Usted está aquí: lunes 2 de enero de 2006 Deportes Orejitas a Ortega y Mejía en corrida de Año Nuevo

Orejitas a Ortega y Mejía en corrida de Año Nuevo

LUMBRERA CHICO

Con los mansurrones vestigios de la legendaria ganadería de San Mateo, la Monumental Plaza Muerta (antes México) inició ayer el año en que cumplirá seis décadas de existencia con un cartel de desecho, integrado por Manolo Mejía, Christian Ortega, Jorge Benavides y el rejoneador Octavio Gómez, para cubrir la décima corrida de la temporada un poco menos chica 2005-2006.

Ante un público formado íntegramente por villamelones (del que se marginó el dizque empresario Rafael Herrerías, incapaz de sufrir el espectáculo que preparó para suplicio de los demás), Mejía y Ortega dieron la vuelta al ruedo con una oreja en la mano cada uno, en tanto el caballista y el triunfador de La Florecita pasaron la tarde inéditos.

Después de aburrirse con los galopes de Octavio Gómez ante el abridor Mesonero, cárdeno de 510, la gente saludó con expectación la toma de alternativa de Benavides, un muchacho basto de silueta, con fisonomía y seriedad de empleado bancario, que a los 27 años de edad consiguió la licenciatura para torear en el embudo de Insurgentes.

Sin gran expresividad ni mucho menos, brindó la muerte de Pastor, cárdeno de 467, a su emocionado padre que estaba en barrera de tercera fila de sombra, y porfió con la muleta por ambos lados antes de tirarse a matar arriba, con vergüenza torera, no una sino tres veces antes de clavar tres cuartos de acero en buen sitio y saludar desde el tercio a la generosa concurrencia.

Con Melchor, cárdeno también, de 525, un toro con genio y dificultades, se esmeró al máximo de sus facultades pero volvió a irse en blanco, después de dos pinchazos y una entera, mientras los desangelados tendidos se vaciaban entre bostezos, tras las olvidables faenas a cargo de los supuestos "triunfadores".

El primero de ellos fue el bullidor Orteguita, corriente como él solo en el capote cuando le pegó dos chicuelitas remotas a Baltazar, de 501, único negro del encierro, para banderillearlo con valor pero sin lucimiento y coger la muleta y arrastrarla bajo los belfos del bicho que es lo que hace mejor todavía, en especial cuando ensayó dos tandas por la izquierda rematadas con el de pecho. Un buen espadazo de efectos inmediatos alborotó a los villamelones que sacaron los pañuelos y obligaron al juez Miguel Angel Cardona a otorgar por ley un apéndice debido a la petición mayoritaria. Con su segundo, Gaspar, cárdeno de 495, único bravo de la tarde, reveló cuán lejos está de ser una figura de la fiesta: el animal se lo comió crudo y lo hizo escuchar un aviso.

Aburrido de sí mismo, Mejía aburrió con Visitante, cárdeno de 503, playero y rajado, al que despachó pronto. Después, frente a Angelito, cárdeno ensabanado de 498, muy suave de estilo pero vacío de emotividad, el ex maestrito se acordó de que un día pudo ser alguien en la tauromaquia mexicana y estructuró una faena de muleta con tandas cortas pero bien ligadas, adornos puntuales y estoque eficaz, para cortar por demanda del respetable la segunda oreja de la fecha. En tres palabras, nada de nada. Por eso ni Herrerías fue.

 
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