Más allá de la estabilidad
No es sensato afirmar que una economía, la que sea, y menos aún la mexicana, puede sostener las condiciones actuales de la estabilidad por un periodo de 20 años. No es sensato hacerlo en términos técnicos y políticos ni tampoco en un sentido intelectual.
Se entiende que este gobierno exponga las bondades de las políticas que ha aplicado en el campo fiscal y monetario, que han mantenido niveles bajos del déficit público y la inflación, y una firmeza relativa del tipo de cambio del peso frente al dólar. Se entiende que destaque la estabilidad en la recta final del sexenio, así como haber evitado los fuertes vaivenes del funcionamiento de la economía y, sobre todo, el estallido de una nueva crisis. Se entiende también que presente el caso en el periodo en que empezarán las campañas electorales para la Presidencia en 2006.
Luego de la crisis de 1994, cuando el precio del dólar se duplicó y al año siguiente la inflación fue de 52 por ciento y el producto cayó 6 por ciento, se ha hecho un gran esfuerzo por alcanzar y sostener la estabilidad financiera. El costo ha sido muy grande, sobre todo en cuanto a la asignación de los recursos que se ha hecho durante el proceso. Ha habido una enorme transferencia de recursos entre los sectores de la sociedad y como ejemplos están las consecuencias de la forma en que se abrieron los mercados y el rescate bancario.
En la economía los ajustes se hacen por dos vías: las cantidades y los precios. En la última década ha ocurrido de las dos maneras, y lo que se aprecia en general es que una mayor estabilidad no ha sido compatible con el crecimiento sostenido y suficiente del producto y del empleo. La satisfacción por la estabilidad ha de ser, cuando menos, limitada.
De ahí que una primera pregunta sea respecto a la visionaria consideración del secretario de Hacienda sobre una estabilidad duradera para los próximos 20 años.
La estabilidad es una base para el crecimiento de la actividad productiva, pues evita las distorsiones en la asignación de los recursos que provoca la inflación. No todos los precios suben en la misma proporción y surge la disputa distributiva de quienes buscan no rezagarse. Pero la estabilidad de los precios clave no garantiza la expansión del producto. Para ello se requiere una mayor proporción del gasto destinado a invertir y, además, exige un sustento en la creciente productividad. Estos dos elementos están ausentes y las razones de ello son múltiples.
Así que la gestión de la economía en el próximo gobierno debe usar la estabilidad que se herede para crear condiciones de crecimiento. Mas eso no ocurrirá de manera automática, sino que requerirá la asignación de recursos públicos.
Para que la economía crezca será necesario cambiar los parámetros que enmarcan hoy a la estabilidad, para que deje de estar asociada con el relativo estancamiento. No entenderlo así convertirá las recientes declaraciones de Gil Díaz en un chantaje en contra de quien conciba de modo distinto la política económica, sea de cualquier partido, aunque este mensaje parece llevar dedicatoria.
El próximo presidente deberá cuidar la estabilidad y administrar los ingresos y los gastos públicos para no sacrificarla, pero no puede atarse de manos. No debe olvidarse que la tan preciada estabilidad está también sustentada en factores externos como los precios del petróleo y las remesas que proveen grandes cantidades de dólares, que se acumulan en las reservas internacionales. No debe olvidarse que la estabilidad también se asocia con las menores presiones sobre el mercado laboral por la fuerte emigración de los trabajadores a Estados Unidos. No debe olvidarse la enorme dependencia que existe con esa economía y la demanda de productos hechos en México, incluyendo trabajadores.
Los cimientos de una estabilidad que dure 20 años no son tan sólidos como quiere el secretario Gil Díaz. La economía mexicana no genera internamente la inversión requerida para crecer a largo plazo ni la recibe de fuera; no hay un proceso de renovación suficiente de la infraestructura física, no se incorpora el cambio tecnológico ni se mejora el nivel de la educación y la capacitación para sostener el aumento necesario de la productividad. No se ha renovado institucionalmente el Estado ni se aplican las normas y reglamentos que requiere un más eficiente funcionamiento del mercado y de las empresas privadas. No se modifica el patrón tan concentrado de la distribución del ingreso ni se sobrepone de modo decisivo la situación de pobreza de la mitad de la población. Ese es también el resultado de la estabilidad.
Para que la estabilidad sea un factor de impulso del crecimiento y del bienestar social hay que estar dispuestos a modificar las pautas de la gestión pública. Suponer que eso significa una irresponsabilidad es un prejuicio que está muy fuertemente instalado en lo que hoy se considera corrección política y el pensamiento más conservador, que se promueve desde el sector financiero dentro y fuera del país. Admitirlo así, como quiere el gobierno del presidente Fox, es caer en una trampa.