¡Tire ese muro, señor Gorbachov!
"Tear down this wall, mister Gorbachov!", clamó imperativamente Ronald Reagan ante el Muro de Berlín en los últimos días de la guerra fría, y tuvo el conocido efecto en 1989, y con ello inscribió la frase en la historia y se definió como gran defensor de las libertades. Hoy un sucesor suyo, republicano también, ordena y negocia con el Congreso el levantamiento de un muro a lo largo de nuestra frontera norte.
Históricamente se han levantado muchos muros con iguales resultados, o sea, los contrarios a los buscados. Desde la Muralla China, la muralla de Adriano, la zona desmilitarizada (DMZ) entre las dos Coreas en el Paralelo 38, la división entre Cisjordania e Israel, y más. Los muros o murallas para lo que sí han servido es como causas de intensas y sangrientas fricciones entre los países lindados. Su erección y operación son costosísimas, en términos políticos y económicos, y muy poco eficientes, aunque parte de su peaje lo cobren en sangre y dolor de los que intentan cruzarlos. Son, así, históricamente infructuosos, oprobiosos y degradantes.
Estados Unidos tiene acostumbrado al mundo a sus contradicciones y paradojas: viola derechos, asesina, conculca en tierras ajenas, por hoy Afganistán e Irak, siempre hablando en nombre de la libertad y de la democracia, y en su propia tierra opera al revés, trátese de Guantánamo, de los recientemente descubiertos campos de concentración de la CIA, del racismo, o ahora de una medida bárbara que atenta contra vidas y contra la libertad de tránsito y el derecho al trabajo, derechos universales. Y pensar que nuestro gobierno en su apertura pensó en the whole enchilada en materia migratoria, o que este mismo año vio con gran simpatía el proyecto "Construyendo una Comunidad de América del Norte", que suponía el libre paso de los nacionales de los tres países por todos sus territorios.
Pero esta nueva muralla no tendrá resultados distintos a sus milenarias antecesoras. Seguirán los migrantes transgrediéndola, por el aire o por bajo de ella. De manera casi mágica, en una ola imparable de hombres, mujeres y niños que podrán más que la valla, sus cazadores de migrantes, sus ejércitos y patrullas, sus radares y helicópteros.
Sin muro aún, sólo las vallas parciales en Tijuana, mueren aproximadamente 500 mexicanos al año tratando de cruzar la frontera, por el desierto o por el río. Muchos más que los americanos muertos en igual plazo en la guerra de Irak. De nuestros muertos, sólo organizaciones sociales y ciertos medios llevan la cuenta; del otro lado, se percibe como una nota de segunda importancia, como no sean las muertes masivas en confinamientos dentro de vehículos de contrabando.
A falta de mayor agudeza de nuestro gobierno, ya varias ONG especializadas en el tema y otros gobiernos han levantado su voz en reprobación del proyecto. Esperemos que algunos, no pocos, demócratas lo hagan y que la poderosa comunidad hispana conciba lo propio. Pero el paso vergonzante ya está dado, ya forma parte de la historia y del presente de las relaciones bilaterales, y será pesada herencia para quienes sucedan en sus torpezas a Fox y sus cancilleres. El Presidente no conoce la instancia llamada protesta diplomática ni la denuncia ante foros internacionales, prefiere las diatribas contra Estados Unidos desde un pueblo de Guanajuato. El canciller, en igual ignorancia de las prácticas diplomáticas, prefiere llamar, en una entrevista radiofónica, "tonta y manca" a la decisión estadunidense. Este es nuestro nivel de funcionarios.
Ante las imposibilidades legales de volver a ser relegido, el Bush más fundamentalista, más inhumano y criminal surge y seguirá surgiendo como cuando siendo gobernador de Texas negó el indulto a la pena de muerte a todos los casos que le fueron presentados. Ya no tiene nada que disfrazar, nada que atemperar o autocontrolar. Es el Bush verdadero y desnudo. Tal vez el presidente más cruel después de aquellos que ordenaron el bombardeo de Japón o los de Vietnam, ahora conocido que fueron motivados por un incidente contra un barco que nunca existió.
Nada vence a la razón, y en este caso la razón es doble: una desigualdad de oportunidades de trabajo y una demanda que los estadunidenses se ocupan de minimizar. Según datos confiables, 500 mil hispanos llegan ilegalmente a Estados Unidos cada año en busca de trabajo. Algunos lo hacen temporalmente, regresando varias veces en su vida útil; otros lo hacen para permanecer sin plazo, generalmente amparados por vínculos familiares o sociales. De esta manera, violando el derecho internacional público por Estados Unidos, con muro o sin muro, los flujos de inmigrantes seguirán, aunque, eso sí, a costos humanos cada vez más onerosos.