El Bajío: construyendo para morir
Migrantes que viven en EU ordenan levantar casas en pueblos fantasmas
Ampliar la imagen El agente No�a�os, de la Patrulla Fronteriza, revisa en un monitor de visi�octurna el cruce fronterizo de Tecate (Baja California) y San Diego FOTO Reuters Foto: Reuters
Chilchota, Mich., 30 de diciembre. Gonzalo Hurtado y Genaro Barajas saltaron literalmente de la tierra al lodo en dos años. Dejaron plantíos en Fresno, California, para dedicarse a elaborar manualmente un millar de ladrillos diarios con los que miles de migrantes, lo mismo en Michoacán que en Guanajuato, fantasean construyendo símiles de "castillos", derruyendo sus viejos y pequeños inmuebles para levantar dos o tres pisos de una casa adonde vendrán a morir dentro de algunos años.
Es la explosión de la industria de la construcción provocada por los mexicanos que trabajan o radican en Estados Unidos. Invierten poco más de 50 por ciento de su salario al año (un promedio de 25 mil dólares) en el levantamiento de casas, algunas exóticas y espaciosas, en los estados que conforman la región del Bajío, área con el porcentaje más alto de migración. Muchos llaman a este boom la "locura mexicano-americana", porque los arquitectos convierten en realidad todas las fantasías de los migrantes con novedosos trazos de viviendas que casi siempre permanecerán sin ningún habitante.
"Véalo así: están construyendo para morir", dice Genaro Barajas con el lodo hasta el cuello, cansado de una jornada de 12 horas y un millar de tabiques apilados a un lado de la carretera. Se ve cansado, pero su rostro luce lleno de satisfacción, porque sabe que venderá ese material a sus paisanos migrantes, quienes sin control construyen un promedio de 40 casas al año en cada uno de los poblados sin vida, fantasmas.
La elaboración de tabique es una industria pujante lo mismo en Chilchota que en Churintzio o Huaniqueo, Michoacán, así como en Acámbaro, Salvatierra, Apaseo el Grande y Apaseo el Alto, Guanajuato. La vida económica en la región pasa necesariamente por la construcción y, en menor impacto, por la cosecha de fresa y tomate.
La vida del ladrillero es pesada, asegura Gonzalo Hurtado; son jornadas diarias de 12 horas, cargan tres toneladas diarias de tabique, viven entre el lodo -que sirve como una especie de pasta negra para formar el material- y se enfrentan a una labor en la que el calor es presencia cotidiana.
"Es la única forma de hacer dinero en esta zona de los Nogales", señala Genaro Barajas, quien acepta que los ladrillos son una de las pocas fuentes de trabajo que existen para evitar la migración a Estados Unidos. Chilchota es un poblado que formalmente tiene unas 2 mil personas, pero 60 por ciento se encuentran viviendo en Fresno, California.
La economía y la vida cotidiana en Chilchota, como la de la mayoría de las regiones del Bajío, dependen de la inversión de los migrantes y de sus relaciones familiares.
"La mayoría se van para allá, pero aquí vienen a invertir. Todas las nuevas casas (la mayoría sin terminar) que mira son de los que están del otro lado. Esto sí da, pero se necesita mucho trabajo, es duro", reconoce Gonzalo Hurtado, y aclara que vale la pena, "porque cuando la raza viene" el negocio sí es negocio.
"Aquí queda la mitad, la otra mitad se va a la temporada de trabajo. Nos quedamos algunos para cuidar el pueblo, porque en otros sólo los perros viven, y viven bien.
"Aquí la gente que se queda trabaja en esto del tabique. Los más jóvenes vienen por pura distracción. Algunos van al campo, pero les pagan 100 pesos, 90 pesos por día, y no alcanza. Aquí agarran más dinero, 250 al día, 300 pesos, así que es un poquito más", relata Gonzalo Hurtado, quien reconoce que cada año se van más adolescentes a Estados Unidos, "pues aquí el trabajo es pesado y le sacan".
