La hora de Bolivia
Según los datos disponibles, el Movimiento al Socialismo de Evo Morales venció tanto en las zonas rurales como en las urbanas y, contra todo pronóstico, obtuvo altas votaciones incluso en regiones donde la derecha ha establecido sus mayores feudos. Los resultados expresan el cansancio generalizado respecto a los partidos y los políticos de siempre; la necesidad de un cambio de fondo sostenido por una amplia coalición popular y futilidad del intento de atemorizar a la población con el fantasma de la ingobernabilidad, la violencia o el populismo.
Desde el punto de vista democrático el resultado de los comicios es inobjetable. La legitimidad de Morales, enorme. El proceso en su conjunto estuvo condicionado por la intensa movilización de los sectores más pobres de la sociedad, por las diferencias regionales entre el altiplano occidental pauperizado y el oriente "rico" (las "dos Bolivias") donde se ubican las riquezas gasíferas y la agricultura desarrolladas; por la disputa en torno a la "nacionalización" de los energéticos y, desde luego, por el tema crucial de la despenalización del cultivo de la coca que concita la animadversión estadunidense, cuando no la franca intromision en los asuntos internos del pais.
No se trata, pues, de la mera disputa entre "liberales" y "populistas", como sugieren algunos críticos, sino de algo mucho más profundo y significativo que tiene que ver con la naturaleza de la democracia en América Latina, es decir, con los contenidos de la política y con el rumbo general de las sociedades de este continente. En rigor, para decirlo con las palabras del compañero de fórmula de Morales, Alvaro García Linera, en Bolivia se trata de "descolonizar al Estado", en el sentido preciso de "terminar con la exclusión de los pueblos indígenas" que son mayoritarios para que éstos tengan presencia "en el poder estatal y no sólo en el gobierno" y, en el mismo acto, crear las alianzas y las condiciones para dar verdadero sustento al Estado nacional bajo las circunstancias creadas por la globalización.
Es esta situacion la que ha hecho ver con claridad las enormes deficiencias del Estado "nacional" vigente, forjado a contrapelo, muchas veces, de las realidades concretas de las sociedades y siempre en consonancia con los dictados de las elites locales o foráneas; las enormes lagunas del llamado "estado de derecho" para ordenar la vida pública, la sumisión de la ley al poder, la vigencia absoluta de criterios favorables a la discriminación de pueblos enteros.
Dicho de otro modo: la victoria de Evo Morales demuestra que la democracia se fortalece cuando a ella se incorporan como sujetos activos los ciudadanos "invisibles", esas mayorías pasivas que dieron sustento a la ficción de una república al servicio de intereses oligárquicos y ahora sin mediaciones paternalistas exigen sus derechos.
Más allá de pensar en una oleada de "izquierda" (que existe, sin duda), lo que está ocurriendo es el replanteamiento del "hecho nacional", a la luz de los problemas no resueltos por el viejo Estado "liberal" y ante las situaciones inéditas resultantes de la internacionalización. Bajo esa perspectiva, de ninguna manera se trata de volver al "pasado", sino de crear nuevas instituciones, una voluntad de cambio que permita a Latinoamérica modernizarse sin condenar al hambre a sus pueblos. A los abogados del libre comercio podrá no gustarles esta opción, pero es difícil no ver que estamos ante un acto de legítima defensa frente a una economía que avasalla y condena a la desigualdad y la polarización.
Hasta donde se ve, la experiencia latinoamericana comprueba que nadie quiere volver al pasado si éste se entiende como estatismo burocrático y despilfarrador, pero ningún gobernante realmente democrático estaría dispuesto a abandonar los mecanismos institucionales para superar el atraso. Piden, pues, que la riqueza sea repartida de mejor forma. "Se van a nacionalizar los recursos, no vamos a nacionalizar los bienes de las trasnacionales", ha dicho el propio Evo.
Según García Linera en entrevista reciente publicada en Milenio, "el mandato es muy claro: una nueva economía, un nuevo sistema y un nuevo comportamiento político. Hay que nacionalizar los hidrocarburos, recuperar la presencia del Estado. En el ámbito estratégico hay que acabar con las privatizaciones y el debilitamiento del Estado y potenciar la microempresa, al empresariado boliviano, y la economía indígena y campesina. En lo político: Asamblea Constituyente, fin del colonialismo, presencia de indígenas en el poder. Y un Estado descentralizado política y administrativamente que dé paso a un nuevo régimen de autonomías a la vez que se consolida la unidad del Estado".
Evo Morales tiene ante sí un camino erizado de espinas. Nada está escrito, pero ya ha hecho historia.