vecino, y los abusos y la discriminación de que son objeto allá, son asuntos internos de Estados Unidos.
El que las autoridades de nuestro país carezcan de atribuciones para incidir en el debate legislativo del país vecino no implica, de ninguna manera, que deban renunciar a su obligación de velar por la integridad física, laboral y humana de nuestros connacionales. Dejar la suerte de éstos al debate que tiene lugar en el Capitolio y sentarse a esperar que George W. Bush recupere el interés en avanzar hacia un acuerdo migratorio bilateral denota una pereza institucional característica del presente gobierno y una insensibilidad exasperante que recuerda la aprobación otorgada en agosto del año pasado por el propio Derbez a las balas de plástico rellenas de polvo irritante empleadas por los policías fronterizos estadunidenses contra los mexicanos indocumentados.
Se ha pretendido encubrir el desdén gubernamental hacia esos ciudadanos con demagógicas "supervisiones" presidenciales a los operativos del Programa Paisano, pero tiene otras expresiones crudas e inequívocas: la entrega, por ejemplo, de 38 mil pesos a una tercera parte de los reclamantes de fondos de ahorro que les fueron birlados desde la administración pública a los trabajadores del programa Bracero entre 1942 y 1964. En vez de ordenar una investigación histórica que permitiera establecer el paradero de esos dineros, el foxismo, solapador de la corrupción que le antecede, decidió otorgar esa "ayuda" vergonzosa a los viejos braceros o a sus descendientes. El criterio para fijar el monto fue explicado ayer por el subsecretario de Gobernación, Felipe González González; a decir de este funcionario, la suma permite cubrir las necesidades básicas de un adulto mayor durante seis años. Centavos más, centavos menos, se ha decidido otorgar a los quejosos mil pesos mensuales dos tercios de un salario mínimo a lo largo de 36 meses para que cubran unas "necesidades básicas" harto distintas, por cierto, a las que tiene quien haya ocupado la Presidencia de la República, un cargo directivo en Nacional Financiera o un asiento de magistrado en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Como en casi todo lo demás, ante el drama de los trabajadores migrantes mexicanos el foxismo tiene una doble cara: el discurso solidario para con ellos y las apariciones escenográficas en los pasos fronterizos, por un lado, y por el otro, el desprecio burocrático, la sumisión ante Estados Unidos y la negativa explícita a cumplir con la obligación esencial de velar por la vida, la integridad y la dignidad de nuestros compatriotas en el país vecino.