Ideología imperial antimigrante
La Agenda Latinoamericana Mundial 2006, el memorándum macroecuménico difundido en varios idiomas en 24 países de América y Europa, elaborado desde hace 15 años en Latinoamérica como una herramienta pedagógica para la educación, la comunicación y la acción social popular hacia otro mundo posible, está ya circulando en nuestro país.
En ella se recoge un breve texto que confirma las fundadas sospechas del diplomático mexicano Heriberto M. Galindo Quiñones, expuestas el pasado jueves en su interesante artículo titulado "EU: Huntington, tras el espíritu nazi antimigrante" (La Jornada, p. 18), acerca de las motivaciones ideológicas que inspiran la racista iniciativa de ley Sensenbrenner, que están detrás de la política cada vez más violenta del gobierno estadunidense contra la migración hispana.
Teniendo presente una entrevista publicada en el diario español El País el año pasado, el articulista José Vidal-Beneyto comenta que en la ideología del antilatinoamericanista profesor de Harvard, quien en la era de Bush parece jugar el mismo papel de publicista del Pentágono que Francis J. Fukuyama tenía en la era de Reagan, los mexico-estadunidenses amenazan la existencia de Estados Unidos por su supuesta capacidad incontrolada de reproducción y su endilgada incapacidad congénita para aprender.
Así lo expone de manera descarada en sus últimas publicaciones: "El reto hispano", en Foreign Policy, y "¿Quiénes somos?", en Paidós. A partir de la tesis, cierta desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos cambió la orientación de su política de defensa, de contención a agresión, compartida con otros propósitos por Noam Chomsky, de que los estadunidenses necesitan de una amenaza externa, real o inventada, para defenderse como nación, Huntington ahora ideológicamente pregona que el uso cada vez más generalizado del español, y la persistencia del referente cultural hispánico en Estados Unidos, son un peligro para la identidad de ese país, que él unilateralmente concibe como quintaesencia y soporte de los valores del mundo occidental.
Para probarlo manipula temores anglosajones, afirmando que para 2040 los hispanos representarán 25 por ciento de la población estadunidense. Y para alimentar su racismo descontextualiza las cifras al sostener que 36 por ciento de los estudiantes hispanos no terminan sus estudios secundarios, frente a 8 por ciento de los estadunidenses blancos, y que apenas 4 por ciento de los mexicanos acceden a la universidad, frente a la media general de 22 por ciento de los estadunidenses.
Se trata, pues, más o menos del mismo "rigor científico" que empleó en su libro Choque de civilizaciones, que en sus propias palabras sirvió, según él, para "devolver a sus compatriotas el sentimiento de identidad nacional", al sustituir como enemigo externo al comunismo ateo por el Islam militante, luego de la caída del Muro de Berlín, pero que todos nosotros sabemos que sirvió, sobre todo, para hacer aceptable en una opinión pública ingenua las invasiones a Afganistán e Irak, a pesar de que ahora, frente a los resultados, Huntington ocasionalmente se declare contrario a la guerra.
Ello no quita que en sus nuevos textos absurdamente proponga, como remedio para salvar a la civilización occidental de la amenaza hispana, imponer el inglés en todo el mundo y, desde luego, comenzar por prohibir en Estados Unidos el uso de cualquier otra lengua, al fin y al cabo que él es muy influyente, dice, y únicamente habla inglés.
Además de las razones históricas que el embajador Galindo Quiñones acertadamente expone en su artículo, ¿puede imaginarse alguna otra ideología para justificar una política tan abusiva y presuntuosa contra nuestros migrantes?
Por cierto que el gran tema que este año aborda oportunamente la Agenda Latinoamericana es el de la recepción crítica de la comunicación y el derecho a la comunicación alternativa, como nuevo campo de batalla de la liberación humana, con la conciencia de que en la globalización neoliberal los medios, sobre todo electrónicos, han dejado de ser el "cuarto poder" del que echaban mano los ciudadanos para oponerse a las arbitrariedades del Estado, y han pasado a ser en todo caso un cuarto poder que se suma a los otros tres poderes (económico, político y del Estado) para aplastar aún más al ciudadano.
"Ya no son sólo los poderes de la oligarquía tradicional -expresa Ignacio Ramonet en su texto recogido en la Agenda-, ya no son sólo los poderes de la reacción tradicional; ahora los poderes mediáticos son los que pasan a dar la batalla política -¡en nombre de la libertad de expresión!- contra los programas que defienden los intereses del conjunto de los ciudadanos." Por ello la sociedad tiene que seguir construyendo un "quinto poder", cuya función sea la denuncia del nuevo superpoder de los medios, de las grandes industrias mediáticas, vectores y cómplices de la globalización imperial. Para lo cual es indispensable democratizar los medios.