DESFILADERO
2006: un año en dos tiempos
Tres factores pueden impedir la elección de AMLO
La violencia directa, un grave error o la abstención
Construir la victoria del pueblo, después defenderla
ESTA PAGINA RECUERDA los ojos grandes, las cejas superpobladas, la voz cálida, la barrigota serena, la actitud siempre afable, el pensamiento de avanzada, el espíritu crítico e inconforme y la inmensa calidad humana de su amigo, el maestro universitario César Delgado, fallecido prematuramente a los 50 años este 28 de diciembre. Siempre tan bromista, querido César, tan fiel a ti mismo.
Medio y medio
Hace un año estaba en la casa de Eduardo Galeano y Helena Villagra, en el barrio Malvín de Montevideo, con mis hijos y la nieta de los anfitriones, Catalina Catapalapa, y la muñeca de ésta, la pelirroja Frutisha, y el no menos pelirrojo Morgan, que movía la cola pechotierra sobre el pasto del jardín, atento a los humos de carbón y de grasa que emanaban desde los chorizos, los pollos, los cortes de vacío y colita de cuadril, que en short y camiseta, el pelo revuelto, un ojo al gato y otro al garabato, el autor de Las venas abiertas de América Latina volteaba con una tenaza conversando a despecho del calurosísimo verano austral.
No eran tiempos muy felices del todo. Al asombro universal causado por la furia inaudita del tsunami se había agregado el horror del incendio en la discoteca República Cromañón, de Buenos Aires, donde perecieron, ahora se sabe la cifra exacta, 199 personas de las edades más diversas. "Esta noche cuesta levantar la copa", había dicho por teléfono la mamá de Helena. En la capital de Uruguay, sin embargo, el último día de 2004 había tapizado con millones de papeles las calles del centro -especialmente hojas de calendarios agotados, entre las cuales hallé las correspondientes a las fechas más venturosas y más desdichadas-, en apego a la añeja costumbre, tomada quizá de los emigrantes italianos, de arrojar las cosas viejas por los balcones para celebrar la renovación del tiempo.
Desde las 11 de la mañana, miles de jóvenes en ropa ligera -bermudas los hombres, bikinis y pareos las muchachas- se habían aglomerado adentro y alrededor del mercado del Puerto, en particular frente a la sangüichería Roldós, célebre por su bebida llamada medio y medio -mezcla de medio litro de vino blanco seco y medio litro de blanco espumante-, y todo el mundo tragaba alcohol ansioso por emborracharse con rapidez y frenesí para salir a disparar chorros de champaña barata a los transeúntes o dejarse empapar con los cubetazos de agua tibia que llovían de lo alto de los edificios.
No era un fin de año como los demás: señalaba el inicio de una etapa en que por primera vez desde la fundación de Uruguay iba a asumir la presidencia de la república un político ajeno a los dos partidos tradicionales que habían gobernado siempre. La gente había votado mayoritariamente por la izquierda y el tamaño de la euforia y de la esperanza colectivas se puso de manifiesto a las 12 de la noche cuando la orilla del río de La Plata se iluminó durante más de 50 minutos con la más atronadora explosión de fuegos artificiales que yo recuerde. ¿Será que dentro de 365 noches los mexicanos alabaremos el nacimiento de 2007 con el mismo optimismo y la misma emoción? Vamos a ver quién es el guapo que se atreve a arrebatarnos ese legítimo derecho.
La ventana tucumana
Los primeros cuatro meses de 2005 fueron absorbidos por la gran batalla ciudadana contra el desafuero, que terminó produciendo la marcha y el mitin más grandes habidos jamás en la historia de México. La derrota del golpe de Estado contra el Gobierno del Distrito Federal y la victoria del que era y sigue siendo el favorito de las mayorías para las elecciones del próximo 2 de julio constituyeron una lección inolvidable y entregaron a la gente una certidumbre que nadie podrá quitarle: la de saberse dueña de una fuerza política propia, más grande, consistente y poderosa que la del "señor presidente" en turno y la televisión que lo apoya de espaldas al consenso popular.
Pero destruido físicamente por el fragor de aquel momento, y deseoso de colocarme al margen del reparto de candidaturas -una vez que fracasó la propuesta de impulsar un congreso ciudadano que llevara a las cámaras a legisladores sin partido comprometidos con el proyecto alternativo de nación-, regresé al sur del continente, estimulado por los artículos de Guillermo Almeyra sobre Bolivia, con enorme curiosidad por conocer en vivo y en directo el proceso revolucionario de ese país. Después bajé a Argentina y encontré en la ciudad de Rosario un refugio anónimo para encerrarme a escribir ficciones, o como dijera Onetti, "cosas disparatadas y fantásticas".
