MUSEOS DE MEXICO
El Templo Mayor, rompecabezas en constante desciframiento
En el museo de sitio, la exposición temporal El rostro de la muerte en las danzas mexicanas
El Templo Mayor, emblema de la cultura mexica, resplandeció a finales de los años setenta con el hallazgo de la Coyolxauhqui, y a casi tres décadas de la aparición de la diosa lunar el sitio es todavía un rompecabezas que los especialistas resuelven de manera paulatina.
Ubicado en el corazón del Centro Histórico, el museo de sitio del Templo Mayor y la misma zona arqueológica se funden para develar a los visitantes el surgimiento, el apogeo y la caída de la civilización mexica (1325-1521), que rendía tributo en ese centro ceremonial a los dioses de la lluvia y la guerra: Tláloc y Huitzilopochtli, respectivamente.
La historia expansionista, religiosa, política, económica y social de los antiguos pobladores se realza en las ocho salas del museo y en los más de 7 mil 500 objetos hallados desde 1978 en torno al edificio principal de la antigua Tenochtitlán.
El trabajo museístico del recinto sobresale a la par del acervo prehispánico, con la recreación simbólica realizada de los adoratorios del Templo Mayor.
Por ello, una vez en el museo, los visitantes deben iniciar el recorrido por el lado derecho, dedicado Huitzilopochtli, y continuar en orden la visita, que finalmente los llevará de la mano a recorrer las salas para integrarse finalmente al mundo de Tláloc.
Emblemática Coyolxauhqui
En ese deambular también se observa el imponente monolito en que está plasmada Coyolxauhqui y la variedad de piezas prehispánicas con sus ofrendas, instrumentos, imágenes labradas en concha, obsidiana o jade.
También el trabajo curatorial confronta el contexto de la naturaleza prehispánica con la actual. Se exhiben restos de lo que fueron animales o conchas, junto con las especies actuales. Pelícanos y peces disecados ejemplifican, entre otros, los restos hallados de aquella época.
Todo con sentido mexica. La maqueta principal atractivo del museo también se colocó ex profeso de cara a la zona arqueológica, para ayudar así al espectador a ubicar cada una de las edificaciones mexicas, su antigua y actual posición.
El monolito de la Coyolxauhqui, pieza emblemática del recinto e impulsora de las pasadas y recientes investigaciones, se observa también desde lo alto para una mayor apreciación de sus labrados. Corresponde a la etapa IV del Templo Mayor. También se exhiben fragmentos de otra Coyolxauhqui, que fue destrozada a la llegada de los españoles, la cual data de la etapa VII del recinto ceremonial.
De acuerdo con las teorías de los especialistas, en cada etapa fue colocada una piedra monumental y se cree que existen todavía otras debajo del Templo Mayor, de las primeras tres etapas de su construcción.
Al margen de esa retrospectiva prehispánica, el vestíbulo del museo alberga desde octubre pasado la exposición temporal El rostro de la muerte en las danzas mexicanas, con 157 coloridas máscaras elaboradas en materiales diversos en las que sobresalen además de sus grandes dientes, cuernos y mechones estrambóticos, el sentido ritual y festivo de los pueblos mexicanos.
El acervo de Estela Ogazón que dejará de exhibirse en este mes, se compone de esas caretas obtenidas en varios estados de la República, mediante las cuales se vislumbran personajes como ancianos, el diablo o la muerte.
Esas piezas cuentan la historia de un pueblo, sus mitos y cosmovisión. La Semana Santa, el Día de Muertos, la Danza de las Tres Potencias, la Danza de los Diablos, el carnaval y las fiestas patronales son festividades en las que la música y el movimiento corporal representan la riqueza cultural de un pueblo mediante pasajes míticos, históricos o de la liturgia religiosa.
La historia del Templo Mayor y sus siete redificaciones dan cuenta del poderío de esa cultura, además de que la ciudad sufría constantes inundaciones, terremotos y asentamientos de terreno, que obligaban a los mexicas a elevar el nivel de sus construcciones.
La pirámide, de acuerdo con lo que se observa en una maqueta perteneciente al acervo del museo, fue recubierta siete veces con relleno de lodo y piedra. Tras cada reinaguración se sacrificaban cautivos de guerra procedentes de señoríos sometidos.
El Templo Mayor, a decir de los especialistas, era el espacio sagrado por excelencia, donde se realizaban los rituales más importantes, como los dedicados a sus dioses, el nombramiento de sus líderes y los funerales de la nobleza.
Los arquitectos mexicas hicieron de este lugar el centro del modelo del universo, donde confluía un plano horizontal y otro vertical.