Pedido a los Reyes Magos
Aún estamos en la temporada de los buenos deseos, aunque no necesariamente de las ilusiones, ésas son de otro cuño. Este nuevo año es relevante, pues escogeremos un presidente y, con él, un modo de gobierno. Tal vez debamos aspirar a mucho, cuando menos bastante más de lo que hoy tenemos, pero habremos de conformarnos con lo posible, delimitando, así, nuestras expectativas.
Tenemos todo el derecho a querer más, a pesar de tanto entusiasmo oficial que tiende a desbordarse. Una pregunta que puede hacerse con respecto a los aspirantes a la Presidencia es: ¿quién puede hacer lo que es necesario para reorientar el funcionamiento de la economía mexicana?
De lo que se trata es que sea capaz de generar más riqueza. No es que no lo haga, sino que no es suficiente y la que se genera se concentra en unos pocos sectores y familias. La producción crece poco, de modo desarticulado e ineficiente; la población crece casi a la par y con necesidades insatisfechas.
La reorientación económica involucra diversas cuestiones que no pueden tomarse de manera aislada, sino abordarse de forma enlazada para que tengan efectos positivos. Apunto un par de cuestiones.
Una, esencial, tiene que ver con las finanzas públicas. El ajuste fiscal no se satisface con un resultado de bajo déficit con relación al producto anual. Una manifestación de este hecho es precisamente la incapacidad de crecer más. La propuesta de que la estabilidad sustentada en el resultado fiscal que se ha obtenido es la base para la expansión no es convincente.
Un nuevo gobierno debe enfrentar la cuestión fiscal de modo que los ingresos se ajusten a una capacidad acrecentada de gasto no sólo para satisfacer las necesidades sociales, sino para aumentar sensiblemente el gasto en inversión. Esto quiere decir que un déficit cero, como al que hoy se aspira, debe conseguirse con más ingresos y capacidad de gastar.
Esa es la limitación actual que debe superarse, pues las entradas por petróleo no serán indefinidas y las remesas, además de que tenderán a estabilizarse, indican una severa distorsión económica y social que es la expulsión de trabajadores del país. Hay todavía grandes boquetes en las cuentas públicas y su efecto adverso sólo se ha pospuesto, ése es el caso de las pensiones.
En el terreno fiscal debemos esperar propuestas mucho más amplias de gestión que racionalicen ambos términos de lo que es finalmente un asunto de partida doble, no sólo en términos contables, sino también políticos. La restricción que hoy define a la política fiscal no conduce a un mayor nivel de actividad económica, articulación productiva y generación de valor agregado, por eso no se expresa en el mejoramiento del estado general del bienestar.
El segundo asunto se refiere a que la producción y el empleo no aumentan por decreto. Requieren de mayores recursos destinados a la inversión y de condiciones propicias para elevar la productividad y absorber nuevas tecnologías. Las evidencias apuntan a que esas condiciones derivan de las políticas económicas, o sea, del conjunto de limitaciones y estímulos que encauzan la actividad de las empresas. Una expresión reciente de esto ha sido la frustrada negociación en el seno de la Organización Mundial de Comercio.
Las políticas públicas no son neutrales y están asociadas con las definiciones de los objetivos nacionales. La realidad nacional no ha sido superada por las condiciones de la globalidad. Esta economía requiere de orientaciones específicas y muy claras que conformen una política industrial, concebida ésta de manera amplia, incluyendo a las actividades primarias. México está perdiendo terreno en la competencia internacional, no mantiene su penetración en los mercados de exportación y se reduce la atracción de la inversión extranjera. Las condiciones internas del funcionamiento de la actividad productiva están disociadas de su orientación al exterior y ése es un elemento que debe atenderse de modo prioritario. Hay que replantear las condiciones de la integración y del comercio, especialmente con Estados Unidos, a modo de aprovechar las ventajas disponibles.
El énfasis en las condiciones agregadas que se asocian con la estabilidad está ya en su límite. Ahora, éstas deben asociarse con la restructuración del sistema productivo, con el funcionamiento de las empresas, la asignación de los recursos materiales y financieros y el reordenamiento del mercado de trabajo. Hay mucha tela de donde cortar en este campo. Las distintas acciones para promover la actividad de las pequeñas y medianas empresas requieren de un entorno propicio para la generación de valor, de otro modo son ineficaces y acaban en una retórica de la promoción sin fundamento.
Los planteamientos sobre la gestión económica de los candidatos en las campañas que emprenderán ya sin treguas no pueden quedarse en las generalidades. Debe forzarse un debate abierto y completo sobre las propuestas y las formas de alcanzarlas. Hay mucho en juego, más que las personalidades contrapuestas de los personajes en cuestión, de sus disputas y de los gustos y las fobias que dominan el entorno político general. No caben los saltos hacia los lados y, menos aún, para atrás.