De pronto, por salir a estirar las piernas, tomé un autobús y llegué a Tucumán, luego fui a Córdoba y volví a Rosario, desde donde, en un cibercafé del centro comercial (allá le dicen "el chóping") El Alto, mandé a Galeano una "ventana tardía", con la súplica de que se las mostrara a Helena, a quien suele llamar su "tucumana propia":
Desde la orilla rosarina del río Paraná, el viajero desembarcó del Mercobús en la terminal de colectivos de Tucumán. Fue llevado al hotel Mediterráneo, junto a la plaza de la Independencia, y salió a caminar, a maravillarse de la arquitectura gótica, olvidada en esas calles por los hombres de algún siglo anterior. Descubrió que el palacio del correo era tan veneciano como el veneciano palacio del correo del Distrito Federal, y visitó, en fin, el casino repleto de sicóticos dedos a flexibles montones de fichas pegados, antes o después, no recuerda bien, de cenar en Las Leñitas y secarse una lágrima retrospectiva cuando, canjeando bandejas por guitarras y bombos, los meseros cantaron el himno local -"a mi Tucumán querido, cantaré, cantaré"-, aires que le desencadenaron nostalgias de folclóricas peñas y novias habidas, tantas décadas atrás, cuando nada le auguraba que algún día, caminando asfixiado por el humo de los cañaverales -ardientes día y noche, en perpetuo homenaje a don Eusebio Colombres, "el vencedor de la miseria", que trajo a estas tierras el trapiche y los ingenios de la caña en 1700- presenciaría la fugaz, inolvidable escena, que allí delante de él se produjo.
Era lunes a las tres de la tarde, poca gente transitaba por la calle 25 de Mayo, cuando sintió a sus espaldas las voces de dos muchachitas regordetas, de uniforme escolar, que juntas no sumaban 30 años. Se dio vuelta para verlas por curiosidad, por instinto, por reflejo. Estaban ante el escaparate de una tienda de lencería. Cruzados los brazos en torno del cuaderno que apretaba contra el pecho, la más niña mostraba los dientecitos de la parte superior de la sonrisa y con ellos aplastaba, mordiendo, el labio inferior, achinando los ojos que le revoloteaban de emoción, mientras su graciosa nariz apuntaba a un objetivo. La otra, a su lado, giró la cabeza recorriendo con la vista la línea recta que trazaba aquella nariz hasta el cuerpo medio negro, medio plateado, sin brazos, por cierto, de un maniquí vestido, si cabe la palabra, con un sostén y una tanga que habría sonrojado a la cocotte más audaz de París. Y entonces, enarcando las cejas con orgullo, la chiquita reveló:
-Ese.
Los dos tiempos
A partir de esta medianoche faltarán sólo 182 días para que se concrete el triunfo electoral del único proyecto de gobierno que puede acabar con el dominio político del salinismo y sincronizar al país con las corrientes posneoliberales que reorientan -y están haciendo crecer- la economía en los países más importantes de América Latina.
En este lapso de seis meses y dos días, sólo tres factores pueden impedir que Andrés Manuel López Obrador sea convertido, por mandato de la gente, en el próximo presidente de la República. Uno, que sus adversarios lo eliminen físicamente (lo que sumergiría a México en un baño de sangre, en el que no estaría ausente, desde luego, la sangre de sus adversarios: el pueblo no tendría la capacidad de perdonarlos); dos, que el puntero de las encuestas cometa un error de proporciones colosales y consecuencias irreversibles o, tres, que el abstencionismo sea superior al porcentaje de votos que de una forma u otra meterá en las urnas la estructura delictiva de Roberto Madrazo.
Si el salinismo recurre al expediente Colosio, las elecciones mismas perderían razón de ser y ocurriría algo semejante a lo que pudrió a Colombia tras el asesinato Jorge Eliécer Gaytán, el 9 de abril de 1948. Si en ejercicio de su libre albedrío el candidato incurre en un tropiezo del tamaño del mundo, el beneficiario, probablemente, será el del PAN, y el reloj seguirá corriendo hacia el 20 de noviembre de 2010 como una bomba de tiempo. Si permean, sobre todo en los jóvenes, las arengas ultraizquierdistas, el ganador, debido a las viejas trampas, será el PRI. Pero si se registra la votación más alta de muchas décadas, no habrá quien desvirtúe la decisión, madura y sabia, que ya ha tomado la sociedad.
En pocas palabras, si las cosas prosiguen como van, 2006 será un año en dos tiempos: uno para construir la victoria del pueblo, otro para defenderla. Y será, en consecuencia, un año feliz, muy feliz, aunque sólo por eso lo sea.
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