Hace una pausa para concluir: "Es pesado el trabajo, por eso se van, para ver si encuentran algo con más plata del otro lado".
Abandono y mala paga
La mitad o más de los habitantes de Chilchota, como muchos michoacanos y guanajuatenses, viven en Fresno, California. De este lado las tierras han sido abandonadas; a lo largo de 500 kilómetros se vuelve extraño ver personas trabajando el campo, tupido de pasto marchito. En la región se reconoce que los hombres de Chilchota son de los que menos ganan en Fresno.
Un informe reciente del Centro Hispánico Pew confirma lo que se dice de boca en boca en el Bajío. Los migrantes que ganan menos son los que residen en Fresno, California, que en su mayoría trabajan en la agricultura. El estudio señala que los empleos en la industria de la construcción dominan en Atlanta, Dallas y Raleigh; hotelería en Nueva York, manufactura en Chicago y agricultura en Fresno.
Algunos resultados indican que muchos indocumentados dejaron los trabajos en su país para ganar sueldos más altos en Estados Unidos. Se calcula que unos 6.3 millones de mexicanos residen ilegalmente ahí, de los cuales más de 35 por ciento son del Bajío, sobre todo de Michoacán y Guanajuato, pero también de Jalisco, Zacatecas y Durango. Si bien muchos tenían empleo en México, pasaron sin documentos la frontera en busca de mejores perspectivas.
El estudio precisa que el sueldo medio semanal de los encuestados es de 300 dólares. Las mujeres, los que no hablan inglés y los que carecen de una identificación del gobierno de Estados Unidos tienen sueldos más bajos.
El informe concluye que dos tercios de los encuestados que llegaron a Estados Unidos en los dos años recientes trabajaron antes aquí en la agricultura, construcción, manufactura o comercios.
Claudio Méndez Fernández, coordinador general para la atención al migrante michoacano, coincide en que a partir de 2000 se incrementó el flujo a Estados Unidos, aunque la tendencia era evidente desde 1995.
"El gran flujo nacional era de 350 mil migrantes, de los cuales 12 por ciento eran michoacanos; ahora estamos hablando que el flujo es de 450 mil, de los cuales 45 mil son michoacanos.
"Todo esto tiene que ver con muchas cuestiones, principalmente la situación económica. En el centro del Bajío la migración es histórica y se ha convertido en un patrón cultural. Lo preocupante es que los jóvenes empiezan a seguir los pasos del padre o el abuelo; muchos adquieren la condición de residente permanente. Empieza a haber un gran flujo; por eso digo que es un patrón cultural. Es impresionante: aquí se vive la migración día a día", apunta el funcionario.
Claudio Méndez Fernández reconoce que uno de cada cuatro michoacanos vive en Estados Unidos, y asegura que en los 113 municipios del estado está presente la migración. Algunos tienen "alta" y otros "muy alta" tasa migratoria, al grado de que la capital, Morelia, que era un atractivo para la migración nacional, ahora también se ha convertido en expulsor de personas a Estados Unidos.
De acuerdo con el coordinador general para la atención al migrante michoacano, en las regiones del centro y norte de la entidad es mayor la expulsión. "El fenómeno está en todos lados", agrega, tanto que en Acuitzio del Canje, a tan sólo 25 minutos de Morelia, los habitantes se van a Alaska, algo tan novedoso como extraño en la historia de Michoacán.
Para Méndez Fernández nada parará la migración. "Hemos visto que la frontera con Estados Unidos es muy dura; quieren hacer el paso más difícil, pero no será imposible. Empiezan a cuidar más los cruces naturales, como San Diego, Tijuana, pero los migrantes buscarán alternativas por el desierto de Arizona."
La búsqueda de mejores ingresos hará que la migración no se detenga. Al contrario, afirma, y apunta que es indiscutible la disparidad salarial entre ambos países: "lo que tu cobras allá en una hora, aquí lo cobras un día laboral. Mientras exista esa gran atracción por Estados Unidos va a seguir existiendo el fenómeno migratorio, a pesar a la construcción de muros", concluye el funcionario michoacano.