Editorial
Irak: carnicería y señales de pánico
Los cerca de 170 civiles asesinados entre el miércoles y ayer en Irak en atentados terroristas perpetrados en Miqdadiyah, Kerbala, Bagdad y Ramadi constituyen una nueva y terrible prueba de la imposibilidad de pacificar a ese país en tanto no termine la ocupación estadunidense y británica. En momentos en que la guerra criminal e ilegal empezada por George W. Bush está por cumplir tres años, en marzo próximo, la población iraquí afronta una violencia que no ha dejado de crecer desde 2003, y que ayer alcanzó una nueva cuota sangrienta.
A estas alturas es evidente que los efectivos angloestadunidenses y sus pequeños contingentes auxiliares polacos e italianos, principalmente no están en condiciones de defenderse a sí mismos, mucho menos en posibilidad ni en ánimo de brindar seguridad a la población local. Por el contrario, cada día resulta más claro que la soldadesca occidental constituye un factor de muerte, atropello y violación sistemática de los derechos humanos de los iraquíes. Como ejemplos más recientes, el lunes pasado un avión de las fuerzas ocupantes bombardeó una residencia civil, causando la muerte a seis de sus ocupantes. Aunque en un primer momento el mando estadunidense insistió en que el ataque había sido "un éxito contra la insurgencia", días más tarde se vio obligado a rectificar y arguyó que se había tratado de un "error" de 20 metros en la trayectoria de los proyectiles arrojados por el aparato; el martes, un "sospechoso de actividades insurgentes" murió cuando se encontraba en poder de los marines, quienes lo capturaron en la localidad de Ar Rutbah, según informó el propio Pentágono. El miércoles, 18 camiones cisternas fueron destruidos en el curso de un ataque con granadas autopropulsadas que tuvo lugar en la ruta de Bagdad a Bayji, en el sur. Ese mismo día un alto funcionario del Ministerio de Petróleo fue asesinado por elementos rebeldes.
La gravedad de la guerra, que ha costado a Irak decenas o cientos de miles de muertos, y que ya ha producido más de 18 mil bajas entre los militares estadunidenses (2 mil 187 corresponden a efectivos caídos), sin contar las que han sufrido los mercenarios extranjeros, empieza a generar señales de desesperación y pánico en Washington. En este contexto Bush convocó ayer a ex secretarios de Estado y de Defensa, varios de ellos críticos acérrimos de la actual incursión militar contra Irak, para pedirles consejo. El encuentro tuvo como telón de fondo los crecientes reclamos de la sociedad y de sectores de la clase política estadunidenses de empezar cuanto antes el retiro de las tropas invasoras de Irak. Entre los asistentes al encuentro realizado en la Casa Blanca estuvieron Robert McNamara, quien tras desempeñarse como jefe del Pentágono, en tiempos de John F. Kennedy, se ha distanciado de las aventuras bélicas de su país en diversos puntos del planeta; William Perry, secretario de Defensa del gobierno de Bill Clinton y ex asesor del candidato presidencial demócrata John Kerry, rival de Bush en las elecciones de 2004, y Colin Powell, ex secretario de Estado del propio Bush, a quien intentó disuadir de que invadiera el país árabe.
En Irak y en Washington se multiplican, pues, las señales de que la guerra de Bush ha fracasado y que se acerca el momento de asimilar la derrota. Lamentablemente, los invadidos siguen poniendo los muertos, y cada día que se retrase el retiro de los ocupantes implicará cuotas adicionales de destrucción y muerte para los iraquíes. Por ello, la opinión pública internacional debe redoblar su presión para que esta aventura neocolonial y delictiva llegue a su fin cuanto antes.