El sistema bajo presión
La breve pausa de las fiestas de diciembre y principio de año no han sido lo apacibles de otras épocas. Me refiero a la escasa difusión de los mensajes de líderes espirituales y a la muy intensa proliferación de la publicidad consumista. Los problemas de coyuntura y estructurales por los que pasa el país tampoco han sido motivo de receso para los grupos políticos y medios de comunicación. A fin de cuentas, sólo parece que estuviéramos en un muy largo fin de semana.
No obstante, enero será el inicio formal de las contiendas por la Presidencia de la República. Sí, pero no sólo. También, y dada la configuración de poder en Latinoamérica, el espectacular cierre de la economía de la República Popular China, en cuarto lugar en contribución al producto interno bruto mundial, los ajustes en la distribución de los presupuestos en la Unión Europea son, entre otros aspectos, los que habrán de diseñar la nueva arquitectura mundial para los siguientes años.
Nuestro sistema político no ha evolucionado a los ritmos que la sociedad misma y el contexto exigen. Evolucionar, desde luego, no es "estar a la moda" o bien someterse a las tendencias predominantes de cualquier signo ideológico que sean. Ahora algunos países, dada su capacidad industrial y ubicación geográfica, se encuentran en condiciones de influir o al menos condicionar su inserción en la dinámica mundial. México en las elecciones de julio de 2006 tendrá precisamente la oportunidad no sólo de elegir presidente de la República, sino, de manera fundamental, el contenido del proyecto político que se requiere para el país.
Por eso preocupa la concentración de la atención en las encuestas. Estas son una parte y un elemento más de análisis. De allí a suponer que resuelven la elección, además de impreciso, nos ubica en un debate en el que exclusivamente cuentan las atribuciones o defectos de los aspirantes y no la viabilidad de sus propuestas o el perfil de sus equipos. Estamos ante una reproducción anacrónica del caudillismo, el pragmatismo y la verticalidad en el interior de las organizaciones. Por eso, en estas elecciones el sistema político, como hasta ahora lo hemos conocido, tiene la posibilidad de una auténtica transformación. Por eso, además de elegir Presidente de la República, vamos a diseñar el sistema político que queremos.
Nos preparamos para una contienda donde la articulación de los argumentos y la posibilidad para la generación de acuerdos deberán superar la vieja e inútil tendencia de la exclusión de aquellos que no comparten nuestra perspectiva o postura. Los señalamientos para marcar diferencias han servido para dar base y sustento a los radicalismos. Las posturas radicales son el bálsamo para justificar las atrocidades de las dirigencias. Ejemplos en la historia de nuestros países hay muchos. La era de las ortodoxias deberá, en serio, pasar a la historia. Por eso es tan importante la decisión que tomemos el 2 de julio. De aquí a esa fecha, tendremos poco tiempo para reposar ideas y alejarnos de las tentaciones autoritarias.
El sistema político, producto de una larga conjunción de procesos históricos, legales, sociales, económicos, culturales, entre muchos otros, ha observado una seria transformación. Quizá la principal, la manera de comunicar las decisiones. Las capacidades de las dirigencias y líderes de todo tipo se encuentran sujetas a prueba. Es deseable que salgan avante. La elección de 2006 será la elección para la formulación de un nuevo sistema para procesar y resolver los conflictos de la sociedad mexicana.
La pluralidad de la sociedad es una base muy atractiva y confiable para construir acuerdos duraderos y estables. Esa es en sí la esencia de la política. Con exclusiones y radicalismos poco habrá de abonarse en ese sentido.