Usted está aquí: miércoles 28 de diciembre de 2005 Opinión Crecimiento, capital y bienestar

Alejandro Nadal

Crecimiento, capital y bienestar

¿El crecimiento económico es bueno o malo? La respuesta parece obvia. Casi todos los economistas responden en sentido afirmativo porque el crecimiento genera empleos, satisface las necesidades de una población en aumento con inversiones en servicios sociales esenciales y crece la infraestructura básica de cualquier economía. El crecimiento económico conduce al ascenso del PIB per cápita, por ejemplo, y eso es un objetivo deseable. Así que, ¿crecer? Por supuesto que es bueno.

Pero después de una reflexión un poco más cuidadosa, las cosas no son tan claras. La asociación del crecimiento con el bienestar no es tan evidente. Así que la respuesta a esa pregunta inicial no es obvia. Veamos por qué.

Las economías capitalistas no pueden dejar de crecer. Su organización interna así lo exige porque el capital únicamente puede existir fraccionado en un conjunto de capitales privados, inmersos en una lucha fratricida: cada uno tiene que crecer para no perecer. Si una de esas fracciones deja de acumular, sufre un proceso de desvalorización y desaparece.

Los capitales individuales son esferas de acumulación privada. Cada una de estas esferas busca incrementar sus ganancias; para hacerlo debe expandir sin cesar su espacio de rentabilidad y de mercado. Por eso los capitales entran en una lucha a muerte con sus hermanos.

Lo más importante es que la estrategia de cada fracción de capital (o de cada empresa) también se acompaña de un esfuerzo por expulsar los costos hacia fuera de su propio espacio contable. Cuando una empresa envía al exterior de su contabilidad los costos de su proceso de producción (por ejemplo, cuando contamina y afecta a terceras personas), los economistas dicen que hay externalidades negativas. Muchos economistas consideran que las externalidades son un caso aberrante que es necesario corregir; en realidad, las externalidades son una parte esencial de las economías capitalistas.

Para una empresa resulta conveniente externalizar costos e interiorizar ganancias. Pero lo que sucede a nivel de una empresa o fracción privada del capital no tendría por qué trasladarse a nivel macroeconómico. Desgraciadamente, los sistemas de cuentas nacionales han adoptado esta misma visión y dejan fuera del balance neto el desgaste de la base de recursos naturales y el deterioro ambiental.

De este modo, cuando se extraen todos los peces en una pesquería, se cortan todos los árboles de un bosque o se explota un acuífero más allá de su capacidad de recarga, las cuentas nacionales lo consignan como crecimiento del PIB. No importa que estemos hablando de la destrucción de activos (por analogía con el capital producido), las cuentas nacionales consignarán esto como crecimiento. El desprecio por lo que sucede con el medio ambiente es tan intenso que hasta el gasto de recursos en limpiar un desastre ambiental es contabilizado como parte del crecimiento y del aumento en el ingreso per cápita.

Por lo anterior, el PIB es en realidad una medida de la capacidad de procesar materiales y energía para convertirlos en mercancías y servicios. El PIB no es una medida del "crecimiento", sino de una modalidad del funcionamiento de una economía. Esa medida no es la más interesante. De hecho, desde el punto de vista del desarrollo sustentable es la peor forma de llevar un registro contable de la actividad económica. Debido a las externalidades el "crecimiento" puede muy bien ser la carrera al despeñadero. Sin embargo, el sistema de cuentas nacionales siempre lo va a consignar como sinónimo de progreso y bienestar.

Todo lo anterior puede parecer extraño en el caso de México. Estamos acostumbrados a la crítica al modelo económico neoliberal porque no permite crecer a la economía mexicana. Pero hay algo peor. En México tenemos 20 años de estancamiento y eso no ha impedido el deterioro ambiental y el desgaste de la base de recursos naturales. El sistema de cuentas económicas y ecológicas del INEGI indica que si se toma en cuenta el desgaste ambiental y de los recursos naturales, el PIB debería perder un 25 por ciento de su valor anual. Desgraciadamente, las cuentas nacionales ecológicas siguen ocupando un lugar secundario; por el momento son una especie de experimento al que no se le presta mucha atención. Está muy lejos el día en que realmente sirvan como referencia para la política económica.

El crecimiento no es lo mismo que el bienestar. Eso es fácil de demostrar, sobre todo si la destrucción de la base de recursos naturales compromete la expansión económica en el futuro. Lo que no ha sido analizado con el rigor necesario es la manera de aumentar el bienestar sin crecimiento. Es urgente analizar de manera rigurosa la viabilidad de una economía de estado estacionario, en la que la constante transformación económica pudiera generar empleos bien remunerados y satisfacer la demanda de la población sin destruir el medio ambiente. Ese análisis no puede evadir la pregunta clave: ¿es posible acceder al desarrollo sustentable al interior de economías regidas por la racionalidad del capital?

 
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