En el recuerdo Manolo
En el recuerdo Manolo Martínez al aparecer en la Plaza México los toros de su ganadería, que dejaron mucho que desear. Bien aprendió que el toreo es un arte feliz y desgraciado al mismo tiempo, al igualarse en el torbellino de la pasión iluminada y el fracaso de la muerte irreparable. Sabía que el toreo es una pasión que nos lleva a lamentar que existan fuerzas incontrolables para el hombre, como el poder del toro, proyección de ellas.
Manolo fue consciente de que el toreo es una pasión que nos lleva al fondo de las faenas realizadas, unidas por el deseo de sumergirnos en lo ilimitado, en la infinidad que le da color y luz. Ese toreo que provoca el anhelo en el cual se amortigua la fuerza destructiva del toro y nos lleva a la raíz de la vida-muerte. Vida-muerte delineada por Manolo en sus insuperables semicírculos sin retorno, semejantes al esmalte que forman los más bellos e intensos colores que recibir podría la retina. Luces en el cuerpo del toro alrededor de la cintura de Manolo, al compás de la muleta.
Existía a su vez la vida-muerte de Manolo en el señorío de sus faenas que se empapaban de sol y perfumaban el ambiente a tabaco. Penetración de efluvios, irreprimibles en la lentitud de sus redondos y un íntimo miedo siempre inexplicable. Voluntario deseo de no mirar la muerte, como forma de mirarla, teniendo que mirarla a pesar de todo.
Los toros de sus herederos sacaron el genio y la jiribilla del torero, pero no su casta. Disparejos de estilo y algunos rodando por el ruedo. Lo mismo que el de Fernando de la Mora, que sustitiyó a uno de Manolo. Espinoza, Angelino y Casasola recibieron una "oportunidad" y demostraron que pueden ir a más, a pesar de que se les nota, lo poco toreado que están. Angelino realizó lo más torero de la tarde con una soberbia estocada que ahí quedó.